Enlace Judío México e Israel.- En la película Elephant (2003) ganadora de La Palma de Oro en Cannes, su director Gus Van Sant, dijo una frase inolvidable: “A los extranjeros les gusta ver a los norteamericanos matándose entre sí”[1]. Parafraseando a Van Sant, la cronista diría: a los “gentiles” les encanta leer una novela o ver una película en donde los judíos se autocritiquen y se peleen entre sí. Filmes como Pinsky (EUA, 2017, 72m) de Amanda Lundquist, Los Disidentes (Israel, 2018, 92m) de Eliran Malka y Vaca roja (Israel, 2018, 91m) de Tsivia Barkai, serán recibidos con beneplácito.

NEDDA G. DE ANHALT

La familia de Sophia Pinsky (Rebecca Karpovsky) es una de las más disfuncionales que ojos cinematográficos hayan visto. Tiene un hermano alcohólico, una suerte de amigo que pretende ser novio y a Marina, su abuela rusa, interpretación fabulosa de Larisa Popova, que se la pasa hablando en su idioma natal todo el tiempo. Lo cual vivifica esta película que si no fuera por ella, parecería una telecomedia casera, sin ton ni son. La misma protagonista, una joven que ha sido abandonada por su amante lesbiana lleva consigo muchas dudas e indecisiones, pero al final tomará la resolución de alejarse de su familia y buscar un nuevo camino que, posiblemente, la lleve a renunciar a su religión. Y para darle más “sabor al caldo” nos enteraremos que la sinvergüenza abuelita andaba de relaciones amorosas, a espaldas de su esposo, nada menos que con el rabino de la comunidad. ¡Peor, imposible!

Si en Pinsky el ritmo está cortado y los colores son chillantes, tendremos en Vaca roja un ritmo lento, colores sepias, una enorme cantidad de close up que confieren una intimidad a los encuentros sexuales de la protagonista Benny, una hermosa jovencita de unos 17 años que sostiene un apasionado romance con una alumna de su padre. No se hablará del simbolismo de la vaca roja que está al cuidado de Benny, pero sí de la educación religiosa que este padre viudo le confiere a su hija. No obstante, a pesar de tanta dedicación y devoción la chica da comienzo a una rebelión, al empezar a fumar en shabbat (sábado) que finalizará al igual que Pinsky con el abandono de su religión.

En Los Disidentes, es importante señalar que la acción sucede en 1980, como quien dice, en el siglo pasado cuando Yaakov, un padre enfurecido, va al colegio de su hija a reclamarles a las maestras el por qué han expulsado a su hija. La directora simplemente responde que la chica no da el perfil que esta escuela exige. Yaakov grita que la han corrido porque ella pertenece a una familia sefaradí y el plantel está dominado por asquenazíes. Si esto es cierto o no nunca lo sabremos, pero a Yaakov le sirve de punto de partida para crear un movimiento ultraortodoxo sefaradí y como es dueño de una imprenta, pronto se da a la tarea de darlo a conocer. El viacrucis que este hombre tiene que pasar conforma el meollo de esta deliciosa comedia. Y si Sancho Panza le dijo al Quijote en un momento dado, “con la iglesia nos hemos topado”; pues lo mismo le va a ocurrir a Yaakov, cuando su equipo de trabajo le informe que para obtener votos se debe hablar con ciertos rabinos para convencerlos pues son los que controlan las comunidades. Y nuestro protagonista, como quien dice, entra de lleno en la política. Lo cual equivale a decir que entra a un estercolero de decepciones y traiciones. Siempre, en estos casos, hay unos vivales que “le comen el mandado a otro”. ¡Pobre Yaakov! Para lograr con éxito algún cambio en la vida es el individuo el que cuenta, pero después de logrado el triunfo se dedican a aplastar el individualismo.

Continuará…

 

 

[1] Nedda G. de Anhalt, Un deseo llamado cine, Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 2018, 646 p. (ver p. 98).

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.