Enlace Judío México e Israel.- Y despertamos con la noticia de que en los Premios Goya 2019 se había premiado como Mejor Cortometraje Documental un trabajo llamado “Gaza”, de los cineastas españoles Julio Pérez del Campo y Carles Bover Martínez. Hay que señalar que nunca en la historia del cine europeo se había caído tan bajo en la mentalidad panfletaria, abiertamente antisemita.

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El pretendido documental es una pieza de dieciocho minutos de duración. Comienza con una serie de imágenes que recrean el recorrido de los autores desde Málaga hasta El Cairo, intercaladas con otras imágenes de las zonas de Gaza destruidas y niños muertos, mientras una voz en off –evidentemente, una reportera– habla de una “destrucción total” de Gaza; luego, unas breves imágenes de Israel en donde se puede ver gente feliz y tranquila, niños que rezan sin problemas en el Kotel; y entonces se regresa a la foto de un combatiente gazatí muerto y un mercado sin luz y semidestruido. Todo esto como introducción.

El inicio formal del documental comienza con una toma panorámica de Gaza, y con un texto que dice: “Desde 2007, la franja de Gaza sufre un bloqueo por tierra, mar y aire. Esto impide tanto la entrada como la salida de suministros y personas. Tras la última agresión del ejército israelí, la Franja sólo dispone de cuatro horas de energía al día, así como una gran falta de víveres y materiales de construcción”.

Viene entonces el primer episodio del documental: una entrevista con una familia de Khan Younis, que inicia con una imagen en donde se aprecia al fondo una casa en muy buen estado de conservación, y en primer plano una construcción semidestruida. Por supuesto, la entrevista es con la familia que vive (o por lo menos, que se supone que vive) en este último lugar. El padre de familia, que se dedica al cultivo de apios, cebollas y trigo, cuenta cómo los israelíes le arruinaron su siembra por echarle pesticidas, cómo destruyeron su casa, y cómo sus hijos viven con miedo cada vez que ven a las tropas judías –o sea, todo el tiempo, porque viven junto a la valla fronteriza–. Finalmente, conduce a los camarógrafos por toda la casa destruida y explica cómo fue bombardeada.

La siguiente parte se traslada a Beth Hanoun, y comienza con una toma panorámica en la que se aprecia un mayor nivel de destrucción en comparación a Khan Younis. Luego, un entrevistado explica que todo ese aislamiento provocado por Israel es lo que genera la aparición de terroristas. Tras esta breve intervención, el resto del episodio son imágenes de personas –sobre todo niños y mujeres– tratando de vivir lo más normal posible en medio de un lugar desolado y devastado.

La siguiente sección se ubica en Khaza’a, otro lugar donde se aprecian construcciones en buen estado alternadas con casas o edificios totalmente destruidos. Ahora todo se centra en el testimonio de una mujer que explica cómo los soldados israelíes mataron a su hija, minusválida y en silla de ruedas.

Finalmente, la última parte del documental nos traslada a otra zona completamente destruida, aunque no se menciona en dónde está. Sin embargo, se enfoca en la entrevista con un médico que cuenta cómo el hospital Al Wafa fue destruido, y cómo de entre sus escombros rescataron a un niño que estuvo a punto de morir enterrado. Las escenas siguen en el hospital Al Wafa Nuevo, un lugar que se aprecia precario pero que está en pie. Allí todo gira en torno al supuesto niño rescatado, que parece mantenerse en un estado de shock que prácticamente lo mantiene ajeno a la realidad. Su expresión es una terrible mezcla de pánico y evasión.

Y listo. Eso es todo el documental.

Desde que Julio Pérez y Carles Bover lo registraron para el festival de los Premios Goya hace casi un año, explicaron que el objetivo del documental era denunciar el apartheid que los israelíes imponen a los palestinos de Gaza.

Y aquí empieza una larga serie de problemas con esta postal sentimentaloide que ni siquiera merece ser llamada documental.

En primer lugar, todo lo que se pueda decir sobre la relación entre Israel y Gaza puede discutirse desde muchos puntos de vista, pero el uso del concepto “apartheid” está completamente fuera de lugar. Un apartheid es, por definición, una situación en la que un mismo gobierno establece una separación legal en la población, lo que resulta en que un grupo bien definido debe funcionar bajo leyes especiales o diferentes, generalmente para restringir su acceso a una serie de ventajas o privilegios que tiene el otro grupo. Por lo tanto, un apartheid sólo puede ocurrir dentro de las fronteras de un solo estado.

Gaza es completamente autónoma. No está gobernada por Israel en ningún aspecto, sino por el grupo Hamás, que tiene una estructura de gobierno perfectamente normal y funcional, y que ejerce el control sobre todas las políticas económicas, sociales, religiosas, culturales y educativas.

Dado que ningún tipo de ley emitida por Israel se aplica en Gaza, y que no existe ningún tipo de presencia policíaca, militar u oficial israelí al interior de la Franja, es absolutamente imposible hablar de un apartheid. El puro uso de la palabra sólo evidencia una penosa, rotunda y grotesca ignorancia por parte de Pérez y de Bover, que se han dejado llevar por una mera consigna panfletaria, y la han usado sin ningún análisis de por medio.

Semejante detalle evidencia su falta de rigor al momento de hacer uso de la información; y dicho defecto de procedimiento se hace evidente en toda la pieza cinematográfica que, repito, no merece ser llamada documental.

¿Por qué? Porque un documental debe, por lo menos en un nivel básico, ofrecerle información al público.

Aquí no se ofrece nada, salvo imágenes y comentarios manejados desde una posmoderna sensiblería. Se nos presentan imágenes trágicas y durísimas, pero no se nos explica absolutamente nada del contexto en el que esas imágenes surgen. Y, como si lo anterior no fuera suficiente, hay ciertos rasgos que tienden a indicar que el guion tiene el objetivo de manipular la percepción del público.

Por ejemplo: cuando se nos lleva a Khan Younis, no se nos dice que esa localidad ha sido uno de los principales centros de actividad terrorista. Que allí es donde el grupo Hamás ha guardado muchos de sus depósitos de armas. Que desde allí salían decenas de túneles hacia el interior de Israel, cuyo objetivo era realizar asesinatos y secuestros de civiles. Y que por eso, en el marco de la última operación militar israelí (Julio-Agosto de 2014), Khan Younis fue una de las zonas más afectadas.

Involuntariamente, Pérez y Bover nos lo muestran: la sección comienza con una toma donde se ve una casa en buen estado, y otra totalmente destruida. Eso demuestra que Khan Younis no fue bombardeada indiscriminadamente. Por supuesto –como ya señalé– la entrevista es a la familia que vive en la casa destruida. Pero ¿realmente vive allí? En toda la escena no se aprecia ningún tipo de mobiliario que nos haga deducir que realmente viven allí. Sólo se ven escombros, piedras sobre piedras en donde nadie –en realidad– podría vivir. Luego el papá explica que esa casa fue bombardeada. Pero también se ven agujeros en las paredes provocados por balas de grueso calibre. Eso es una prueba inequívoca de que en esa casa hubo un combate entre dos grupos que se dispararon con todo. Y ello nos obliga a deducir que esa familia –papá, mamá, niños chiquitos– no estaban viviendo allí en el momento de la “agresión israelí”. Si realmente viven allí, llegaron después. Cualquiera que se haya tomado la molestia de revisar un poco de material sobre los conflictos en Gaza, al ver las condiciones de esa casa podrá darse cuenta sin ningún problema que allí hubo un fuerte enfrentamiento entre milicianos de Hamás y soldados israelíes, y que eso se debió a que seguramente en esa casa estaba apostado el grupo de combatientes palestinos. No una familia inocente.

Finalmente, y casi como detalle cómico, el papá explica que cada vez que sus hijos ven tanques israelíes le dicen “papá, tengo miedo”, porque creen que les van a disparar. Curiosamente, durante la filmación captan el paso de un tanque israelí a lo lejos, con el singular detalle de que ninguno de los niños dijo nada.

Sobre la escena de Beth Hanoun hay mucho que decir también, pese a que gira en torno a los comentarios breves de un entrevistado, cuyo contenido se resume en “los israelíes provocan la existencia de terroristas por sus políticas de aislamiento”. Por supuesto, Pérez y Bover no se tomaron la molestia de leer la historia básica del grupo terrorista Hamás, del ideario del jeque Ahmed Yassin, y del historial de agresiones cometidas desde Beth Hanoun contra la población civil israelí.

A este par de brutos españoles es imposible pedirles que entiendan que el terrorismo palestino tiene vida propia y está financiado desde Irán y Qatar. Es demasiado exigirles que en un documental –un trabajo informativo– expliquen que los operativos militares israelíes han sido consecuencia lógica a más de doce mil cohetes disparados desde Gaza contra la población civil israelí. Que no importa quién esté en el gobierno en Jerusalén, si los violentos “halcones” de la derecha o los razonables pacifistas de la izquierda, porque de todos modos los milicianos de Hamás siempre están listos para atacar.

La explicación de su entrevistado es emotiva, pero irreal, desconectada de los hechos objetivos. Hamás se fundó con el objetivo específico de destruir a Israel, y dicho objetivo sigue presente en su Carta Orgánica. Por lo tanto, sus actividades y planes siguen enfocados a ello.

El terrorismo palestino tiene vida y agenda propia. No depende de lo que haga o deje de hacer Israel. Negarlo, o querer pasarlo por alto, es sólo el deseo de manipular la información, o mucha imbecilidad por parte de quien lo hace.

Una situación similar ocurre con los episodios en Khaza’a y en el hospital Al Wafa. Las cosas se cuentan como si repentinamente el ejército israelí hubiera decidido bombardear o disparar en la zona, casi como si fuera un deporte.

No se menciona que si eso sucedió, fue porque había un conflicto (el de 2014). Una guerra que comenzó con el secuestro de tres adolescentes israelíes por parte de milicianos de Hamás, que luego fueron torturados y asesinados. Que ello fue lo que detonó una escalada en las agresiones mutuas, y que por ello Israel tuvo que invadir militarmente a Gaza. Que en el proceso descubrieron una compleja red de túneles que se infiltraban a territorio israelí, y que iban a ser usados en septiembre, en el marco de las festividades judías de Año Nuevo (Rosh Hashaná y Yom Kipur) para asesinar y secuestrar civiles. Y que todas las zonas que fueron bombardeadas o en las que hubo combate, fueron aquellas que Hamás utilizó como base para sus operaciones militares, o como depósito de armas.

Pérez y Bover pasan por alto –muchas ganas de molestar o mucha imbecilidad– que al hacer todo eso, la responsabilidad jurídica recae única y exclusivamente sobre Hamás. Al hacer uso militar de infraestructura civil –hospitales, escuelas, casas, etc. –, de entrada Hamás comete crímenes de guerra; y de paso convierte esos lugares en blanco militar legítimo. Así que todas las víctimas colaterales del conflicto –los niños que aparecen al principio del documental, la hija de la señora de Khaza’a– son responsabilidad de Hamás.

Lo molesto del caso es que siempre se ha sabido que Hamás aplica, sistemáticamente y en el cien por ciento de los casos, una estrategia descarada de uso de civiles como escudos humanos, algo prohibido por el Derecho Internacional. Pero a nadie le importa. Menos a Julio Pérez y Carles Bover, que con ello quedan reducidos a miserables propagandistas de un movimiento terrorista. Pareciera que, como se trata de Israel y de judíos, en este caso se permite que un grupo terrorista use escudos humanos, y toda la culpa se le tenga que achacar a quien se está defendiendo.

Ni qué decir de esa idiotez descomunal al inicio del documental donde se nos dice que no hay materiales de construcción disponibles por culpa del bloqueo. Los hay, pero Hamás los sigue desperdiciando en su intento por construir túneles para uso terrorista. Pérez y Bover, por supuesto, ni por enterados.

La consecuencia ha sido, naturalmente, el escándalo. El propio Estado de Israel, así como una gran cantidad de organizaciones antiterroristas, se han pronunciado en contra del premio otorgado a esta descarada pieza de propaganda judeófoba (por favor, no me vengan con la tontería de que es anti-israelí pero no anti-judía), que si como documental tiene muchas deficiencias estructurales y de fondo, como producto ideológico simplemente provoca asco a cualquiera que tenga un poco de información sobre los matices del conflicto.

Claro, a menos que ese cualquiera sea judeófobo también.

Los Premios Goya se han manchado de sangre al darle su aval y aplauso a un grupo terrorista que ha sumido a su población en la desgracia y la miseria.

 

 

 

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