Béla Braun y Elena Bialostocky para Enlace Judío México e Israel – Sara Alfie es experta en sortear obstáculos. Era una niña alegre y estudiosa que, a los 17 años, comenzó a perder la vista. Ahora es totalmente ciega pero afronta su circunstancia con entereza:“ser ciego no es una tragedia. Es una característica de tu persona”, dijo a Enlace Judío esta psicoterapeuta en terapia sistémica familiar, en una entrevista exclusiva que reproducimos a continuación. 

 

 

Sara Alfie recuerda que era una alumna de excelencia que estudiaba la preparatoria cuando, a los 17 años, sufrió el Síndrome de Stevens-Johnson, una severa reacción alérgica a medicamentos. “La alergia fue tan fuerte en mi cuerpo que me quemó todas las mucosidades”, recuerda. “Se me ulceraron las córneas (…) tuve mucha temperatura y comencé a convulsionar.” Sara pasó dos semanas internada en un hospital, donde los médicos, desconcertados por los extraños síntomas que presentaba, no pudieron diagnosticar el temido síndrome. Salió del hospital totalmente ciega y sin saber qué le había pasado.

“Recurrimos a varios oftalmólogos”, que les sugirieron buscar ayuda en Estados Unidos. “Así llegamos a Nueva Orleans, con el doctor Kaufman, del LSU Health Baton Rouge”, quien le dijo que tenía 50% de probabilidades de perder la vista. El médico la operó con éxito del ojo derecho.

“Cuando me quitaron el vendaje pude ver a mis papás, el color de sus ropas… llorábamos de alegría.” Una semana más tarde le operaron el ojo izquierdo, sin suerte. “Regresamos a México, mi mamá me pidió que regresara a estudiar a la Monte Sinaí para terminar la preparatoria. No acepté. Hice la prepa abierta”, recuerda la hoy psicoterapeuta.

Fueron días oscuros para Sara Alfie. “En esa época yo estaba muy enojada, deprimida y engordé mucho. Llegué a pesar cien kilos.”, rememora. Su encierro se interrumpía tres veces por semana para visitar los consultorios del psiquiatra, la nutrióloga y el oftalmólogo. “No salía de mi casa porque no quería que la gente me viera el ojo. ”

Sara pasaba el tiempo resolviendo rompecabezas y realizando manualidades con chaquira. Fue operada ocho veces del ojo izquierdo. No hubo nada más que hacer. “Yo me sentía muy culpable”, confiesa. “Mi mamá dejaba a mi papá y hermanos para estar conmigo. Fueron meses de tratamiento. Tratamientos muy largos y dolorosos. Nunca recuperó la vista del ojo izquierdo.

“Posteriormente entré a la universidad a estudiar  Administración de Empresas Turísticas”, nos cuenta. Veía con un solo ojo y bajó 40 kilos. Estaba muy contenta hasta que, a los 25 años, un herpes le atacó el ojo derecho y le destruyó la córnea. “Cuando fui a pagar mi baja de la universidad fue el día más triste”, confiesa. Dice que siempre contó con el apoyo de su madre, quien no dejaba de insistirle que volviera a estudiar.

La suerte quizo que, un buen día, Sara se encontrara con una persona ciega que era guiada por un perro, y que le dijo que, si lo quería, podría volver a leer, a estudiar, a caminar sola por la calle. “En ese momento me negué”, pero eventualmente esa amistad la llevó a asistir a una convención de ciegos en Filadelfia que le cambió la vida.

Ahí se dio cuenta de que, como muchas otras personas invidentes, podía salir adelante. “Conocí a un señor mormón que me habló de un centro de rehabilitación para personas ciegas que está en Louisiana que me dijo: ‘si usted fuera mi hija, y como tal la veo, la mandaría allá.'” En ese centro aprendió a caminar con bastón, a cocinar, a limpiar la casa, a lavar la ropa, a ir de compras, es decir, a ser independiente. “Estuve un año haciendo cosas que ni cuando veía me había atrevido a hacer”, admite.

“Fui a los rápidos a Tennessee. Escalé montañas en Arkansas. La filosofía de esta escuela es: ‘ser ciego no es una tragedia. Es una característica de tu persona’. Los impedimentos son creencias y prejuicios que las personas tienen. Si quieres puedes salir adelante.”

También recuerda que, en una ocasión, fue seleccionada para participar en un proyecto llamado Diálogo en la oscuridad, en el Papalote, museo del niño. Se trataba de una experiencia en la que las personas “entran tapadas de los ojos y no saben que sus guías son ciegas. El primer ambiente es un bosque, después un mercado, una ciudad, un barco y para terminar un bar. Las personas usan todos sus sentidos: olfato, tacto, gusto.”

Fue quizá entonces que descubrió una vocación pedagógica.  “Estuve en los colegios de la red judía a dar mi testimonio de vida. Doy conferencias adonde me llaman y me da mucho gusto.”

Una vez se encontró en un cine al señor Carlos Lisbona, quien le preguntó por qué no iba más al deportivo. Ella respondió que había cambiado su bastón por una perra guía y que les llevaría tiempo acostumbrarse la una a la otra. Lisbona le obsequió una elíptica. También la contrató para trabajar en su empresa, donde laboró por 10 años. Fue esa la época en que la inquietud de estudiar volvió a ocupar la mente de Sara.

“Fui a la Universidad Anáhuac; al hablar con el director de la facultad de Psicología, no sabía qué
contestarme pues nunca habían tenido un alumno ciego. Yo le expliqué que con mis herramientas
yo podía hacer todo. Habló con el rector. A los pocos días recibí una llamada de aceptación a la
universidad. Terminé la carrera con cuatro excelencias por mejor promedio y una Mención
Honorífica”, recuerda con orgullo.

Más tarde, Sara obtuvo la maestría en Terapia Sistémica Familiar por la UVM y ahora tiene dos proyectos: escribir un libro y hacer una maestría en Orientación Cognitivo-Conductual, que es “una herramienta más para ayudar a las personas.”

Alfie admite que ha sido discriminada por su condición. “No me dan trabajo. La gente no está preparada para recibir a una persona ciega”, pues piensan que “tú no eres lo suficientemente capaz”. Y aunque una persona ciega es perfectamente capaz de tener una vida normal, los prejuicios suelen imponerse y erigirse como obstáculos absurdos.

“Es muy desgastante llegar con mi perro guía y que no me dejen entrar a un restaurante o una tienda. Es humillante que te discriminen por no ver.”

Con la energía y la buena actitud que la caracterizan, Sara solo espera tener la oportunidad de irse a España a estudiar su maestría. Mientras tanto, ofrece psicoterapia, sigue dando conferencias y encara la vida con fortaleza. En su mente, las sombras se han disipado.

 

Si deseas contratar a Sara para dar una conferencia o colaborar de alguna manera con ella, escríbele a [email protected]

 

Si quieres conocer más sobre este extraordinario personaje, mira este pequeño documental:

 

 

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