Enlace Judío México e Israel.- No teman a sus teorías tontas acerca de “los Benjamines” y los judíos.

WALTER RUSSELL MEAD

Preguntar si la nueva diputada Ilhan Omar fue antisemita o poco astuta cuando sugirió que el apoyo de Estados Unidos a Israel es impulsado por intereses monetarios (“se trata del bebé de los Benjamines) y los estadounidenses que deben “lealtad a un país extranjero” es una pérdida de tiempo. Omar es una política dotada y ambiciosa que cree que hostigar a los judíos ayudará a su carrera. La cuestión no es si ella es una buena persona, sino si ella es importante. ¿Su aparición en la escena política señala un cambio sustancial en la política estadounidense–ya sea un antisemitismo renovado o una alianza disminuida entre Estados Unidos e Israel?

La respuesta en este punto es que la notoriedad de Omar es más ruido que otra cosa. Políticamente, su elección no significa demasiado. Que el distrito del Congreso al que Keith Ellison representó por seis mandatos eligiera a Omar para reemplazarlo difícilmente representa un terremoto político. Ellison tuvo vínculos con la Nación del Islam y un historial fuertemente anti-Israel. Los votantes en el Quinto Distrito Parlamentario de Minnesota han tolerado estos sentimientos por algún tiempo.

Luminarias del Partido Demócrata como Bernie Sanders y Chuck Schumer apoyaron a Ellison en su puja del 2017 para ser el presidente del Comité Nacional Demócrata (él finalmente fue segundo). Aun antes de Omar, el partido ha estado más interesado en alcanzar un acomodamiento con los políticos militantemente anti-Israel que en expulsarlos del partido.

Como Ellison, Omar juega para un electorado nacional tanto como local. Ellison se volvió un símbolo tanto para los que dan la bienvenida como para los que temen la prominencia creciente de las voces estadounidenses musulmanas en la política estadounidense. Más joven, más fotogénica y tal vez más carismática, la Srta. Omar espera repetir y si es posible sobrepasar el éxito de Ellison. Pero el camino que ella ha elegido no es nuevo.

En una perspectiva histórica más larga, la aparición del antisemitismo progresista y su presencia en subculturas tanto inmigrantes como nativas es habitual. Los abolicionistas del siglo XIX como William Lloyd Garrison, tanto como figuras más recientes como Louis Farrakhan y Al Sharpton, usaron el antisemitismo para propósitos políticos. Los inmigrantes de Alemania y Rusia trajeron la infección del antisemitismo con ellos desde el viejo país, y las tensiones entre inmigrantes católicos y la comunidad judía estadounidense atormentaron a los políticos demócratas mucho antes de que el partido luchara por alojar tanto a Alan Dershowitz como a Ellison.

¿Tendrá éxito la nueva ola de activistas anti-Israel de izquierda en quebrar la alianza entre Estados Unidos e Israel? La respuesta es casi seguramente que no, menos debido a los Benjamines que a la debilidad del caso conspirativo anti-Israel. El argumento que la comunidad judía estadounidense–animada por lealtad servil hacia el estado judío, armada con recursos financieros ilimitados, e instigada por cristianos fundamentalistas que están esperando el Armagedón–ha impuesto una política pro-Israel sobre la mayoría gentil puede resonar con los fieles, pero asombra a la mayoría de los estadounidenses como imposible y flojo.

Los estadounidenses que siguen un poco la política saben, por ejemplo, que los judíos estadounidenses son cualquier cosa menos monolíticos en el tema de Israel. Muchos judíos estadounidenses son más hostiles a los asentamientos judíos en la Margen Occidental que los estadounidenses no judíos. Lejos de apoyar fuertemente como robots a políticos pro-Israel de línea dura, la mayoría de los judíos estadounidenses votaron contra Donald Trump y George W. Bush. Un político estadounidense cuyo único objetivo fuera recaudar dinero y votos de los judíos estadounidenses haría mejor en criticar a Benjamín Netanyahu que en elogiarlo.

Los estadounidenses también saben, en muchos casos a partir de la experiencia personal, que el apoyo cristiano a Israel no está confinado a los fundamentalistas predicadores de la Biblia contando los días para el Armagedón. Es y ha sido por mucho tiempo generalizado entre cristianos de muchas visiones teológicas que lamentan el antisemitismo cristiano asesino de siglos pasados, que admiran el éxito económico y la fuerza militar de Israel, y quienes, sin ser intolerantes del Islam, aborrecen el odio venenoso hacia el judío que es tan lamentablemente prevaleciente entre algunos musulmanes hoy.

Hay otro problema para Omar y sus aliados. La teoría de que “los judíos” controlan la política exterior estadounidense distribuyendo Benjamines a funcionarios electos no es sólo una teoría acerca de judíos ricos e inescrupulosos. Es una teoría acerca de gentiles estúpidos incapaces de percibir los propósitos desviados de la Raza Maestra de nariz ganchuda. Esto refleja no sólo antisemitismo sino desprecio por el pueblo estadounidense como un todo.

Omar, como muchos otros activistas anti-Israel, parece creer que mezclando teorías chifladas acerca de la política estadounidense con insultos a la inteligencia de los votantes cambiará la forma en que los estadounidenses ven el conflicto de Medio Oriente. Cuando falla esta estrategia, como ocurre invariablemente, los activistas anti-Israel atribuyen el fracaso no a la debilidad de sus argumentos sino una vez más a los Benjamines de esos judíos -tan-astutos, y a la estupidez de los votantes no judíos hipnotizados. Ellos intentan nuevamente, fracasan nuevamente y maldicen a los “lobistas” y sus lacayos nuevamente.

Esta no ha sido una receta para el éxito en la política estadounidense en el pasado. La señorita Omar y sus partidarios parecen pensar que esta vez será diferente. Veremos.

 

 

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México