Enlace Judío México e Israel.- Durante años, la organización terrorista engañó a la clase experta para que creyera que estaba evolucionando en forma pacífica. Ahora que muchos han despertado, surgen ficciones nuevas y más peligrosas.

TONY BADRAN

Llevó más de 10 años, pero el Reino Unido finalmente ha designado a la totalidad de Hezbolá como grupo terrorista. El Reino Unido ya había designado a la llamada ala militar de Hezbolá en el 2008, y ahora, el Secretario del Interior Sajid Javid dijo que Gran Bretaña “ya no es más capaz de distinguir entre su ala militar ya proscripta y el partido político.”

Por supuesto, la distinción siempre fue ficticia.

Esto no era una cuestión de opinión. Era la posición explícita del grupo mismo. Invariablemente, Hezbolá dejó en claro una y otra vez que tenía un único liderazgo que manejaba todos los aspectos de las actividades del grupo, como declaró en forma llana el Secretario General Adjunto de Hezbolá, Naim Qassem, en una entrevista muy citada del 2009 con Los Angeles Times, por dar un ejemplo.

La cuestión, por lo tanto, no trata sobre pruebas. En todo caso, tiene que ver con la elusión deliberada de las pruebas; no es que el gobierno británico no tuviera suficiente información acerca de Hezbolá antes que finalmente resolviera designarlo. Tampoco, por tal caso, los franceses, quienes rechazaron inmediatamente seguir el ejemplo de la decisión británica. Tampoco los alemanes. ¿Entonces por qué la gente eligió negar la realidad y crear tales dicotomías ficticias como la historia de Hezbolá teniendo alas diferentes y dispares, una violenta y otra benigna?

Por años, la literatura sobre Hezbolá propuso precisamente una dicotomía tan falsa acerca de la organización. Estos no fueron simplemente ejercicios académicos: En coyunturas específicas, expertos y periodistas divulgaron categorías y distinciones falsas, argumentando que Hezbolá estaba evolucionando de un mero grupo terrorista a algo más matizado. De manera no sorprendente, estas ideas ocultaron a propósito la historia del grupo y su naturaleza, lo cual no es sorprendente dado que algunos de los expertos en Hezbolá, como el académico Augustus Richard Norton o la periodista Hala Jaber, simpatizaban con el grupo, o, como el académico Amal Saad-Ghorayeb, eran partidarios rotundos, que comparten su animosidad hacia Israel, y hoy están teniendo una crisis por la designación del Reino Unido. Bajo el disfraz de estudiosos desapasionados, estos observadores profesionales del Líbano invirtieron en la imagen del grupo al que estuvieron promoviendo, aún más así cuando la mayoría estaba escribiendo al momento en que Estados Unidos volvió su atención a la guerra contra el terrorismo. Por lo tanto, la literatura experta sobre Hezbolá del período asumió una misión: Distinguir a la organización chií de los grupos terroristas suníes, y quitarla de la mira de Estados Unidos. Como tal, con pocas excepciones, minimizar o definir lejos el terrorismo de Hezbolá fue efectivamente la norma en la literatura académica y política en la época.

Aquí es donde surgieron las teorías ficticias. Hezbolá había “evolucionado” desde sus primeros días de operaciones terroristas transnacionales, argumentaron los expertos, llegando tan lejos como para poner en duda si el comandante militar del grupo, y el nombre más reconocible en asociación con su actividad terrorista—Imad Mughniyeh—era en verdad parte de la organización. Otros, de igual manera buscando distanciar a Mughniyeh de Hezbolá, depositaron el terrorismo del grupo exclusivamente a sus pies mientras lo retrataban como un agente canalla o como una clase de lobo solitario, que respondía a los iraníes, separado de Hezbolá, el cual estaba ahora presuntamente “libanizado.” Consideren al profesor de periodismo Mohamad Bazzi, quien en el 2008 fue anunciado como “trabajando en un libro sobre Hezbolá.” En una entrevista luego del asesinato de Mughniyeh, Bazzi declaró con autoridad que Mughniyeh “no ha estado realmente activo desde la década de 1980.” De hecho, prosiguió, “Es debatible si él aún tenía una posición protagónica en Hezbolá hasta este día.” Él era meramente una “causa vieja y simbólica de Hezbolá.”

O consideren este pronunciamiento por parte de otro periodista y autor de un libro sobre Hezbolá, Nicholas Blanford. “Mughnieh es descripto a menudo como jefe de seguridad de Hezbolá,” escribió Blanford en el 2003. “Pero no ha sido producida ninguna evidencia firme que él reciba sus órdenes de Hezbolá o tenga algún vínculo organizacional establecido con el grupo.” Esta evaluación puede ser rastreada hasta el libro 1997 de Hala Jaber—algunos años después que Mughniyeh ordenó los ataques contra la Embajada de Israel y el centro comunitario judío en Buenos Aires: “Uno debe ver a Mughniyeh como alguien que está en los márgenes,” escribió Jaber. “De hecho, Mughniyeh no reporta a Hezbolá.”

De igual manera, la literatura descartó comúnmente cualquier sugerencia que Hezbolá era una extensión orgánica del régimen iraní, y un instrumento clave de su proyección de fuerza. Un artículo académico del 2005 describió esta posición como un “enfoque anacrónico.”

Estas afirmaciones ridículas y distinciones artificiales fueron revestidas en la jerga académica acostumbrada acerca de cómo etiquetar al grupo como terrorista es un “golpe discursivo”, lo cual obstaculiza “la producción de conocimiento”, ya que caricaturiza a Hezbolá y oculta su otro trabajo social y político. Esta frase fue también una polémica moralizadora. Ya que Hezbolá era un partido político con un gran electorado que vota por él como su representante en el sistema libanés, ¿designarlo como grupo terrorista significa que estos partidarios eran también terroristas?

Esta evocación de viejos chistes favoritos como el matiz y la moralidad fueron hechos perfectamente a la medida de elaboradores de políticas occidentales, especialmente los europeos, quienes se felicitaron por tener una visión profunda y única del Medio Oriente. Y si bien la antipatía hacia Israel desempeñó un rol en excitar la imaginación europea, fue un sesgo ontológico, no político, el que hizo natural que expertos a ambos lados del Atlántico adopten la idea de que Hezbolá era algo más que un grupo terrorista: Para los practicantes de la política en el Occidente, viendo las cosas como 50 sombras de Gray es el ápice de la sofisticación terrenal, el atributo más gustoso. Consideren la elección de palabras del presidente francés Emmanuel Macron cuando comentó sobre la reciente decisión británica: “Francia ni ninguna otra potencia tienen el derecho de decidir qué partidos políticos libaneses son buenos y cuales no lo son. Esto corresponde al pueblo libanés.”

Grandiosas como son las palabras de Macron, no sostienen una vela a la sofisticación matizada de los ex funcionarios de la administración Obama. Consideren las opiniones de John Brennan, quien pasó a convertirse en director de la CIA bajo el Presidente Obama. Cuando él fue asistente del presidente en seguridad interior y contraterrorismo en el 2010, los comentarios de Brennan acerca del grupo fueron noticia. Hezbolá era “una organización muy interesante,” dijo. Y había evolucionado de ser “puramente una organización terrorista.” Seguro, había “elementos” dentro de Hezbolá que eran de preocupación. Pero lo que EEUU tenía que hacer, explicó Brennan, era encontrar formas de disminuir su influencia dentro de la organización y tratar de levantar a los elementos más moderados.”

Es probable que Brennan creyera esta tontería. Lo más importante, sin embargo, es que la vanidad intelectual y moralizadora de Brennan fue una cobertura para establecer elecciones políticas, a saber la distensión y realineamiento del Presidente Obama con Irán.

En el 2008, Brennan había usado el mismo tono acerca de Hezbolá siendo una organización de capas y compleja, pero esta vez Brennan estuvo sacando el tema de la organización terrorista libanesa para argumentar en favor de otra dicotomía infame e igualmente ficticia: fortalecer a los moderados contra los “extremistas” en Irán. Esta estrategia, la cual fue la política declarada de la administración Obama, requeriría, escribió Brennan, “paciencia estratégica” y sensibilidad ante las realidades políticas complejas dentro de Irán, tanto como la complejidad de la estrategia regional de Teherán, una señal temprana de como Obama trataría el proyecto regional de Irán: “Washington,” destacó el futuro director de la CIA, “no debe esperar que Teherán corte alguna vez sus vínculos con el Hezbolá libanés.” Pero eso difícilmente era un problema, continuó Brennan, porque, en todo caso, Irán puede ayudar a profundizar la participación de Hezbolá en la política libanesa. “No sería temerario… que Estados Unidos tolere, e incluso aliente, la asimilación mayor de Hezbolá dentro del sistema político de Líbano,” dijo Brennan. Aumentar “la participación de Hezbolá” en el proceso político en Líbano es la “mejor esperanza” para “reducir la influencia de los extremistas violentos dentro de la organización—tanto como la influencia de los funcionarios iraníes extremistas.” Y fue en este contexto que él repitió la burrada notada anteriormente sobre la libanización y “evolución” de Hezbolá—“muy lejos de la génesis de Hezbolá como únicamente una organización terrorista.”

Por supuesto, continuó Brennan, mientras Estados Unidos seguía esta política matizada y sofisticada, era probable que enfrente un problema espinoso: la intransigencia israelí. La administración Obama, la cual pronto se embarcaría en su política pro-iraní, “tendrá que convencer a los funcionarios israelíes que ellos deben abandonar su objetivo de eliminar a Hezbolá como una fuerza política,” continuó Brennan. La administración Obama iba a “trabajar para ayudar a promover en vez de arruinar los intereses iraníes,” explicó Brennan. Por definición, entonces, la política pro-iraní, como vimos durante ocho años, significó debilitar a los aliados de Estados Unidos.

Siendo Washington lo que es, las opiniones de Brennan señalaron a los aspirantes a burócratas en qué dirección estaba soplando el viento. Y así, Steven Simon, un ex funcionario del Departamento de Estado y de la Casa Blanca de Clinton que pronto se uniría al Consejo de Seguridad Nacional de Obama, fue co-autor de dos ensayos en el año 2010 expandiéndose sobre la idea de Brennan. Agregando otra capa de sofisticación pseudo-intelectual a las afirmaciones del futuro jefe de la CIA, Simon impulsó una analogía entre Hezbolá y el IRA. Como el IRA, el que se “convenció que la urna era más poderosa que la pistola,” afirmó Simón, “Los líderes de Hezbolá podrían ver un movimiento hacia la desmilitarización como un nuevo lugar para aumentar el atractivo del grupo y reforzar su credibilidad como partido.”

Esta declaración, y la comparación que postula, es aún más bochornosa hoy que cuando fue publicada. Aun cuando Simón concedió que, a diferencia del IRA, Hezbolá tenía un respaldo estatal, él no obstante sostuvo, basado en un estudio de Rand Corp del 2009, “que Hezbolá se estaba distanciando del patronazgo iraní a fin de aumentar su legitimidad interna entre partidos que lo veían como lacayo de Teherán.” Ustedes no tienen que sentarse en las agencias de alta seguridad de la nación para saber que esta declaración es precisamente lo opuesto literal a la verdad: Hezbolá no es meramente un receptor de apoyo iraní; es parte de la estructura de mando iraní. Ese solo hecho anula la base de la comparación de Simon. Aun así él vio como “asombrosas” las similitudes entre el IRA y Hezbolá. Ustedes podrían preguntar ¿cómo? Porque ambas organizaciones tenían “alas política y militar,” naturalmente. Aun cuando todos sabían que el IRA y su llamada “ala política,” Sinn Fein, eran distintos sólo de nombre, los líderes del Sinn Fein al menos hacían el acto público de separarse del IRA y sus operaciones. Hezbolá, por otro lado, subraya con énfasis la unicidad absoluta del grupo y su mando. Ninguno de estos hechos fácilmente observables, sin embargo, hizo alguna diferencia para Simón.

En la década desde la publicación del ensayo, el crecimiento en la actividad militar de Hezbolá hace una burla de la afirmación de Simón de su presunto deseo de “desmilitarizarse” y “cambiar más decisivamente al ámbito político.” De hecho, Hezbolá ha incrementado tanto su rol militar como su dominación política, quizás porque nunca vio a las dos como opciones mutuamente excluyentes.

Todo esto no fue de interés para Simón, quien estuvo simplemente impulsando una política de establecer un canal con Hezbolá. “La administración Obama,” escribió él, “debe suspender su prohibición de contacto oficial con Hezbolá.”

En otras palabras, nunca importó si alguno de estos argumentos fantasiosos tenía algún mérito intelectual. Eso no venía al caso. Como con los académicos y periodistas que inventaron categorías distintas en Hezbolá al servicio de su política preferida, en lo que estuvieron involucrados Brennan y Simón no fue un ejercicio intelectual real. Más bien, lo que hicieron fue simplemente poner un barniz de mundanidad matizada sobre una decisión política que ya estaba tomada por su jefe: distensión y realineamiento con Irán. Eso significó, como vimos durante la década pasada, reconocer lo que Obama llamó como eufemismo las “acciones” de Irán en la región, y colaborar de forma efectiva con los activos iraníes y apuntalar un orden iraní desde Bagdad a Beirut.

Uno sospecha que una lógica similar se aplica a Francia. Detrás del discurso altísimo y moralizador de Macron, hay quizás cálculos menos nobles. Por un lado, Macron sabe que las tropas francesas estacionadas en Líbano como parte de UNIFIL podrían volverse blancos una vez más. Pero más allá de las amenazas, Francia invirtió en Líbano, política y económicamente. Y los franceses entienden que Hezbolá dirige el espectáculo en Beirut. Los cuentos de hadas sobre alas diferentes, por lo tanto, son necesarios para los negocios.

Pero si bien la vieja línea sobre Hezbolá teniendo alguna suerte de distinción mágica entre sus alas política y militar ya no corre más para algunos, la historia que se cuentan a sí mismos hoy los bien pensados en los círculos políticos en todas partes en el Occidente es otra ficción conveniente de que puedes separar al grupo que domina al gobierno libanés y a todas sus instituciones de la entidad política que éste domina. En otras palabras, el conjunto inteligente de hoy cree que puedes designar en cierta forma al primero como una organización terrorista mientras continúas apoyando y haciendo negocios con el último sin interrupción.

Tanto como EE.UU. y los europeos quieren fingir que Hezbolá y el “estado libanés” no son lo mismo, la realidad es la infalible manta mojada. Tal es la distinción total entre el estado libanés y Hezbolá que la embajada libanesa en Londres intervino en nombre de Hezbolá con una carta a los miembros del parlamento británico explicando cómo Hezbolá “goza de amplio apoyo popular, y está representado en el parlamento, el gobierno y las municipalidades, y es difícil apartarlo del público general libanés.” Enfatizando más el muro de protección entre Hezbolá y las instituciones estatales, el ministro del exterior libanés, un aliado cercano de Hezbolá, proclamó junto a la Alta Representante de la U.E. para Política Exterior, Federica Mogherini que Hezbolá “seguirá abrazado por las instituciones estatales y todo el pueblo libanés.”

Los libaneses saben que pueden salirse con la suya en esto. Cualquier nación ahora puede, por ejemplo, advertir a los libaneses acerca de la “influencia” de Hezbolá en el gobierno, o de su control sobre este o aquel ministerio, y aun así darse vuelta al día siguiente y anunciar su compromiso duradero en apoyar a este mismo gobierno y dar ayuda dentro de sus instituciones. Esto, lamentablemente, es lo que está haciendo el gobierno de Estados Unidos. Peor aún, nuestro secretario de estado, visitando Líbano más tarde este mes, sólo prestará el prestigio estadounidense a este gobierno manejado por Hezbolá.

Sin dudas, la decisión británica de proscribir a Hezbolá, y los esfuerzos en curso de la administración Trump para atacar la empresa criminal y fuentes de ingresos del grupo son loables. Pero son socavados por el apego obstinado a una política de fantasía.

Estados Unidos continúa instando a países europeos como Francia y Alemania a seguir el ejemplo de Gran Bretaña y dar de baja al mito de alas distintas en Hezbolá, sin resultado, ya que el mito sirve a sus políticas hacia Líbano e Irán. Pero Washington está casado con una fábula propia: que fortaleciendo las “instituciones” de un estado controlado por Hezbolá, derrotamos en cierta forma (y nadie se molesta de hecho en explicar cómo o cuando) la “narrativa” de Hezbolá, como el comandante del Mando Central de EEUU, el Gen. Joseph Votel, explicó a un comité del Senado el mes pasado, la política estadounidense de fortalecer a las Fuerzas Armadas Libanesas—las que mantienen una relación sinérgica con Hezbolá—ayudan a recortar “la afirmación de Hezbolá que su milicia armada es necesaria para proteger a Líbano.” Porque eso es en cierta forma algo real, y la “narrativa” es como se supone que una superpotencia conduzca la política. Los británicos también han invertido muy fuerte en las FAL, y la “narrativa,” y continuarán haciéndolo aun cuando proscribieron a Hezbolá, el cual no sólo opera en forma conjunta con las FAL, sino que también controla el gobierno al cual responden las FAL.

Las dos ficciones, que distinguen entre las alas de Hezbolá y entre Líbano y Hezbolá, no son idénticas, pero su función es la misma. Son simplemente una cobertura para una decisión política predeterminada, y una forma conveniente de eludir una realidad que simplemente no queremos reconocer o con la cual no queremos lidiar—a saber, que Líbano es manejado por un grupo terrorista vinculado con Irán. Y que apoyando a las “instituciones estatales” de Líbano dominadas por Hezbolá, estamos apoyando al estado de Hezbolá.

 

*Tony Badran, analista del Levante de la revista Tablet.

 

Fuente: Tablet
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México