Enlace Judío México e Israel.- Las encuestas señalan que lo más probable es que Benjamín Netanyahu se alce con la victoria en las elecciones que se llevarán a cabo el próximo martes 9. Sin embargo, el papel de Benny Gantz puede ser no sólo relevante, sino incluso determinante, para la próxima legislatura israelí.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El sistema electoral israelí tiene sus particularidades. Aunque las campañas se hacen a título de quienes aspiran a ser el próximo Primer Ministro—Netanyahu o Gantz, por ejemplo—, la gente no vota directamente por ellos, sino única y exclusivamente por el partido. En función del porcentaje obtenido en la votación, a cada partido se le asigna un número proporcional de diputados (la Knéset tiene 120 en total). Por supuesto, se puede hablar de un “partido ganador”, y es el que obtenga más escaños.

Antes de la elección, cada partido o coalición publica su lista de candidatos a ocupar un escaño, y siempre el primero de la lista es quien se presenta como líder de ese partido—como Netanyahu con Likud—o coalición—como Gantz con Kajol Velabán—. Una vez dados los resultados oficiales, el presidente en turno—Reuven Rivlin, en esta ocasión—encargará a uno de los líderes de partido o coalición la encomienda de integrar el próximo gobierno.

La lógica indicaría que dicha encomienda la debe recibir el líder del partido que más escaños gane en la elección, pero no necesariamente tiene que ser así. Por ejemplo, en 2009 Tzipi Livni y Kadimá obtuvieron 28 escaños, y Netanyahu y Likud obtuvieron 27. Sin embargo, la encomienda de formar gobierno la recibió Netanyahu, no Livni.

La razón es lógica: al sólo disponer de 28 o 27 escaños de un total de 120, ambos partidos tenían que conseguir el apoyo de 33 o 34 parlamentarios de otros partidos para poder integrar una mayoría de 61 escaños en la Knéset, requisito mínimo para considerar que “se ha integrado el nuevo gobierno”. Previamente a las elecciones, varios partidos ya habían hecho públicos sus posicionamientos, y se sabía que Livni no lograría integrar una coalición mayoritaria. Por eso, la encomienda de formar gobierno se le dio a Netanyahu.

Cuando el líder del partido que obtuvo más escaños no logra integrar una mayoría parlamentaria con un mínimo de 61 escaños (tiene un mes para lograrlo), se le asigna la encomienda a otro líder de partido (por lógica, al que haya quedado en segundo lugar).

Por estas razones resulta poco relevante que las encuestas indiquen un empate técnico entre Netanyahu y Gantz. A ambos se les dan alrededor de 30 escaños. Dado que están muy lejos de la mayoría (61 de 120), lo importante es quién sería capaz de integrar una coalición de gobierno, y en ese rubro las encuestas señalan que Netanyahu podría integrar una coalición de 62 escaños, mientras que Gantz sólo podría integrarla con 58. Por eso se considera que Netanyahu será, probablemente, el ganador (aún en el caso de que Kajol Velabán obtuviera uno o dos escaños más que Likud).

Esta peculiar situación del sistema electoral israelí genera otra particularidad que no siempre ha sido positiva: en coyunturas como la actual, puede darle demasiado poder a partidos pequeños que no gozan de amplio apoyo popular.

Veámoslo así: las encuestas señalan que varios partidos podrían obtener entre 4 y 10 escaños. Es el caso de Yahadut Hatorá (6 escaños), o Hayemim Hehadash, Zejut, Kulanu y Shas (5 escaños cada uno). Son partidos que por su orientación ideológica apoyarán a Netanyahu y serán parte de su probable coalición.

Pero ojo: si la coalición tiene sólo 62 escaños, cualquiera de ellos es determinante. En caso de retirarse, dejarían a la coalición sin la mayoría necesaria para funcionar, y eso—literalmente—tumbaría al gobierno. Habría que convocar a nuevas elecciones.

Eso es lo que provoca que, paradójicamente, un partido sin gran apoyo en la sociedad israelí y que sólo gana 5 escaños en la Knéset, repentinamente tenga una muy buena carta para chantajear al gobierno. Su representación en el parlamente es proporcional a la postura de la sociedad israelí, pero su poder real no. Es más de lo que la lógica democrática establece.

Si en los últimos años usted ha leído de ciertos problemas que se han dado con los partidos religiosos, justamente es por esto. Yahadut Hatorá y Shas son agrupaciones políticas integradas por judíos ortodoxos o ultra-ortodoxos, y su agenda política está enfocada en defender los proyectos de los núcleos más tradicionalistas. Y está bien. Eso no implica ningún problema, en principio. Pero la situación se complica cuando sus 4 o 5 escaños resultan indispensables para la coalición de gobierno, y entonces el gobierno tiene que ceder en más cosas de las que el resto de la sociedad israelí—una sociedad eminentemente laica—tolera o está dispuesta a tolerar. De allí han surgido repetidas críticas contra Netanyahu, en el sentido de que ha cedido demasiado poder a los partidos religiosos. Y es cierto, pero es que de no hacerlo, las coaliciones de gobierno se habrían resquebrajado.

Ese es el punto donde Gantz puede traer un cambio radical a la política israelí. Lo más probable es que no gane y no sea el próximo Primer Ministro, pero los 27 o 28 escaños que las últimas encuestas calculan para Kajol Velabán pueden facilitar mucho la vida política israelí si Gantz acepta integrarse a la coalición de gobierno (si acaso Netanyahu lo invita, por supuesto).

Al respecto, Gantz ya ha externado o insinuado que no lo haría. Pero sería una lástima. Entre Likud y Kajol Velabán podría establecerse una coalición inicial con 57 o 58 escaños, por lo menos. Obviamente, se necesitan unos pocos más, pero también hay muchos otros partidos que se integrarían. A juicio de los analistas, Yahadut Hatorá, Hayemim Hehadash, Zejut, Kulanu, Shas y Yisrael Beitenu lo harían, y entre todos se calcula que aportarían alrededor de 40 escaños más, lo que podría significar una coalición de gobierno de entre 95 y 100 parlamentarios.

En ese caso, un partido que sólo tiene 5, 6 o 7 escaños pierde cualquier posibilidad para chantajear al gobierno, y si quiere echar a andar su agenda política—algo perfectamente legítimo—tiene que hacer una buena oferta política, algo convincente para la sociedad.

Por supuesto, las diferencias entre el grupo de Netanyahu y el de Gantz parecen demasiado graves, y eso es lo que genera la impresión de que estoy hablando de algo imposible.

Pero no es así en el caso de Israel. Siendo una democracia parlamentaria, la política se debe hacer a partir de la negociación. Y justamente uno tiene que negociar con quienes piensan diferente. También para Likud y Kajol Velabán sería un avance político renovador tener que sentarse a discutir, negociar, construir acuerdos, con gente que mantiene posturas distintas.

En el papel parece fácil. Es obvio que en la vida real todo esto es muy complejo, pero no por ello deja de ser cierto que Gantz tiene la oportunidad de abrir una puerta que cambie, de manera trascendental, las reglas con las que ha jugado la política israelí desde hace varios años.

Nunca es tarde para aprender. Nunca es mal tiempo para mejorar.

Lo más seguro es que el próximo martes 9 Gantz pierda la oportunidad para ser Primer Ministro. Pero si Netanyahu hace un gesto de gran altura política y le abre el espacio para integrarse a la coalición de gobierno, estará en sus manos una oportunidad única para demostrar que tiene madera de estadista.

Gantz es diez años menor de edad que Netanyahu. Quién sabe si abriéndose a estas opciones, podría estarse preparando para un eventual relevo. Porque, obviamente, Bibi no es eterno. Tarde o temprano alguien tendrá que remplazarlo, y no será fácil. Con todo lo que se pueda decir a favor o en contra de Netanyahu, está fuera de toda duda que ha sido una figura titánica en la política de Israel. Su sucesor tendrá que llenar un hueco demasiado grande y demasiado profundo.

En los próximos días veremos si Gantz tiene las dimensiones para, algún día, hacerlo.

Ojalá que sí, porque tarde o temprano va a hacer falta.

 

 

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