Enlace Judío México e Israel.- Tanto señoras como señores asisten a clases de yidish para poder hablar entre ellos, para recordar, para regresar a sus hogares, donde con sus padres y sus abuelos solamente hablaron el Yidish, esa lengua que nos unió a pesar de la dispersión del pueblo y de las diferentes expulsiones que hemos sufrido de los países que como Galut hemos vivido.
THELMA KIRSCH
Gracias a Jessica Kirsch por llevarnos de vuelta dando su tiempo a todos los que aún lo recordamos o que tuvimos la suerte de escucharlo en nuestros hogares o en la Ydishe Shul, a Sara Rosenfeld por su iniciativa para llevar a cabo esta actividad y a la Mesa directiva por su apoyo para que todas las generaciones asistan y sean parte activa del Centro Israelita de Monterrey.
La Historia del Yidish
¿Cuál es el idioma ideal para ser considerado universal?
Seleccionar cualquiera de las lenguas vivas para convertirse en este importante vehículo de comunicación, ha dado como resultado siempre el fracaso. Por eso es necesario buscar un idioma artificial que sea fácil para todos.
Un idioma universal para poder comunicarse sin barreras de ningún tipo es como un sueño y hace más de cien años un adolescente llamado Lázaro Ludovico Zamenhof, polaco de origen judío se atrevió a intentarlo.
En las ultimas décadas del siglo XIX, en el este de Polonia la situación era tensa: se hablaban cuatro idiomas y dialectos: alemán, ruso, polaco e yiddish. Estos dos últimos se consideraban como lenguas clandestinas y se empleaban a escondidas (el polaco porque desde mediados de siglo los rusos, que ocupaban el territorio, habían decretado la abolición de la cultura polaca y su sustitución por la rusa, y el yiddish, porque era un dialecto formado a partir de una mezcla de hebreo y alemán) pero la minoría judía, relegada al gueto, lo empleaba para comunicarse.
Era natural que en una comunidad multilingüe se dificultaran las comunicaciones, es decir, las autoridades hablaban un idioma, los comerciantes otro, y el resto del pueblo no salía de su ostracismo lingüístico. ¡A veces se producía un caos, era casi imposible establecer comunicación entre las personas! Una verdadera torre de Babel a finales del siglo XIX.
Fue precisamente por esta delicada situación que el sensible Ludovico, de apenas 17 años de edad, decidió entregarse a la tarea de crear y propagar lo que él mismo llamó “una lengua con pretensiones de universalidad”. La creación del nuevo idioma presentaría retos formidables: debía ser fácil de aprender, entender y no debía presentar muchas complicaciones gramaticales.
Brillante y políglota, el adolescente, con talento innato hacia la lingüística, comenzó a divisar la solución: el lenguaje sería fonético, con un vocabulario derivado de los idiomas romances. Con valor y teniendo los medios intelectuales necesarios para crear un nuevo idioma, Zamenhof comenzó su tarea. No fue fácil llegar a una lengua desprovista del peso de una gramática engorrosa y con una estructura casi esquelética, pero el joven Ludovico logró su objetivo.
La titánica labor resultó en uno de los mejores aportes del hombre a la lingüística moderna.
La labor le tomó diez años a Zamenhof.
En 1887, entonces un joven de 27 años, publicó su obra bajo el seudónimo de Doktoro Esperanto, (cuyo significado es Doctor Esperanza). Confesaría mas tarde que había escogido tan enigmático seudónimo porque emprendió la obra con la esperanza de unir a toda la humanidad en un solo idioma que permitiera la comunicación directa, fácil, sin la posibilidad de malos entendidos o interpretaciones equivocas o incorrectas. Dando como símbolo una estrella de cinco puntas de color verde (el color de la esperanza) sobre un fondo blanco.
Ludovico Zamenhof creía firmemente que “las guerras y la causa principal de la desunión entre los humanos era la diferencia de los idiomas”.
El ideal que había concebido era un mundo unido por una sola lengua, “como una gran familia” repetía. Las reglas del Esperanto (o Esperanza) podrían resumirse en una sola hoja.
Los filólogos y lingüistas que analizaron la nueva lengua después de su publicación estuvieron de acuerdo en que se trataba de una obra brillante, precisamente por sus características tan simples.
En la primavera de 1887, mientras las grandes potencias europeas se encontraban al borde de la guerra, Doktoro Esperanto imprimía panfletos con las reglas del nuevo idioma, repartiéndolos por toda Varsovia, Cracovia y otras ciudades polacas importantes, para divulgarlo y despertar el interés de la población hacia el Esperanto.
Las autoridades rusas, preocupadas por una guerra con Austria, no prestaron atención a los panfletos que estaban circulando; pensaron que era una de esas ideas que mueren solas y no pusieron mucho empeño en suprimirla.
En cambio, cincuenta y dos años más tarde, las fuerzas de ocupación nazi en Polonia prohibieron terminantemente el uso del Esperanto en todas sus formas, escrito o hablado, estableciendo severas penalidades para los que fueran sorprendidos usándolo. Los especialistas nazis consideraban que el “idioma arcano” inventado por un judío podía utilizarse como clave o forma de comunicación secreta entre los enemigos del Tercer Reich.
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