Enlace Judío México e Israel.- A pesar de enfrentar una elección reñida y los escándalos de corrupción que lo salpicaron, el premier israelí, que lleva diez años consecutivos en el poder, conserva la fórmula para mantenerse al mando del estado judío.

MARCELO RAIMON

La campaña fue intensa y apasionada, los políticos participaron de incontables actos proselitistas, la gente discutió en Facebook y las imprentas se llenaron los bolsillos preparando carteles y pasacalles. La democracia no podría estar más viva en Israel y la contienda puso al actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, frente a una alianza de dos potentes rivales, el general retirado Benny Gantz y el ex periodista Yair Lapid.

Una carrera donde todo puede pasar, se dijeron los israelíes durante meses. Pero, en la noche del lunes, cuando todo estaba listo para la votación del día siguiente, la misma conversación se repitió hasta el infinito, en los bares, por teléfono, en voz baja…

– Sí, yo voy a votar por Azul y Blanco, de Gantz (o a los Laboristas, o a Meretz…), pero ya sabemos que, al fin y al cabo, siempre gana Netanyahu
Esta vez, de manera algo menos espectacular que en las elecciones previas, del 2015 -cuando los israelíes se fueron a dormir tras la votación con un empate entre Bibi y el referente de la centroizquierda, Yitzjak Herzog, y se despertaron con una victoria del Likud-, el triunfo estaba asegurado pocas horas después de cerrados los comicios.

Al mediodía del martes en Jerusalén, escrutado más del 97 por ciento de los votos, el Likud de Netanyahu se llevaba 35 de las 120 bancas de la Knéset, el parlamento unicameral israelí, contra otros 35 de Azul y Blanco.

Como en Israel el sistema es parlamentario, el candidato que se corona como primer ministro es aquel en condiciones de sumar la mayoría necesaria de por lo menos 61 bancas en la Knéset y poder así recibir el encargo de formar gobierno.

Este asunto, Netanyahu ya lo tenía resuelto de antemano, y la votación así lo confirmó.

Es que, según las cuentas de los medios israelíes, el bloque de derecha que lidera Netanyahu sumará 65 bancas, contra los apenas 55 del polo de centro/centroizquierda.

Para empezar a sumar, Bibi contará con el apoyo de los dos principales partidos religiosos ortodoxos, el Shas, que representa a los sefaradíes, y Yahadut HaTorá (Judaísmo Unido de la Torá), del sector ashkenazi, que recogieron ocho bancas cada uno.

Esos partidos son ya socios antiguos de Neyanyahu, quien les suele conceder puestos importantes en ministerios fundamentales a los ojos de los religiosos, como Transporte o Educación. Desde esos lugares, y con la presión política de sus votos, Shas y Yahadut HaTorá mantienen al país bajo varios preceptos religiosos, los más llamativos de ellos la ausencia de transporte público en Shabat y el control kosher de los alimentos.

En un gesto de esperanza, Gantz, un ex militar muy condecorado, respetado y ex jefe del estado mayor conjunto de las fuerzas armadas de Israel, había dicho pocos días antes de la votación que iba a extender su mano a los partidos religiosos para formar gobierno.

Aryeh Deri, uno de los fundadores del Shas y actual ministro del Interior, lo cortó en seco: los líderes de Azul y Blanco “están tratando en vano” de acercarse a los partidos religiosos.

Deri habló así durante una reunión de su partido. Es sabido que respeta a Gantz, pero a Lapid no lo puede ni ver. Es que el ex periodista -y ex ministro de Finanzas entre el 2013 y el 2015, tras aliarse en coalición con el Likud- es conocido por su posición favorable a un mayor ingreso a las filas del ejército de los jóvenes ortodoxos, la mayoría de los cuales esquiva para siempre el servicio militar por acudir a la “yeshiva” para estudiar la Torá.

Netanyahu, por su lado, es favorable a la expansión de los asentamientos judíos en los territorios palestinos ocupados -un movimiento impulsado por motivos religiosos-, no pretende cambiar las reglas del Shabat ni es un entusiasta de más jóvenes ortodoxos en el ejército, por lo que siempre contó con los escaños de Yahadut HaTorá y Shas.

Además del Likud, Shas y Yahadut HaTorá, el bloque que apoya a Netanyahu lo forman Israel Beiteinu, que sumó cinco bancas, Ihud Miflagot HaYamin o Unión de los Partidos de Derecha, una alianza que incluye un sector ultranacionalista antiárabe y se llevó también cinco bancas, y Kulanu, con cuatro. Juntos suman los 65 que respaldarán a Bibi.

Azul y Blanco, por su parte, hizo una muy buena elección, pero no tiene dónde apoyarse por izquierda, ya que el histórico Laborismo alcanzó apenas seis bancas y la izquierda socialista de Meretz apenas arañó cuatro.

En su discurso triunfal de la noche del martes, Netanyahu dijo que espera que sus aliados soliciten cuanto antes al presidente, Reuven Rivlin, que le encargue formar gobierno. “Esta es una victoria increíble -dijo Bibi a sus seguidores en la sede central del Likud-, estoy muy conmovido por el hecho de que, por quinta vez, el pueblo de Israel haya creído en mí”.

Pero, mientras la alegría electoral embargaba a medio país, la otra mitad -e incluso muchos de los que votaron a Netanyahu- siguen preocupados por la prolongada estadía de Bibi en el poder y por algunas de sus actitudes consideradas demagógicas.

La economía israelí sigue marchando a todo vapor, unas de las principales razones de la victoria del Likud, pero sobre Netanyahu y su esposa, Sara, pesan varias denuncias de corrupción. La mujer de Netanyahu es, para muchos aquí, incluso la que le pone el “color” a los casos de corrupción, muchos de ellos casi frívolos.

La justicia ya le avisó este año a Netanyahu que lo planea investigar por, supuestamente, haber intercambiado “favores públicos” a cambio de regalos que suman miles de dólares, incluyendo joyas que -se rumorea aquí- fueron a parar al cuello de Sara.

Una acusación por corrupción no es chiste en Israel, como lo puede confirmar el ex primer ministro Ehud Olmert, quien pasó dieciséis meses en prisión después de haber sido hallado culpable de embolsar 60.000 shekels (unos 17.000 dólares) a cambio de un permiso para construir unas torres de lujo en Jerusalén.

“El dinero no fue para mí, sino para gastos políticos”, se defendió Olmert en la entrevista con el diario Yediot Ajaronot, durante la cual lanzó una recomendación para Netanyahu: “Bibi, andate a casa lo antes posible y de manera elegante”.

“Cuanto más rápido lo haga, mejor será recordado por todas las cosas buenas que hizo, porque sí las hizo -dijo el ex premier-. Pero si sigue adelante con esta conducta, esas cosas serán olvidadas”.

Olmert acusó al vencedor de anoche de perseguir a los fiscales que lo están investigando. Netanyahu, afirmó, “se está aprovechando de su cargo” y “lleva adelante una batalla contra la justicia”, afirmó. “Yo nunca hice eso como primer ministro, nunca ataqué a nadie”, completó.

Las palabras de Olmert sintetizan la opinión de un amplio sector del país, incluso de muchos que reconocen que, a pesar de todo, la economía israelí marcha muy bien.

Aunque el sistema de salud y varios sectores de las infraestructuras básicas están crujiendo,Israel es un habitué de las listas de los países más ricos y hasta figura en los primeros lugares del ranking de las naciones “más felices” que todos los años prepara la ONU.

Cuando inicie su quinto mandato, y siga extendiendo su récord en el poder (con 10 años, ya es el premier con más tiempo continuado en el cargo), Netanyahu posiblemente estará “blindado” por el éxito macroeconómico del país. Difícilmente pueda ser vulnerado, por ejemplo, por su posición en el frente de las negociaciones de paz con los palestinos, que se desvanecieron durante su mandato bajo la indiferencia de los países de Occidente y de los vecinos árabes.

Queda por verse cómo resistirá la creciente ola de denuncias por corrupción y el malestar que provoca su esposa Sara en gran parte de la población y del establishment.

Y también preocupa un flanco que inquieta en sordina pero que, para muchos, es quizás el peligro más grave que afronta el país: la tendencia de Netanyahu de amasar poder en base a los sentimientos nacionalistas.

Pocos días antes de la votación, Netanyahu llegó a prometer que “aplicará la soberanía” israelí sobre Cisjordania, “sin hacer distinciones” con los “bloques” de los territorios ocupados que están en la práctica controlados por los palestinos.

Aunque hay aquí incontables ciudadanos musulmanes en el parlamento, en alcaldías, en la justicia o brillando en las ciencias y los deportes, para muchos es innegable que la derecha quiere llevar adelante una “des-arabización” indolora del país, algo inaceptable para aquellos que soñaron con una democracia para todos, incluso sin que Israel deje de ser un estado judío.

Con ese trasfondo, “los resultados de las elecciones no son sorprendentes”, le dijo a Infobae la profesora Julia Elad-Strenger, del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad Bar-Ilan.

“Durante la campaña -continuó-, Netanyahu movilizó a los votantes de la derecha calificando a sus rivales de ‘izquierdistas’, incluso cuando sus plataformas políticas no son tan diferentes”.

Para Elad-Strenger, esta “dicotomía” impulsada por el Likud funcionó en las elecciones del martes. “Con una mayoría del electorado que se considera de derecha, la retórica de Netanyahu los llevó a votar teniendo en cuenta principalmente su identidad política, ignorando las acusaciones” contra el primer ministro, indicó.

El cóctel de Netanyahu tiene ingredientes probados: la cuestión palestina barrida bajo la alfombra con la complicidad de la violencia injustificable de Hamás y la ineptitud de Abu Mazen, una economía que se codea de igual a igual con los países más desarrollados, una pizca de tibio sentimiento antiárabe (aunque a Bibi le encante sacarse fotos con los líderes de ese sector de la población) y una alianza a prueba de balas con los partidos religiosos.

Parece ser que a la mayoría de los israelíes este cóctel les gusta más que el vino y la leche y no se cansan de tomarlo.

 

 

Fuente: infobae.com