Enlace Judío México e Israel.- El régimen teocrático no podría sobrevivir mucho si la república islámica actuara como la mayoría de las naciones.

BRET STEPHENS

Siempre ha habido una fórmula justa y simétrica para que Estados Unidos e Irán resuelvan el rango total de sus diferencias: normalización total a cambio de normalización total. Donald Trump, quien puede querer — pero probablemente no— una guerra con la República Islámica, debe proponerlo, públicamente y en detalle, y ver qué ocurre.

Será aclarador para todos.

¿Qué es normalización? Del lado de Estados Unidos, significaría la suspensión inmediata de toda sanción económica y diplomática impuesta por esta administración o las previas. Significaría una Embajada estadounidense en Teherán y una iraní en Washington. Significaría vuelos directos entre las ciudades iraníes y estadounidenses. Significaría comercio de dos vías, inversión directa, y el fin de las sanciones secundarias que castigan a empresas no estadounidenses por hacer negocios en Irán. Significaría decenas de miles de estudiantes iraníes registrados una vez más en las universidades estadounidenses, y decenas de miles de turistas estadounidenses explorando una vez más los grandes bazares de las ciudades iraníes.

El pueblo de Irán podría seguramente utilizar ese acuerdo. Como Trump volvió a imponer las sanciones estadounidenses el año pasado, las exportaciones de petróleo de Irán han caído a más de la mitad, la inflación ha saltado a cerca del 40% y el rial ha perdido un 60% de su valor contra el dólar. Se espera que la economía de Irán se contraiga un 6% este año. Según algunos estimados, un tercio de todos los iraníes viven en la pobreza absoluta, no relativa, incapaz de permitirse los elementos más básicos de la vida.

En cuanto al lado iraní, la normalización significaría comportarse como un país normal.  Un país normal, con las cuartas reservas petroleras más grandes del mundo comprobadas, es uno que no necesitaría embarcarse en múltiples programas clandestinos para enriquecer uranio y producir plutonio. No tendría que involucrarse en trabajo experimental extenso para averiguar cómo detonar un centro nuclear fisible. No retendría una red ilícita para eludir las restricciones occidentales sobre la venta de tecnologías de doble uso para sus programas de misiles.

Un país normal es uno que no perpetraría masacres terroristas en Argentina. No buscaría asesinar (por medio de un cartel de drogas mexicano) al embajador saudí en un restorán de Washington, D.C.. No intentaría una conspiración de asesinato en Dinamarca, o un ataque con bombas en Francia.

Un país normal no suministraría apoyo militar, financiero y logístico a Bashar al-Assad de Siria, quien parece haber reanudado el uso de armas químicas contra sus enemigos. No abastecería con armas, entrenamiento y nuevos reclutas a los talibanes. No proporcionaría misiles balísticos a sus satélites en Yemen, especialmente ahora que esos satélites están disparando misiles a Mecca. No sería un patrocinador principal para milicias y grupos terroristas a lo largo del Medio Oriente. No admitiría y buscaría constantemente, a costo considerable para sí mismo, la destrucción de otro estado con el cual no tiene ni un conflicto histórico ni uno territorial.

Un país normal no colgaría a personas homosexuales. No aprisionaría a las mujeres en sus propias ropas. No arrestaría constantemente a nacionales extranjeros, incluidos periodistas estadounidenses, bajo cargos falsos como un medio de obtener influencia diplomática o financiera.

En resumen, bajo los términos de un acuerdo de normalización a cambio de normalización, Irán podría aliviarse de toda presión estadounidense para abandonar permanentemente sus ambiciones nucleares, sus atrocidades en derechos humanos y su comportamiento internacional temerario. Eso no es mucho pedir.

O al menos no debe serlo, lo cual es el motivo por el cual Trump debe decirlo en un discurso escrito cuidadosamente — del tipo que hacen los presidentes normales acerca de temas internacionales y locales vitales. Mike Pompeo esbozó términos aproximadamente similares en su propio discurso sobre Irán hace un año, pero su tono fue más belicoso que seductor. Trump prefiere la combinación de medidas temerarias con mensajes simples. Este lo sería.

Sería también improbable conquistar a los líderes de Irán. Muerte a Estados Unidos — y a Israel — no son consignas propagandísticas para el régimen. Son su razón de ser y su motivo para la acción. Las objeciones del régimen a los Estados Unidos no se remontan a 1953 y la connivencia estadounidense en la expulsión de Mohammad Mosaddegh como primer ministro de Irán (un golpe que los clérigos apoyaron en la época). Datan de 1776 y el nacimiento del liberalismo político, el enemigo de todos los políticos teocráticos y centrados en la virtud.

Una campaña de bombardeo estadounidense en Irán podría dañar al régimen. La normalización completa y genuina, con el tiempo, sería fatal para él. Significaría, como lo dijo Trump el otro día, “el final oficial” de Irán — no como una nación, sino como el régimen que ha tiranizado a esa nación por 40 años.

Es improbable que la exhibición de fuerza de la semana pasada lleve a una confrontación que ninguna parte quiere. Trump piensa que evitar la guerra es crucial para su reelección. Teherán piensa que es más probable que Trump sea presidente de un mandato solo si puede esperar que él se vaya sin una guerra. Estos son análisis incompatibles, pero deben inducir a la cautela mutua.

Aún más razón para que Trump tome la iniciativa. Normalización a cambio de normalización es un concepto que podrían abrazar esta administración estadounidense y las futuras. Es uno que los estadounidenses e iraníes comunes por igual podrían entender. Y es uno que los líderes de Irán temerían. Que sean ellos los que expliquen por qué los niños iraníes deben pasar hambre para que Hamás pueda dirigir su fuego a los judíos.

 

 

 

Fuente: The New York Times
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México