Enlace Judío México e Israel.- Entre muchas otras cosas, hay un tema que se desarrolla a lo largo de la narrativa bíblica, y al que no se le pone mucha atención. Tiene lógica, porque se trata de uno de los asuntos más arcaicos y, por lo tanto, no es el que se hace más evidente en la redacción final de la Biblia. Se trata, básicamente, de la rebelión israelita contra la idolatría solar.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

El pueblo de Israel tiene una gran deuda histórica con Egipto. Según la Biblia, fue la nación donde nuestros ancestros permanecieron sojuzgados durante varios siglos. Pero también se aprendió mucho de allí. No en balde, la Biblia identifica como el gran héroe de ese período a Moisés, israelita de nacimiento, pero educado en la corte de faraón. Es decir, conocedor de lo mejor de las ciencias, las artes y la política egipcia.

Por eso tampoco es extraño que Moisés sea nuestro gran legislador, el único capacitado para recibir la Torá. Su continua pugna contra los caóticos israelitas que a veces quieren regresar a Egipto, que a veces quieren tirar a Moisés de su liderazgo, o que por lo menos siempre se están quejando, de un modo muy sutil es el reflejo de la lucha entre la cultura y civilización —representada por Moisés, el educado en Egipto— contra la barbarie seminómada y sin normas, representada por el populacho.

En Egipto fuimos esclavos y fuimos liberados, pero no todo fue malo allí. Se aprendió el modo de organizar una sociedad, y eso fue vital para Israel cuando se consolidó la monarquía hacia el siglo X AEC.

Todo ello implicaba un riesgo potencial: asimilarse a la religiosidad egipcia, cuyo dios principal era el Disco Solar (mismo que tuvo muchas representaciones como en todas las culturas politeístas de la época).

Las religiones solares, de manera prácticamente universal, celebraban cuatro fiestas importantes, relacionadas cada una con alguno de los equinoccios o alguno de los solsticios.

En el solsticio de invierno (hacia finales de diciembre) se celebraba el “nacimiento” del Sol, porque después de la noche más larga del año, los días comienzan poco a poco a incrementar su duración.

En el equinoccio de primavera (hacia finales de marzo) se celebraba el “triunfo” del Sol, porque tras el día en que el día y la noche tienen la misma duración, los días comienzan a ser más largos que la noche.

En el solsticio de verano (hacia finales de junio) se celebraba el “apoteosis” del Sol, su plena deificación, porque es el día de mayor duración (y, por contraparte, la noche de menor duración).

Y en el equinoccio de otoñó (hacia finales de septiembre) se celebraba el “ocultamiento” del Sol, porque después de otro día en que la noche y el día duraban lo mismo, los días empezaban a durar menos que las noches.

Así que Shavuot casi coincide con el momento de la festividad del solsticio de verano.

¿Por qué “casi” coincide? Porque el calendario hebreo se rige por meses lunares —un primer grito de rebelión contra la idolatría solar—. Por eso, en relación a los calendarios solares (como el nuestro) la fecha de Shavuot siempre varía.

Shavuot tiene una reminiscencia claramente solar, al ser también la fiesta de las cosechas. Todas las festividades de tipo agrícola tenían como referente al Sol, por ser sus estaciones las que marcaban el inicio de las temporadas de siembra y de cosecha. Y allí estaba el riesgo de que el antiguo pueblo de Israel volviera a la adoración del “astro rey”.

Esa es la importancia de Shavuot como fiesta en la que se celebra la entrega de la Torá, porque con ello queda claro que el pueblo de Israel no adora al Sol. Nuestra única luz espiritual viene de la Torá.

En todos los constructos mitológicos de la antigüedad, las fiestas del Sol siempre tenían como protagonista a un héroe adornado con elementos simbólicos relativos al Sol. Ejemplos de ellos son Hércules o Dioniso. En cambio, en la Biblia los dos relatos vinculados con Shavuot no tienen nada que ver con ese paradigma.

Uno es el del Éxodo donde el pueblo de Israel llega a Sinaí y recibe la Torá. Ahí además es clara la derrota de las deidades solares: mientras Moisés está en lo alto del Monte Sinaí, el pueblo se rebela y regresa a la práctica de la religión solar egipcia, adorando a un becerro de oro (símbolo solar). Moisés baja, los reprende, destruye el borrego, y ese es el marco en el que Israel recibe la verdadera Luz que lo ha guiado desde entonces: la Torá.

El otro relato es el de Rut, la moabita que llega a vivir en medio del pueblo israelita, y tras ser rechazada por el primo de su difunto esposo, es tomada por esposa por Boaz, cuyo nombre significa “fuerza”.

Es un relato de lo más extraño. Es, por decirlo, anticlimático. No hay problemas, no hay villanos, no hay acción. Lo más complejo es la situación de Rut y Naomi —viudas—, y que Rut, la más joven, debe buscar esposo. Llega a la finca de Boaz, comienza a trabajar allí, lo seduce durante la fiesta de Shavuot, le explica quién es, y listo. Boaz arregla los trámites burocráticos, se casan, son felices y luego hasta bisabuelos del rey David.

Una diferencia total con las heroicas sagas de los dioses solares, que nacen de manera milagrosa, tienen que pasar por varios ritos de purificación y redención, vencer sus propias pasiones, aprender a vivir equilibradamente, para finalmente lograr la apoteosis, es decir, la deificación plena y entonces trasladarse a morar a la residencia de los demás dioses.

En Rut no hay nada de eso. Sólo seres humanos tratando de encontrar su lugar en la vida, y haciéndolo de la manera más humana posible.

Singularmente pícaro es ese detalle de Naomi diciéndole a Rut: “cuando termine la fiesta y Boaz esté borracho, lo sigues, ves dónde se duerme, y te le vas encima…”. Claro, el texto bíblico usa el eufemismo “te duermes a sus pies”. Luego, después que Rut hace todo tal cual su exsuegra se lo explicó, el texto bíblico ahora usa el eufemismo “y cuando Boaz se estremeció, vio que Rut estaba a sus pies”.

Seamos más claros: Boaz recupera la sobriedad después de llegar al éxtasis sexual, y descubre que hay abajo de él. Rut, por cierto. Se presentan. Se saludan. Se empiezan a conocer, y después de ese episodio de sexo prematrimonial entre una viuda y un solterón que no debió ser muy joven que digamos, la historia se encamina hacia su final feliz.

Feliz para ellos, feliz para Naomi, feliz para el pueblo de Israel.

Porque no es un relato solar. Es una fiesta cuyo origen era ese: las estaciones agrícolas, pero Boaz y Rut le dan una nueva dimensión en donde sólo somos seres humanos, de carne y hueso, que pueden transformar su soledad en una nueva familia que se convierta, eventualmente, en una bendición para todos.

Y es que a nosotros no nos guía el Sol, sino la Torá.

De eso es de lo que realmente fuimos liberados al salir de Egipto. Más que de la condición social, de la esclavitud del espíritu y del alma, que antes estaban sujetos a la superstición de adorar un astro celestial, pero ahora adoran sólo al Único y Verdadero.

Eso es Shavuot, la fiesta con la que los judíos derrotamos al solsticio de verano.

 

 

 

 

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