Enlace Judío México e Israel.- La Cumbre de Bahrein, protagonizada por Estados Unidos y las naciones árabes sunitas —con la lógica ausencia israelí y palestina— parece ser la primera puerta que se abre, en muchos años, para llegar a una verdadera solución al conflicto israelí palestino.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Por supuesto, llama la atención que no estén presentes los dos bandos involucrados directamente en el conflicto. Cada uno ha faltado por razones distintas. Israel, para facilitar la diplomacia, debido a que muchos líderes árabes todavía le tienen recelo. Los palestinos, porque no podía esperarse menos de ellos, mas que su rechazo a cualquier propuesta que no les sirva —literalmente— para destruir a Israel.

Lo interesante aquí es la presencia del mundo sunita, liderado por Arabia Saudita, y con una importante participación de Egipto y Jordania.

A fin de cuentas, fueron ellos los que causaron el problema que ha significado la desgracia de esos árabes hoy llamados “palestinos”. Fueron esos países y reinos los que en 1947 se negaron a aceptar el Plan de Partición de la ONU, y que al año siguiente declararon la guerra (misma que perdieron), provocando con ello el éxodo de unas 600 mil personas, a las que luego les negaron cualquier tipo de reivindicación. En cambio, los hacinaron en campamentos de refugiados en condiciones de vida infrahumanas, y los dejaron en el abandono esperando a que todo se convirtiera en una bomba humana que, con un poco de suerte, lograrían que le explotara a Israel.

Pero la suerte no les favoreció. Israel supo calcular sus movimientos y adivinar las intenciones de los países árabes, y apenas hasta 1967 fue que no tuvo más alternativa que tomar el control de los territorios donde estaba la mayoría de los campamentos de refugiados palestinos.

Tras la derrota de la coalición árabe en 1973 (Guerra de Yom Kipur), la estrategia cambió. Se le dio impulso a “la causa palestina” en las Naciones Unidas, y se intentó construir un esquema permanente de presión diplomática para obligar a Israel a recibir a millones de “refugiados”, bajo la premisa del llamado “derecho al retorno”. El plan también era fácil de adivinar: inundar Israel de árabes para destruir desde adentro al Estado Judío. Israel, naturalmente, no aceptó y se mantuvo firme en su rechazo a las presiones internacionales.

Los años 80’s trajeron un nuevo giro con la fundación de Hamás —y después de él, otros grupos similares— un grupo salafista, es decir, fundamentalista religioso y extremista. Aunque su objetivo de destruir a Israel parecía estar en línea con la intención de todos los países árabes, se convirtió muy pronto en una fuerte e inesperada competencia contra el liderazgo de Yasser Arafat y la OLP, institución que hasta ese momento parecía única en la “representación” del “pueblo palestino.

El resultado fue desastroso, a la larga, para los palestinos: dos proyectos completamente distintos de nación, que acaso coincidían en buscar la destrucción de Israel, pero que también se hundieron en la obsesión por destruirse el uno al otro.

Los países árabes entraron entonces en la fase transicional. Los viejos políticos que habían dirigido los ataques de 1967 y 1973 comenzaron a morir, y los nuevos políticos eran jóvenes que no estaban tan involucrados ni obsesionados con las razones que la vieja guardia había esgrimido para atacar a Israel. Entre los años 80’s y la primera década del siglo XXI, las naciones sunitas se limitaron a mantener la presión anti-israelí en la ONU, seguir financiando a los palestinos, y hacer ocasionales declaraciones públicas. Sin embargo, no ase involucraron de manera concreta, especialmente en los momentos en que Israel llegó a lanzar fuertes operativos contra los grupos terroristas palestinos. Ningún soldado árabe fue enviado al campo de batalla para arriesgar su vida por “la causa palestina”. Los palestinos le resultaban simpáticos a esos políticos, pero no tanto como para sacrificar soldados.

Vinieron los Acuerdos de Oslo (1993), y después de ellos la sistemática negativa palestina a negociar un arreglo final. En 2000 Yasser Arafat recibió la mayor oferta posible por parte de Israel, y la rechazo. En vez de firmar la paz, regresó a Ramallah para organizar la Segunda Intifada, que vino a convertirse en el episodio más violento en los conflictos entre ambos bandos. En 2008 la situación se volvió a repetir, sólo que esta vez la oferta la hizo Ehud Olmert y el rechazo estuvo a cargo de Mahmoud Abbas. El estallido de la violencia no fue inmediato, pero estuvo a cargo de Hamas e Israel tuvo que implementar un operativo en diciembre.

Pero para inicios de esta última década, el panorama había cambiado por completo. Otra generación distinta de políticos árabes estaba empezando a ocupar el poder, y para ellos (nacidos alrededor de 1973, o incluso después) las antiguas guerras anti-israelíes (y sus motivos) no significaban mucho, acaso nada.

Su nueva postura recibió un fuerte impulso gracias a los errores cometidos por la administración Obama, que permitió el fortalecimiento del añejo enemigo de la monarquía sunita saudí: Irán, y su régimen de ayatolas chiítas. Arabia Saudita se tuvo que poner en guardia contra las agresiones iraníes perpetradas desde la guerrilla hutí del Yemen, y muy pronto descubrieron que tenían un poderoso aliado potencial en la zona: Israel.

Los acercamientos informales se han venido reforzando desde entonces, y han recibido otro nuevo apoyo —esta vez voluntario— por parte de la administración Trump. Esa es la razón por la cual hoy los países árabes han accedido a esta cumbre. No está Israel, pero saben que la negociación con Jared Kushner tiene el beneplácito de Jerusalén, y eso basta para lograr un acuerdo regional de gran alcance.

Es obvio que cuando se anuncien propuestas o incluso arreglos, los palestinos van a decir que no. Y no porque tengan muy claro lo que quieren sobre su futuro. En realidad, los palestinos han sido las víctimas en todo sentido, y el más delicado es que simplemente no tienen idea de qué hacer con sus propias vidas. Viven en la confusión política absoluta, esclavizados a una narrativa histórica falsa, sobre la cual cimentan todas sus exigencias y reivindicaciones.

Por ello, es de esperarse que al final el arreglo se les imponga. No tienen mucho margen para actuar. Irán está, políticamente hablando, demasiado lejos como para defenderlos. De hecho, cualquier intento por afianzarse a los ayatolas o a Hezbolá sólo va a motivar más a las naciones sunitas a decidir que la solución tiene que implementarse incluso en contra de las exigencias palestinas.

Acaso lo único que resulta interesante esperar es qué van a hacer Egipto y Jordania. Son los países que más afectados podrían resultar, porque la lógica geográfica indica que Egipto se haría cargo de Gaza, y Jordania de Cisjordania. Por ello, también es de esperarse que Estados Unidos y las multimillonarias monarquías sunitas les ofrezcan incentivos millonarios para tratar de subirlos al barco.

¿Será eso la solución al conflicto? Es obvio que no. Un problema tan enredado no se va a resolver de la noche a la mañana.

Pero puede ser un buen inicio. Un paso sensato. Es decir, con aspiraciones verosímiles y realizables, a diferencia de los planes irreales que intentó, sobre todo, Barack Obama.

¿Qué se va a pasar por encima de los palestinos y prácticamente no se les va a tomar en cuenta? Sí, pero seamos honestos: no hay alternativa. Si se deja a los palestinos participar activamente en el proceso, irremediablemente van a caer en eso que Abba Eban describió tan asertivamente: los palestinos nunca pierden la oportunidad para perder una oportunidad.

Mientras tanto, Netanyahu se dedica a resolver sus propios problemas, intentando integrar un gobierno funcional para cancelar las elecciones anticipadas que se tendrían que celebrar en septiembre.

Pero, acaso por primera vez en la Historia, Israel tiene todas las cartas a su favor y la situación bajo su perfecto control. Lo peor que puede pasar es que no se logre nada y se regrese a la situación de siempre, soportando los ocasionales episodios de violencia palestina y controlándolos en el único lenguaje que los grupos terroristas entienden: la fuerza.

De todos modos, el proceso de acercamiento político y de colaboración regional con los reinos sunitas ya comenzó, y va a continuar. El objetivo colateral será, por supuesto, derrumbar al corrupto, ineficiente y agresivo régimen de los ayatolas.

Por supuesto, de lo que habrá que estar pendientes es de la suerte de los palestinos. Están confundidos y atorados en una narrativa falsa de lo que ha sucedido en los últimos 100 años, pero de todos modos son seres humanos que, por el puro hecho de serlo, merecen algo mejor. Algo que realmente los ayude a prosperar y tener una vida digna. Y, sobre todo, algo que los ayude a salir del pozo de su narrativa histórica falaz.

Ahora todo está en manos de la negociación que se haga en Bahrein.

Pero tenemos una ventaja que nunca tuvimos: una delegación estadounidense que, acaso por primera vez, realmente entiende cómo está el problema, y aparentemente trae una propuesta coherente con la realidad.

Habrá que esperar a que, después de la cumbre, esta se haga pública.

Mientras tanto, sigamos rezando para que este asunto siga caminando hacia su solución.

 

 

 

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