Enlace Judío México e Israel – Nina Dinar, quien cumplirá 94 años el próximo mes, deseaba abrazar a un gran danés, como el que la salvó durante el Holocausto.

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Realizó su sueño y durante dos horas acarició y abrazó a dos perros que fueron llevados especialmente a su casa en Kiryat Ono, cerca de Tel Aviv.

El emotivo encuentro fue organizado por Tammy Bar-Yosef, quien en los últimos años ha estado investigando una rama inusual de la historia: los perros en el Holocausto. Además de los testimonios de nazis que utilizaron a perros para atacar a judíos, está documentando historias menos conocidas de perros, cuyos amos eran nazis y salvaron a judíos.

Nina Dinar nació en Varsovia en 1926. Desde que era niña amaba y criaba perros. “Aunque se dice que los judíos no tenía perros, crecí con algunos. Incluso mi abuela tenía perros”, comentó.

Sus primeros recuerdos son de cuando tenía tres años, sentada en un sofá con un pastor alemán a su lado. Hace ochenta años, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y Varsovia fue bombardeada, ella recuerda que su perro “se enloqueció de miedo”. Su madre le pidió a algunos soldados en su patio que le dispararan, pensando que el perro sería peligroso para el público. “Lo enterré con un vecino en un cráter de bomba en la calle Jerosolimskie (Jerusalén)”, dijo.

Su padre fue asesinado en abril de 1942. Un año después, cuando comenzó el levantamiento del gueto de Varsovia, Nina y su madre fueron trasladadas de una bodega a otra, “gracias a la resistencia judía”, agregó.

Más tarde, cuando los alemanes atacaron el refugio en el que se encontraban, Nina y su madre fueron capturadas y deportadas al campo de exterminio de Majdanek. Llevaban una maleta llena de fotos, joyas y todo lo que pudieron, pero los alemanes luego se la robaron. Durante cuatro meses levantaron rocas pesadas en el campo. Un día, Nina resultó herida por disparos mientras trabajaba. Desde allí, ambas fueron llevadas al campo de trabajo Skarzysko-Kamienna en la Polonia ocupada por los nazis. Allí, los judíos trabajaban como esclavos en una fábrica de armas alemanas.

Aquí es donde comienza su historia. Cuando Nina y su madre arribaron al campo de trabajo, fueron enviadas al patio de armas, presidido por un oficial nazi, el Dr. Artur Rost. “Su perro estaba a su lado, un gran danés blanco con manchas negras. Me encantaban los perros, así que lo llamé. Ni siquiera silbé, hice esto (muestra un sonido de labios). Qué gran perro”, expresó.

Y luego, a diferencia de otras historias de perros de ataque utilizados por los nazis, este perro dejó a su dueño y se acercó a Nina, “la judía herida, descalza y patética que estaba en las fila”, comentó. Por unos minutos lo acarició y él la lamió. Las mujeres a su alrededor le dijeron que era peligroso, ya que el perro probablemente fue entrenado para atacar a los judíos. El oficial también se sorprendió de lo que vio.

En los próximos meses, Nina realizó trabajos forzados. “El perro siempre me encontraría donde estuviese”, dijo. Cuando se acercaba, ella lo acariciaba. Eso llamó la atención del oficial nazi. Nina recuerda que le daba algo de la comida del perro como suplemento. Tal vez así es como sobrevivió a pesar de las condiciones inhumanas, mientras que su madre murió de hambre.

En agosto de 1944, cuando los rusos se acercaban, los alemanes decidieron evacuar el campo y los trabajadores débiles fueron exterminados. Nina fue enviada al grupo destinado a morir. Con sólo 32 kilos, estaba inflamada por el hambre, sin cabello y sufría de varias enfermedades.

Y luego, como en un cuento de hadas, el oficial nazi llegó con su perro. Rost revisó para ver si había suficientes personas en el grupo. No reconoció a Nina. “Era imposible reconocerme”, dijo. Sin embargo, el perro la reconoció de inmediato y corrió hacia ella. Rost la sacó del grupo y la colocó en otro, de aquellos que no fueron asesinados.

Nina sobrevivió gracias al perro del oficial nazi. Más tarde fue enviada al campo de Buchenwald en Alemania, y posteriormente escapó de la marcha de la muerte. Emigró a Israel en 1948. Después de casarse y tener dos hijos, volvió a criar perros. “Nunca temí a los perros. Ellos sienten nuestro cariño”, dijo.

Dinar nunca había contado su historia fuera de su familia. Bar-Yosef, quien la conoció como parte de su investigación, publicó parte de la historia en un post de Facebook que se hizo viral esta semana. Convirtió su amor por los perros en el tema de un estudio académico único, perros en el Holocausto, que será la parte principal de su tesis para obtener un título en estudios culturales de la Universidad Abierta.

“Los nazis utilizaron 200 mil perros durante la guerra, para vigilar, disuadir y proteger, pero también como perros de ataque, que atormentaron y mataron a judíos”, explicó Bar-Yosef.

Sin embargo, al analizar y documentar los recuerdos de los sobrevivientes, Bar-Yosef descubrió que también hay historias de perros que ayudaron a los judíos, compartieron sus perreras o comida, o incluso los protegieron y los salvaron. “La historia de Nina, en este contexto, nos permite ir más allá de la imagen estándar de los perros nazis y relacionarnos con los perros como amigos leales del hombre”, señaló.

Esta es una historia excepcional, pero no única. Bar-Yosef encontró 10 casos más de perros que salvaron a judíos. “Todos los niños que fueron salvados por perros eran amantes de ellos y los criaron antes y después del Holocausto. Su capacidad de relacionarse con caninos les ayudó a comunicarse con los perros de oficiales nazis para sobrevivir”.

“Estas historias son otra faceta de las historias de supervivencia, que ofrecen otro tipo diferente de memoria, ampliando los límites de los recuerdos más establecidos y conocidos”, concluyó Bar Yosef.

Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico