Juliette Kayyem*

No hay lobos solitarios. Un tiroteo masivo en un Walmart en El Paso el sábado fue perpetrado presuntamente por un varón joven, blanco, según la policía, quien parece haber publicado un manifiesto racista, y anti-inmigrante en internet minutos antes del ataque, declarando la necesidad de combatir la “invasión hispana de Texas.” Tal odio supremacista blanco no es sólo una creencia tóxica sostenida por individuos aislados. Es un fenómeno grupal que es, según el FBI, la amenaza terrorista más grande para Estados Unidos. El tiroteo de El Paso, que dejó 20 hombres muertos y más de dos docenas de heridos, fue seguido horas después por un tiroteo masivo en Dayton, Ohio, que mató a nueve. El tirador también murió, y el domingo, la policía aún estaba insegura acerca de su motivo.

Si la masacre de El Paso resulta haber sido el crimen de odio que sospecha la policía, será un ejemplo más de por que ver lo que está sucediendo en Estados Unidos hoy no está nada lejos de un conflicto ideológico — con un lado fuertemente armado, el otro lado comprando elementos escolares en un Walmart — es desconectar cada incidente individual del discurso terrorista que lo engendra.

El terror supremacista blanco se origina en una manada, una comunidad. Y su hilo violento hoy está siendo alimentado por tres credos distintos, pero complementarios. La comunidad ha encontrado esencialmente una misión, afinidad y aceptación.

Primero, la misión. Los hombres blancos jóvenes son hoy la última generación de estadounidenses nacida cuando los nacimientos de blancos superaban en número a los de los no blancos. Hace siete años, la Oficina del Censo informó que las minorías, en particular los hispanos, eran la mayoría de recién nacidos en EEUU, una tendencia que continuará. El acontecimiento puede ser visto como natural para una nación de inmigrantes o, en la interpretación supremacista blanca, un “genocidio blanco” controlado por los judíos.

En otras palabras, esta cepa de supremacía blanca no siente simplemente disgusto por el “otro”; ve la existencia misma del otro como parte de un juego de suma cero. La sensación de “el gran remplazo” se cuela más allá de los límites de su grupo, encontrando una voz incluso entre políticos que pueden reforzar inadvertidamente esa visión, como cuando el Sen. John Cornyn (R-Tex.) tuiteó en junio, sin ofrecer un comentario o contexto, un artículo del Texas Tribune con el titular: “Texas ganó casi nueve residentes hispánicos por cada residente blanco el año pasado.”

Segundo, la afinidad. El terrorismo supremacista blanco tiene lo que equivale a una App de citas online, reuniendo a individuos de pensamiento similar tanto a través de las plataformas de redes sociales tradicionales y lugares más remoto, tales como 8chan, que existen para fomentar la rabia. Es online, muy como el terrorismo islámico, que la supremacía blanca encuentra a sus amigos, colegas que validan y amplifican la rabia. Cuando uno de ellos pone en acción el discurso violento en el mundo real, el asesino es llamado a menudo “lobo solitario,” pero ellos no están solos en lo absoluto. Ellos ganan fuerza y consuelo de individuos de pensamiento afín. Nadie habría dicho que un individuo del Klan asistiendo a una reunión del Klan en los bosques era un lobo solitario; 8chan y otros lugares son espacios de encuentro similares en la selva digital.

Finalmente, la aceptación. Es muy simplista culpar al Presidente Trump y su discurso inflamatorio por el aumento de la violencia supremacista blanca. Pero eso no significa que su léxico no sea un factor contribuyente. Históricamente, las ideologías racistas no mueren; el nazismo sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, después de todo. Ellos sólo son avergonzados públicamente. Las comunidades evolucionan para aislar al racismo o xenofobia una vez aceptables. Pero también pueden involucionar nuevamente al odio.

Las similitudes entre el léxico de Trump sobre los hispanos, inmigrantes y afro-estadounidenses los marca como el “otro” y es imitado por los supremacistas blancos. Él no logra avergonzarlos. Su discurso guiña y asiente, se congracia, abraza a ambos lados y, aunque no promueve la violencia específicamente, ciertamente no la condena (hasta después que ocurre).

Al discurso público que puede incitar a la violencia, aun sin esa intención específica, le ha sido dado un nombre: terrorismo estocástico, por un patrón que no puede ser predicho de forma precisa pero puede ser analizado estadísticamente. Es la demonización de grupos a través de los medios masivos y otra propaganda que puede resultar en un acto violento porque los oyentes lo interpretan como promoviendo violencia selectiva — terrorismo. Y el léxico es lo suficientemente vago como para dejar espacio para negación posible e indignada, y ataques de “cómo pudiste decir eso” contra los críticos del discurso.

Trump falla en abochornar a la supremacía blanca. Eso es todo lo que cualquiera necesita saber. Y un presidente responsable — uno que estuvo horrorizado porque su léxico pudo haber sido entendido mal y estuvo contribuyendo a la mayor amenaza terrorista en EEUU hoy — seguramente cambiaría su discurso. La falla en hacerlo no significa que Trump de la bienvenida a la violencia; significa que él no está abochornando a sus adherentes.

Después de la violencia nacionalista blanca en Charlottesville en el 2017, Trump pronunció su comentario ahora infame que había “gente muy buena en ambos lados.” No es sorpresa que esos jóvenes hombres blancos, marchando por su odio y reunidos por medio de organización online, estuvieran desfilando su enojo a plena luz del día. Hubo un tiempo en que ellos podrían haber llevado capuchas no sólo para aterrorizar sino también para ocultar su identidad.

La manada hoy no siente vergüenza.

*Juliette Kayyem es una ex secretaria adjunta en el Departamento de Seguridad Interior y presidente de la facultad del programa de seguridad interior en la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard).

Fuente: The Washington Post/ Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.