Enlace Judío México e Israel – El embajador de Israel en EE.UU., Ron Dermer, anunció el mes pasado que “por respeto al Congreso de Estados Unidos y la gran alianza entre Israel y la Unión Americana, “su gobierno no negará la entrada a ningún miembro del Congreso”. Su declaración, ampliamente vista como el anuncio del consentimiento israelí a la inminente visita de las controvertidas congresistas demócratas Rashida Tlaib e Ilhan Omar, fue el resultado de deliberaciones meticulosas en Jerusalén, que llevaron a la conclusión que rechazar la visita causaría más daño que bien. 

CHEMI SHALEV

Entonces, ¿qué cambió? Sólo una cosa: Donald Trump perdió los estribos.

El motivo de la ira de Trump no es su preocupación por el buen nombre de Israel. Al presidente de Estados Unidos no le preocupa el movimiento de boicot, desinversión y sanciones contra Israel, que tanto Omar como Tlaib han respaldado. A Trump no le importa si Israel construye asentamientos, anexa territorios, ataca a enemigos, discrimina a las minorías o degrada su propia democracia. Como en otras cuestiones, incluida la política exterior de EE.UU., lo único que le importa a Trump es Trump.

En su opinión, la decisión ahora revertida del gobierno de Netanyahu de permitir la visita de Omar y Tlaib fue nada menos que una bofetada insolente y desagradecida. Daría legitimidad a ambas legisladores musulmanes al mismo tiempo, mientras Trump intenta ubicarlas más allá de los límites. Perturbaría sus esfuerzos por explotar las posiciones radicales de Omar y Tlaib con el fin de crear una brecha entre votantes y donantes judíos y el Partido Demócrata, y pintarlo como si estuviera bajo su influencia.

Israel, por lo tanto, estaba a punto de cruzar una línea roja: habría interferido en la campaña de incitación a nivel instintivo pero cuidadosamente orquestada de Trump contra las minorías en general y las personas de color entre ellas, en particular, lo que él cree que allanará su reelección en 2020. En su opinión, no hay mayor pecado.

Todos los motivos subjetivos y justificados que llevaron a Netanyahu y sus asesores a permitir inicialmente la visita de Tlaib y Omar no significan nada cuando se enfrentan a un desacuerdo percibido con el prestigio de Trump. Sólo una intrusión israelí en el lugar santísimo de Trump, es decir, el ego sin fin de Trump, podría haberlo llevado a escribir una rara advertencia al gobierno de Netanyahu, que incluye el peor calificativo del léxico presidencial, generalmente reservado para sus peores enemigos: “Si Israel permite a las representantes Omar y Tlaib visitar [su territorio], esto mostraría una gran debilidad”, escribió Trump. No es de extrañar que la oficina de Netanyahu se haya visto afectada por la ansiedad y la aprensión, o que unas pocas horas después el primer ministro haya revertido el curso.

Cualquier gobierno israelí, por supuesto, haría todo lo posible por no enfadar a ningún presidente de EE.UU. Pero también mantendría su capacidad de poner los intereses de Israel en primer plano. El margen de maniobra de Netanyahu, sin embargo, es mucho más limitado y posiblemente inexistente. Después de haber dejado todo en manos de Trump y coronarlo como mesías y salvador, identificarse con él y sus políticas más que cualquier otro líder mundial, exponiéndolo como su principal defensor en campañas electorales anteriores y futuras, Netanyahu no puede enfrentarse a su benefactor.

En tales circunstancias, cualquier reprimenda presidencial, como la emitida por Trump el jueves, desprestigia a Netanyahu. Y cualquier petición presidencial, especialmente si llega 33 días antes de que los israelíes vuelvan a las urnas, es una oferta que Netanyahu simplemente no puede rechazar.

La decisión de rechazar la visita de Omar y Tlaib, negativamente amplificada por el típico vaivén de Netanyahu bajo presión, no desata una nueva crisis entre Israel y los demócratas, por la sencilla razón de que la crisis se ha estado gestando e intensificando desde que Netanyahu luchó con uñas y dientes contra Barack Obama y luego abrazó a Trump como su hermano que había perdido hace mucho tiempo.

Sin embargo, el rechazo a la visita de ambas congresistas agrava las tensiones existentes y acelera una brecha inevitable. Enfurecerá a amplios sectores de estadounidenses liberales y podría causar graves daños en la opinión pública de Estados Unidos.

Los expertos en hasbará (esclarecimiento) de Israel pueden tratar de justificar la decisión del gobierno con diversas excusas, algunas incluso justificadas: la ley israelí, después de todo, prohíbe las visitas de partidarios abiertos del BDS; la visita de Omar y Tlaib podría servir como plataforma para promover propaganda anti-Israel y posiblemente provocar polémica e incluso disturbios. En días más tranquilos, muchos estadounidenses estarían atentos a los reclamos de Israel y los tendrían en cuenta.

Pero en los días conflictivos y polarizados de Trump, en el que el mundo está fuertemente dividido entre fanáticos y enemigos, la negativa de Israel sólo consolidará su asociación e identificación con Trump y su gobierno. De ahora en adelante, Israel será visto tan en deuda con Trump que estará dispuesto a ir en contra de sus propios intereses para mitigar el ego de Trump y promover su vergonzosa campaña de odio.

Tomar partido con Trump contra los demócratas – por radical y crítico que sea- será visto como una bofetada al prestigio y dignidad del Congreso. Obligará a los líderes demócratas a apoyar y defender a sus colegas boicoteadas y debilitará su motivación para contrarrestar sus diatribas contra Israel.

Le proporcionará al movimiento BDS un terreno fértil para presentar a Israel como opresivo, racista y reaccionario, y exponerlo como un engranaje conveniente en la maligna máquina de Trump. Todos los enemigos de Israel deben estar encantados con la recompensa inesperada, cortesía del propio gobierno de Israel.

Debido a la religión de ambas congresistas, la decisión de Israel será vista como anti-musulmana. Además, y mucho peor, debido al color de sus pieles (Tlaib es de origen palestino y Omar es oriunda de Somalia), Israel podría ser considerado indulgente e incluso un colaborador del ataque de Trump contra las minorías.

Cuando Trump llamó a Tlaib y Omar, “escuadrón”, junto con sus colegas Ayanna Pressley de Massachusetts y Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, y les dijo que “vuelvan a casa”, su invectiva no fue interpretada como una defensa aael (que Trump solo usa como camuflaje), sino como otra en una larga línea de incidentes que demuestran su hostilidad hacia los extranjeros de color, particularmente aquellos que se atreven a criticarlo.

El daño a la posición de Israel entre los liberales de EE.UU. será inmediato, pero su impacto total se verá sólo en el futuro cercano y lejano. Trump puede ser reelecto y conservar su posición como gentil justo hasta que finalice su segundo mandato. Pero si cambia de tono, Israel habrá perdido su capacidad de presentarse ante el Congreso como un baluarte contra los fines siniestros de la Casa Blanca.

Si Trump pierde las elecciones de 2020, el enfoque de la administración demócrata entrante hacia Israel dependerá, ante todo, de las políticas y preferencias de su sucesor. Sin embargo, ya está claro que entre las legiones de funcionarios entrantes y legisladores demócratas recién elegidos, muchos comenzarán sus nuevos cargos con un gran resentimiento por el comportamiento de Israel, un deseo de obligarlo a modificar su conducta y posiblemente una comezón por vengarse también. La decisión de Netanyahu del jueves añadió combustible en las brasas que ya ardían de ira.

Es un círculo vicioso: cuanto más se identifica Israel con Trump, más fuerte es el resentimiento de los demócratas, lo que genera una ansiedad aún mayor en Jerusalén sobre un posible cambio en el poder, que justifica una mayor intervención en nombre de Trump, y así sucesivamente. Al igual que un jugador que se esfuerza mucho por prestarle dinero a los usureros, las deudas de Netanyahu con Trump siguen aumentando, debilitando su capacidad de decirle no al presidente. En muchos sentidos, Netanyahu ha dejado que la Casa Blanca lo tome de rehén y bailar cuando el presidente tiene ganas de tocar el violín.

A largo plazo, el eje Israel-Trump va contra el rumbo de la historia y la demografía de EE.UU. Podría manchar irrevocablemente el nombre de Israel entre los estadounidenses de una nueva generación, para quienes el Holocausto y el renacimiento de Israel son recuerdos históricos distantes, mientras que su ocupación y trato de los palestinos hacen titulares en las noticias diarias. Es una generación mucho más liberal, multiétnica y multicolor que sus predecesoras, que, salvo agitaciones imprevistas, marcará el tono y la agenda de Estados Unidos en los próximos años.

El lado positivo de estas nubes oscuras radica en el hecho de que hay una ruta de escape. Netanyahu, después de todo, se ha convertido en el símbolo personal del apoyo servil de Israel a Trump y todo lo que representa. Si y cuando Netanyahu parta, Israel disfrutará de un raro instante de buena voluntad de los demócratas, dando al sucesor de Netanyahu la oportunidad de comenzar a reconstruir suponiendo que aún sea posible.

Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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