Enlace Judío México e Israel.- En un giro que pocos se esperaban, Yisrael Beiteinu —dirigido por Lieberman— acaba de firmar un acuerdo para compartir votos con Kajol Laván (Azul y Blanco), de Benny Gantz. Las reacciones tanto en la izquierda como en la derecha no se han hecho esperar, y se confirma el perfil odioso de Lieberman. Pero también su bizarra importancia en la política israelí.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Por cierto: todo el relajo que hay en la política israelí en este momento —a un mes de nuevas elecciones— fue provocado por Lieberman, al no aceptar integrar sus 5 escaños a la coalición de Netanyahu. Por culpa de ello, la coalición se quedó en 60 escaños —insuficientes para formar gobierno; le faltó uno—, y Netanyahu tuvo que convocar a nuevas elecciones.

Desde entonces, las cosas han tomado nuevos matices. Uno simpático, pero tal parece que irrelevante, es que el partido Laborista y Meretz irán juntos en la elección. No se espera que lleguen entre los dos siquiera a 15 escaños. Por su parte, y repitiendo la rutina de las elecciones anteriores, las encuestas muestran un empate entre Likud y Kajol Laván, ubicándolos en un poco de más de 30 escaños a cada uno.

Lo sorprendente es que Yisrael Beiteinu, un partido que se había desplomado a apenas 5 escaños, ahora se calcula que podría obtener 10.

¿Cómo es posible que Lieberman, habiendo sido el responsable de la última crisis política en Israel, repentinamente haya duplicado sus preferencias electorales?

Básicamente, son dos las propuestas de Lieberman que le han ganado apoyos extras entre los votantes israelíes. Una es su crítica contra la política de Netanyahu en Gaza, a la que considera demasiado débil. Lieberman es uno de los clásicos “halcones” de la derecha que aboga por medidas más radicales y contundentes contra Hamás. La otra es su insistencia en que se debe relegar a los partidos religiosos, y que la mejor ruta para hacerlo sería que el gobierno de unidad lo integraran Likud —Netanyahu— y Kajol Laván —Benny Ganz—. Y, por supuesto, Yisrael Beiteinu.

La propuesta no parece haberle disgustado a mucha gente en Israel, que efectivamente se siente molesta por el poder —electoralmente injustificado— que en ciertos aspectos ejercen los grupos ultra-ortodoxos.

Ello es consecuencia del singular y extraño sistema electoral israelí, uno en el que nunca ha existido un partido que por sí mismo pueda ganar la mayoría de la Knéset (mínimo 61 escaños). Siempre, para integrar gobiernos, se ha tenido que recurrir a coaliciones o alianzas. En ese escenario, partidos que no logran ganar más de 5 escaños repentinamente se convierten en el fiel de la balanza, y por ello se pueden dar el lujo de poner condiciones a veces exageradas. Pero lo hacen justo porque pueden vender cara su lealtad.

Los partidos religiosos viven en un constante vaivén, ganando y perdiendo votos en cada elección. No son un grupo mayoritario, pero disponer —en conjunto— de 15 o 18 escaños los convierte en indispensables para integrar una coalición de gobierno. Lo mismo el Likud que el Laborista (en aquellos lejanos y buenos tiempos) han tenido que aliarse con ellos para garantizar la mayoría parlamentaria.

Pero la partidocracia israelí está tan fragmentada que en muchas de las últimas elecciones el apoyo de los partidos religiosos no bastó para que la derecha, o el centro-derecha, pudieran consolidar su mayoría. Y por eso fue que Lieberman se empoderó más de lo que realmente merecía, al igual que los partidos religiosos.

Ello significó un choque de posturas al interior de los gobiernos de derecha. Lieberman es un ferviente defensor del gobierno laico, y siempre ha estado molesto por los privilegios que pueden mantener los grupos ultra-ortodoxos (como exenciones en el servicio militar o presupuestos abundantes para sus yeshivot). De ahí su insistencia en que se deben probar nuevas alternativas.

La crisis llegó a su culminación en las elecciones pasadas. Yisrael Beiteinu tuvo un pésimo desempeño y se quedó en 5 escaños, pero fue suficiente para poner en crisis a Netanyahu. Sin esos 5 escaños, no hubo gobierno y se tuvo que regresar a las urnas.

Lo interesante es que la idea de Lieberman no es descabellada. En muchos aspectos, un gobierno de unidad entre Likud y Kajol Laván tendría la ventaja de que no necesitaría del apoyo de los religiosos. Entre ambos podrían integrar una coalición de por lo menos 65 escaños, suficientes para conformar gobierno. El problema es que Ganz y —sobre todo— Netanyahu siguen reacios a esa opción.

¿Puede cambiar esta situación con el nuevo acuerdo entre Yisrael Beiteinu y Kajol Laván? En teoría, sí. En la elección pasada, Netanyahu logró integrar una coalición de 60 escaños; Ganz sólo logró reunir 55. Los otros 5 eran, justamente, los de Lieberman.

Si ahora la lealtad de Lieberman está con Ganz, los números se podrían invertir si Yisrael Beiteinu gana 10 escaños y no 5. Kajol Laván y su grupo tendrían 65 escaños, y con ello bastaría para que se le encargara a Ganz la formación de gobierno.

Pero ojo: Lieberman no ha dicho que va a recomendar a Ganz para formar gobierno. Sólo firmó un acuerdo para compartir votos. Es decir, que en un momento dado ciertos votos de un partido pueden trasladarse al otro partido para que este pueda ganar un escaño más (por ley, se trasladan al partido que esté más cerca de obtener otro escaño).

Y aquí es donde empiezan los problemas de Lieberman, mismos que —a la larga— pueden hundirlo.

Al no haberse comprometido a recomendar a Ganz como próximo Primer Ministro, es evidente que todavía está jugando a apostarle al ganador. En un momento puede trasladarle votos a Kajol Laván para obtener otro escaño, pero si ve que la victoria la tiene Netanyahu, seguramente le dará su apoyo para tratar de colarse a la coalición de gobierno. Es decir, quiere ganar a como dé lugar.

Por supuesto, esto no le resulta simpático a un amplio porcentaje de israelíes. Los de derecha —comenzando por Netanyahu desde Ucrania— ya se quejaron de la traición de Lieberman. En el otro extremo, los militantes de izquierda ahora están furiosos con Ganz por haber hecho un acuerdo con un halcón de la derecha radical.

Además de ello, hay otro factor de riesgo para Lieberman: El principal apoyo de Yisrael Beiteinu viene de un grupo muy definido de votantes, integrado por israelíes de origen ruso. Si ese grupo se le desfonda, se derrumba.

Netanyahu lo sabe bien, y por eso lleva bastante tiempo reforzando sus vínculos con todo lo que pueda parecer ruso o ucraniano (ahora mismo se encuentra de visita en Ucrania, que hace no mucho acaba de estrenar un Primer Ministro de origen judío), comenzando por un anuncio espectacular en donde aparece dándose la mano con Vladimir Putin.

Con el nuevo acuerdo, es probable que Lieberman le haya regalado un argumento a Netanyahu para que este último le robe más votantes. Ahora el todavía Primer Ministro puede apelar a que Lieberman es un acomodaticio ambicioso al que no le importa hacer acuerdos con la izquierda (en la retórica de Netanyahu, Kajol Laván es de izquierda, aunque Ganz no acepte esa etiqueta).

Lieberman está jugando con fuego, aprovechando que aun con 5 escaños ganados en las últimas elecciones pudo poner en jaque al gran Benjamín Netanyahu.

¿Logrará su objetivo de consolidarse como el “fabricante de reyes”, o su descarada ambición terminará por hundirlo?

No sabemos.

Lo que sí sabemos es que, paradójicamente, su idea esencial no es mala en ningún sentido: Si Likud y Kajol Laván se unieran para integrar gobierno, la política israelí podría superar muchas de sus trabas tradicionales.

Lieberman lo sabe, y por eso aboga por esa opción para por fin dejar fuera a los partidos religiosos.

El riesgo —y no sé si Lieberman lo esté calculando— es que si se unen Likud y Kajol Laván, Lieberman e Yisrael Beiteinu tampoco son indispensables. Ni siquiera necesarios.

Netanyahu y Ganz podrían dejarlos fuera de la coalición de gobierno.

Va a ser unas semanas muy interesantes, y unas elecciones todavía más que emocionantes.

Hagan sus apuestas.

 

 

 

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