Enlace Judío México e Israel.-Ellos se habían demonizado uno al otro pero tenían en común una oposición amarga a las democracias capitalistas.

JULIANA GERAN PILON

Conocido oficialmente como el Tratado de No Agresión Entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el pacto Hitler-Stalin—firmado hace 80 años—asombró al mundo. Algunos dijeron que uniendo a enemigos ideológicos implacables había convertido los ismos en doctrinas obsoletas.

Eso no fue tan así. Como había observado el mes anterior el negociador alemán Karl Schnurre, “a pesar de todas las diferencias en sus respectivas visiones del mundo, hay un elemento común en las ideologías de Alemania, Italia y la Unión Soviética: la oposición a las democracias capitalistas. Ni nosotros ni Italia tenemos algo en común con el Occidente capitalista. Por lo tanto nos parece más bien antinatural que un Estado socialista se colocara del lado de las democracias occidentales.” Ya que la democracia capitalista era su enemigo en común, ¿por qué no aunar recursos?

Hitler y Stalin se habían demonizado uno al otro por muchos años, pero también tenían intereses entrelazados. Hitler quería invadir Polonia sin temor de guerra en dos frentes, así que tenía que neutralizar a los soviéticos. También necesitaba acceso a los recursos naturales de Rusia. Stalin deseaba la tecnología industrial y de armas alemana. A su grupo le explicó que podría destruir a Alemania más tarde, después que Hitler lo hubiera ayudado a destruir a los países capitalistas imperialistas más “reaccionarios”, Inglaterra y Francia. Aunque algunos se negaron, la mayoría de los comunistas mundialmente accedieron. Incluso el historiador marxista Eric Hobsbawm admitió más tarde que él no había tenido “ninguna reserva” acerca de él en la época.

Hitler invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939. Dieciséis días después, lo hizo Stalin, supuestamente para “proteger” a los recientemente ocupados “hermanos de la misma sangre.” Como se reveló sólo después del fin de la guerra, el movimiento dual había sido sancionado efectivamente por un Protocolo Secreto acompañando el pacto, el cual definió las fronteras de las “esferas de interés” soviética y alemana en Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia y partes de Rumania.

Joseph Maiolo, historiador del King’s College London, escribió en 2014 que el acuerdo “facilitó a los dos regímenes experimentar en la imposición brutal de sus visiones ideológicas sobre los pueblos de Europa Oriental.” El historiador británico Roger Moorhouse, cuyo libro del 2014, “La Alianza del Diablo,” incorpora documentos de la era soviética publicados hace poco, y demuestra ampliamente que “surgió una simetría destacable entre las políticas de ocupación adoptadas por los nazis y los soviéticos. . . . Las dos partes emplearon incluso tácticas similares: deportación, trabajo forzado, y ejecución.”

La alianza del diablo parecía cordial. En diciembre de 1939, Hitler deseó a Stalin en su cumpleaños “un futuro feliz con los pueblos de una Unión Soviética amistosa.” Stalin respondió con un brindis por “la amistad entre los pueblos de la Unión Soviética y Alemania, cimentada en sangre.” Pero cuando Stalin ocupó parte de Bukovina Norte, parte de Rumania, en el verano de 1940, se dice que Hitler se puso furioso. Hitler se preocupó por la proximidad de las fuerzas soviéticas con los campos petroleros rumanos, los que eran indispensables para Alemania. El Ministro de Propaganda Joseph Goebbels escribió en su diario a principios de julio de 1940: “Tal vez tendremos que movernos contra los soviéticos después de todo.”

El 22 de junio de 1941, lo hicieron. Stalin no creyó la advertencia de la inteligencia de una invasión alemana. Pero pronto salió con una racionalización para su supervisión: El pacto había asegurado meses de paz a su país y proporcionó “la oportunidad” de rearmarse. Esa se volvió la línea oficial. El Protocolo Secreto, que revelaba la estrategia real de Stalin, nunca fue mencionado. Circulaban rumores de su existencia, y fue publicada una traducción al inglés por el St. Louis Post-Dispatch. Sólo en 1948 el Departamento de Estado de EE.UU dio a conocer una copia oficial, junto a miles de otros documentos capturados de los alemanes. Moscú emitió un comunicado declarándolo una falsificación y “ofendido” por la “falsificación de la historia.”

Las víctimas del pacto lo supieron mejor. Pero pasaron más de cuatro décadas al menos, el 23 de agosto de 1989, unos dos millones de personas formaron una cadena humana de cerca de 400 millas de largo a través de las repúblicas del Báltico para marcar lo que se volvió conocido como Día del Listón Negro. El Muro de Berlín se derrumbó ese 9 de noviembre. El 28 de diciembre de 1989, Pravda admitió que el Protocolo Secreto había sido firmado en 1939, y que violó “la soberanía e independencia de un número de terceros países.” La charada había terminado.

 

*Juliana Pilon es miembro principal en el Instituto Alexander Hamilton para el Estudio de la Civilización Occidental y autora del inminente “La Presunción Utópica y la Guerra Contra la Libertad.”

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.