Enlace Judío México e Israel.- La ordenanza explícita es que durante estos siete días debemos vivir en “sucot” (cabañas), en memoria de los 40 años que vivimos en tiendas en el desierto, durante el Éxodo. Pero la mística judía le ha dado un significado más amplio a esta festividad, y su contenido resuena con mayor poder ahora que Turquía trae de regreso los aires de guerra al Medio Oriente.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

La situación en Medio Oriente tiende a desenredarse. El acercamiento entre Israel y los reinos sunitas (Arabia Saudita a la cabeza) es el inicio de una oportunidad para llegar, eventualmente, a un arreglo de paz que incluya a los palestinos. Por supuesto, el problema principal sigue siendo Irán. Mientras esté dirigido por los ayatolas fanáticos y fundamentalistas, el terrorismo seguirá recibiendo impulso en la zona.

De todos modos, Irán es un gigante herido de muerte. La gran ventaja de que sus líderes sean, justamente, fanáticos religiosos, es que eso es garantía de que toda su política interna estará mal hecha. Sumidos en una fuerte crisis económica que no pueden resolver porque insisten en desperdiciar millones de dólares en sus proyectos militares, además, ahora enfrentan una verdadera revuelta popular encarnada en algo que parece trivial, pero que para la sociedad iraní se está convirtiendo en el símbolo de la resistencia contra los ayatolas: Cada vez más mujeres se quitan el hijab en público, se filman y suben el video a internet. La sociedad está reaccionando contra la brutalidad del régimen, que acaba de sentenciar a 50 años de cárcel a tres activistas por el delito de descubrir sus cabezas en público.

La realidad es que un cambio de fondo en Irán es cuestión de tiempo. Ningún régimen —y menos uno tan intransigente y obtuso— resiste semejante presión, tanto externa como interna.

Si todo dependiera del curso por el que fluyen los derroteros de Israel, Arabia Saudita e Irán, podríamos prever un Medio Oriente solucionado en lo general en unos 25 o 30 años.

Pero está Turquía, y mientras Erdogan —ese desquiciado sátrapa obsesionado con convertirse en un Sultán tan grande como Tatatiú— siga siendo el líder, se trata de una potencia militar regional que va a seguir provocando problemas y desequilibrio en la zona.

La obsesión de Erdogan es expansiva. Sueña con hacerse con el control del mayor territorio sirio posible. Por ello ha lanzado una ofensiva contra la zona bajo control kurdo —sus viejos enemigos—. Sabe que las tropas de Assad están muy lejos de poder controlarlas; sabe que Irán está demasiado débil como para lanzarse a una guerra mayúscula en esa zona; sabe que Israel está demasiado lejos como para tratar de intervenir directamente en la guerra; y sabe que Estados Unidos se lo va a pensar muy bien antes de intervenir militarmente, porque Turquía tiene bajo custodia varias bombas nucleares norteamericanas.

Los únicos dos factores que en este momento pueden fastidiar el plan turco son la implementación de sanciones económicas americanas y europeas que, efectivamente, arruinen la economía turca, y que Rusia decida intervenir. Aun así, Erdogan está corriendo el riesgo de lanzar su ataque contra el kurdistán sirio para tratar de extender su control territorial. Su sueño de devolver la antigua gloria del Imperio Otomano sigue vigente.

Para Rusia el asunto es una enorme tentación. La guerra civil siria —un conflicto y negocio que ha hecho que los rusos le saquen millones y millones de dólares a Irán— está casi desactivada, así que esta nueva ofensiva de Turquía vuelve a encender las alarmas de un potencial conflicto.

Irán no se querría quedar con los brazos cruzados. Para ellos, la defensa del territorio sirio —que controlan desde tiempos de Hafez el Assad— es vital para conservar sus intereses regionales. Sin Siria bajo control, Hezbolá quedaría aislada y a merced de Israel. Por eso es que los ayatolas han defendido a Assad hasta el nivel de lo irracional.

El mayor riesgo en este momento es que Irán decida intervenir de lleno y se dé el enfrentamiento directo con las tropas turcas. Eso provocaría, seguramente, la intervención rusa también, que bajo ninguna circunstancia va a dejar caer a Irán, mientras todavía pueda venderles armas y asesoría militar. La combinación de todos estos factores no es buena noticia. La brutalidad de la guerra puede volver al Medio Oriente.

El papel de Israel es delicado, pero interesante. De entrada, a Israel no le interesa abrir un frente de confrontación con Turquía. Ya tiene bastante con cuidarse de Irán, mantener a raya a Hezbolá, y aplacar todos los días al terrorismo palestino.

Pero también hay una complicidad histórica con los kurdos, por lo que Netanyahu ha prometido que no los va a abandonar.

De cualquier modo, la posibilidad de una guerra de desgaste que debilite a Irán y a Turquía, y de la que pueda salir más fortalecida la autonomía kurda, es algo que beneficia los intereses de Israel y, en general, de todo occidente (excepto de Francia, país con una política exterior irracional y tonta que sigue enamorada de los iraníes).

Lo más probable es que, por el momento, Israel se mantenga a la expectativa de ver cómo funcionan las sanciones económicas que Estados Unidos ha anunciado contra Turquía, un país que no tiene una situación económica precisamente estable.

Los aumentos en los precios de los insumos básicos tienen a la población turca bastante molesta, y las medidas oficiales para resolver el problema han seguido la estrategia del control de precios, una medida populista que nunca soluciona los problemas de fondo.

La industria turca no pasa su mejor momento. Más de 20 mil empresas han cerrado entre 2017 y 2018. En las épocas en las que el euro se vio afectado en el mercado de divisas, muchos empresarios turcos tomaron créditos extranjeros aprovechando que los intereses eran bajos y, el euro, barato. Pero luego vinieron las grandes fricciones entre Erdogan y Trump, y las medidas estadounidenses tumbaron la lira turca. Por ello, los créditos que en principio eran baratos, se volvieron impagables.

El 31 de marzo, Erdogan recibió un duro golpe cuando su partido perdió las elecciones por la alcaldía de Estambul, la capital. En un movimiento descaradamente fraudulento, las elecciones fueron anuladas y se repitieron en junio.

Si la derrota original había sido dolorosa en marzo, ahora en junio Erdogan sufrió una humillación aplastante. El candidato opositor, Ekrem Imamoglu había ganado originalmente con una ventaja de 14 mil votos. Tras el descarado movimiento antidemocrático de Erdogan, su ventaja se amplió a 777 mil votos, y 28 de los 39 distritos de Estambul fueron ganados por los enemigos del partido islamista que gobierna dictatorialmente a Turquía.

Por ello tampoco extraña que Erdogan se lance a una campaña militar. Es el clásico paliativo que usan muchos políticos para tratar de recuperar su imagen heroica y, con ello, el apoyo del pueblo.

Pero Trump ya le tomó la medida a los turcos. Sabe que un buen golpe en su economía puede resultarles devastador. Si a eso se agregara la intervención militar rusa, podríamos decir que Turquía tiene frente a sí un pésimo panorama.

Pero ¿qué le puede importar a Erdogan?

A fin de cuentas, tiene el problema de todos los gobernantes populistas: Está obsesionado con una gloria decimonónica que nunca va a regresar, y todo parece indicar que también está decidido a arriesgarlo todo con tal de perseguir su sueño de sultán.

Mientras tanto, su imprudencia lo lleva a cometer crímenes de guerra contra los kurdos, poner en riesgo la precaria estabilidad en la zona, y encender las alarmas de guerra en todos lados.

Incluido Israel, por supuesto, porque Erdogan ya ha llamado a los musulmanes del mundo a unirse para atacar al Estado judío. El populismo irracional en su máxima expresión.

Por eso, con mayor razón retumba en nuestros corazones el máximo sentido espiritual de lo que significa habitar en cabañas durante estas fechas.

Cada noche, en el rezo de Arvit (nocturno), en cualquier sinagoga del mundo o donde haya un minián rezando, repetimos estas hermosas palabras: UFROS ALEINU SUKAT SHLOMEJA; BARUJ ATA ADOSHEM HAPORES SUKAT SHALOM ALEINU VEAL KOL ISRAEL.

Extiende sobre nosotros la Sucá de tus paz; bendito eres, Señor, que extiendes la Sucá de tu paz sobre nosotros y sobre todo Israel.

Sucot, esa festividad en la que toda nuestra vida gira alrededor de una cabaña frágil, permeable y rústica, nos recuerda que la protección de D-os hacia su pueblo Israel tiene sus fundamentos en las cosas más esenciales de nuestro espíritu.

Al final de cuentas, esa es la diferencia entre Erdogan y el pueblo judío. Mientras aquel está obsesionado con el poder y con incendiar la región, nosotros nos reunimos felices con nuestras familias a disfrutar de ese espacio sencillo y benévolo, donde lo único que cabe es una mesa, algunas sillas, la familia y los amigos, mucho amor, los espíritus de nuestros patriarcas, y la profunda convicción de que es alrededor de todo eso —riqueza verdadera, a diferencia de las insanas preocupaciones del remedo de sultán turco— que se extiende la protección divina.

Jag Sucot Sameaj!

 

 

 

 

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