Enlace Judío México e Israel.- Después de dos semanas de protestas populares en Líbano contra la clase política corrupta del país, el primer ministro libanés Saad Hariri ha entregado su renuncia. Si bien algunos ven este acontecimiento como una victoria para los manifestantes, tales evaluaciones pierden la marca.

TONY BADRAN

Los mismos barones políticos ahora consultarán para formar un nuevo gobierno, un proceso en el cual el brazo de Irán en Líbano, Hezbolá, tiene la palabra final. Lejos de señalar un cambio en el sistema, el episodio habrá marcado su regeneración.

La seria crisis económica de Líbano, mientras tanto, aun estará allí. La táctica de Hariri es retornar como el jefe de un nuevo gobierno, en sociedad con Hezbolá, presentar un plan para algunas reformas, y esperar un rescate de los donantes internacionales. Para Estados Unidos, éste no es un resultado deseable. La administración Trump debe seguir adelante con su política de sanciones mientras continúa oponiéndose a un rescate para Beirut. En la medida que el nuevo gobierno será formado en sociedad con Hezbolá, rescatar a tal gobierno significa rescatar a Hezbolá.

Pase lo que pase en Beirut ahora, las protestas han ofrecido una buena oportunidad para evaluar el debate político estadounidense sobre Líbano, y qué lecciones puede sacar EE.UU. de él moviéndose hacia adelante.

Previo al estallido de las protestas, la visión casi consensual entre los observadores de Líbano era que la estabilidad del país era suprema. Los analistas y activistas por lo tanto fueron firmes en que EE.UU. debe manejar Líbano con guantes de seda. Esta visión censuró cualquier política de cortar la ayuda a Líbano o de sanciones duras que podrían debilitar al sector bancario libanés, el cual es la espina dorsal de la economía del país. La crítica se hizo más fuerte después que Estados Unidos designó al Banco Fiduciario Jammal en agosto: empuja más lejos, decía la advertencia, y podría sobrevenir el caos.

Los que proponen esta visión argumentan que sanciones estadounidenses duras, dirigidas a apretar a Hezbolá, están equivocadas y son finalmente auto-derrotistas. Si la economía de Líbano se rompió bajo presión de EE.UU., argumentaron ellos, entonces el país se volvería un Estado fallido. Según ellos, Hezbolá se beneficiaría de esta ruptura, con una economía quebrada y una sociedad golpeada financieramente señalando el fin de cualquier oposición local a Hezbolá. Este enfoque está errado.

Las protestas actuales, que han incluido  mucha crítica a Hezbolá, sólo llegaron debido al colapso económico y financiero inminente. Es improbable que surgieran si el sistema hubiese sido salvado nuevamente, por ejemplo, a través de la inyección de capital por parte de potencias occidentales o estados árabes del Golfo bien intencionados pero errados, los que en crisis previas habían hecho grandes depósitos en el Banco Central de Líbano. Más para el punto, tal inversión en la supervivencia del orden político-económico existente sería una inversión en el status-quo dominado por Hezbolá. Hezbolá, el actor más poderoso en Líbano, había orquestado la formación del gobierno previo, instaló a su aliado como presidente, impuso la ley electoral de su elección, la que dio a su coalición la mayoría en el parlamento, e influencia directamente a las agencias del gobierno.

Será similarmente la fuerza decisiva en la formación de cualquier gobierno. No es coincidencia que la persona que ha hablado más enérgicamente en defensa del status quo durante las dos semanas de protestas, mientras emitía directivas al gobierno, sea el jefe de Hezbolá, Hassan Nasrallah — el verdadero jefe de Estado.

Sin dudas, las protestas populares no fueron un levantamiento contra Hezbolá per se. Fueron contra la clase política entera, de la cual Hezbolá es la cabeza. Pero, esta nueva acción popular callejera fue desconcertante para la organización. Especialmente desconcertante es la visión de chiíes libaneses participando en las protestas, y denunciando a la clase política y a Hezbolá — sin importar cuan confusas puedan ser las referencias al grupo. Por ejemplo, algunos manifestantes hicieron hincapié en expresar su acuerdo con Hezbolá en lo que hace a la enemistad con Israel, o han evitado intencionalmente discutir el estatus armado del grupo. Otros hicieron una apelación a Nasrallah pidiéndole que se una a ellos y respalde sus demandas, trazando así una distinción sutil entre él y el resto de la clase político.

Pero, la movilización popular impredecible y descontrolada entre los chiíes no era algo que Hezbolá quería ver. Antes de la renuncia de Hariri, el partido estaba tratando de descifrar cómo reafirmar su autoridad. Discursivamente, intentó cooptar las demandas de reforma de los manifestantes, pero sin mucho éxito. Al mismo tiempo, Hezbolá esgrimió el arma de la intimidación, tanto discursivamente en los discursos amenazantes de Nasrallah, tanto como en las calles, a través de grupos de matones atacando a manifestantes, con el más violento de tales ataques teniendo lugar en el centro de Beirut poco antes de que Hariri entregara su renuncia. Aparte de Beirut, el grupo reprimió duro en áreas chiíes para neutralizar esas regiones y separarlas de las otras partes de la geografía sectaria de Líbano.

Ahora que Hariri ha renunciado, aunque aun sirviendo en una capacidad de cuidador, lo que ocurra ahora es una pregunta abierta. Los manifestantes habían descartado con razón el plan de reformas propuesto por Hariri. ¿Lo aceptarán ahora, y a cualquier cambio de gobierno que acuerden Hezbolá y Hariri con los otros líderes, suponiendo que concluya en algún momento cercano? De igual manera, ¿los donantes europeos de la conferencia CEDRE para Líbano jugarán para la táctica de Hariri y liberarán fondos, siempre que sea formado el nuevo gobierno?

Si no, ¿las protestas retomarán el ritmo? Los bancos libaneses, que habían estado cerrados desde que comenzaron las protestas, reabrirán  según se informa. Cómo se desarrolla eso y qué impacto tendrá en el valor de la libra libanesa no está claro. El día de la renuncia de Hariri, Fitch Ratings cortó la valuación de dos prestamistas principales de Líbano, Banco Audi y Banco Byblos debido a riesgos de liquidez elevados. Mientras tanto, el gobierno sigue incapaz de atraer capital para financiar su déficit. La putrefacción de Líbano corre profundo.

Hay una presunción de largo tiempo en Washington y en Europa de que Líbano debe ser “salvado” — un impulso no disminuido por el hecho de que el país es dominado por Hezbolá, y sirve como un centro para sus operaciones y empresa criminal. Sin embargo, un caso perdido dirigido por un grupo terrorista no puede ser tratado como un Estado normal.

Para Estados Unidos, la conclusión debe ser clara: las afirmaciones de que Washington debe retirar su política de sanciones para que Líbano no se quiebre, esa inestabilidad sólo beneficiaría a Hezbolá, y EE.UU. debe continuar, en cambio, invirtiendo en las “instituciones estatales” de Líbano, están engañados.

 

 

*Tony Badran es un miembro investigador en la Fundación para la Defensa de las Democracias.

 

Fuente: Al Arabiya
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México