Enlace Judío México e Israel.- Palabras pronunciadas por Silvia Cherem de Shabot el pasado 12 de noviembre durante la entrega del Premio a la Excelencia Mujer Maguén David.

Agradezco infinitamente al Comité de Damas que me haya brindado el honor de una doble participación: una pequeña plática de mi visión del feminismo comunitario, y el privilegio de conducir este Premio a la Excelencia Mujer Maguén David, que cumple un cuarto de siglo.

Un premio instaurado por las mujeres del grupo Nueva Generación para galardonar a las voluntarias que se han distinguido en la labor comunitaria, y a las mujeres que, en distintas profesiones en el ámbito nacional, han puesto en alto el nombre de la comunidad.

Aunque no siempre se reconoce, las mujeres hemos sido pioneras en muchos ámbitos. Y para muestra, un botón: ¡el mismo Comité de Damas surgió antes que la propia comunidad!

Hace más de noventa años, la joven Teresita Harari comenzó a brindar ayuda a otros: llevaba aceite a quien no tenía para prender luz en shabat, víveres para alimentar a familias desprotegidas, medicamentos y abrigo para el necesitado…

Lo hacía ella por iniciativa propia y cuando Sedaká u Marpé se fundó en 1938 para brindar ayuda y auxilio a los alepinos, la “Tía Teresa”, como todos la conocían, ya era toda una institución con casi una década de labor en el ámbito de la beneficencia, con amplios logros y reconocimientos en su haber.

Se cuenta que Teresita Harari iba de casa en casa asistiendo a paisanos desprovistos, tendía la mano, era una líder nata en temas de altruismo y sabía convocar a otras mujeres para brindar bienestar a los más necesitados. Sin necesidad de un nombre o de un título que la encumbrara, fue ella el pilar comunitario, pero, como se practicaba antes, su lugar era el “Comité de Damas” y no como miembro activo de la Mesa Directiva, conformada entonces, como se estilaba, sólo por hombres.

Fue ella la fundadora del Comité de Damas y su figura, un ejemplo a seguir para las subsecuentes generaciones, aglutinaba a mujeres entregadas cuyos nombres hoy todos recordamos: Poli Hamui, Antonia Shabot, Yemile Dayan, Mary Hamui, Mery Abadi, Nezly Amkie, Sofía Sasson, Mary Abadi, Bubu Tawil, Niza Sitt, Alegra Shamah, Silvia Tawil, Fortuna Cassab…

Matriarcas todas ellas de nuestra comunidad que, desde su lugar, supieron formar buenas familias, construir una institución y trabajar de la mano, como figuras tutoriales, con las mujeres de la generación intermedia, algunas de las cuales aún tenemos entre nosotros, que vivan 120 años, y que hoy nos honrarán entregando algunos de los reconocimientos.

Hace 26 años, el Comité de Damas se amplió y revitalizó con una nueva camada de jóvenes que, como innovación, instauraron este Premio a la Excelencia Mujer Maguén David para reconocer la labor de las voluntarias, y curiosamente, para premiar también a quienes han logrado sobresalir y distinguirse afuera de la comunidad.

Han laureado a empresarias, deportistas y doctoras. A artistas plásticas, abogadas, periodistas y escritoras. A ingenieras, arquitectas y decoradoras. A profesionistas de toda índole.

Uno podría preguntarse qué cambió en la comunidad a partir de 1994, o qué cambió en el entorno para que la mirada se enfocara también hacia afuera. Para querer premiar a quienes, como mujeres, siguieron su pasión, no se conformaron con el estatus quo y buscaron un lugar distinguido tumbando puertas para salir de la propia comunidad.

Para mí, la respuesta es muy fácil. Hoy las mujeres no somos las de antes, somos hijas de nuestro tiempo. El feminismo fue la gran revolución del siglo XX. Transformó el pensamiento y la práctica, los sueños y las propuestas de vida. Fue una crítica radical a todos los presupuestos ideológicos del pensamiento occidental, desde lo político y lo económico, desde lo laboral hasta lo que se da al interior de la familia, incluida la religión.

El feminismo transformó los patrones de las relaciones humanas y puso en duda todas las premisas ideológicas. No fue sólo un canje de orden, sino la subversión de una manera de pensar y de vivir.

Hoy que se han abierto las puertas del conocimiento para las mujeres, nadie que se precie de ser moderno puede dejarnos fuera de la narrativa. Hoy, muchas mujeres de nuestra comunidad somos profesionistas y muchas más mantienen sus hogares.

Con educación, empeño, disciplina y trabajo, con las facilidades de la vida moderna, nos hemos emancipado para ser productivas e independientes, para mostrar que se puede ser madre, esposa y profesionista –más aún: mejor madre, mejor esposa, mejor abuela y buena profesionista–, si uno está contenta y satisfecha alcanzando éxitos personales. Si uno tiene ese cuarto propio del que tanto hablaba Virginia Woolf.

No hace muchos años, cuando me quejaba por la absurda prohibición que impide a una mujer hablar en un ereye para honrar la memoria de la persona fallecida, un presidente comunitario me espetó: “Ni tú, ni nadie va a cambiar nuestras costumbres de Alepo”.

Y lo cierto es que tenemos costumbres maravillosas que heredamos de nuestros padres: el valor de la familia, el respeto a los mayores, las tradiciones milenarias, la unión y solidaridad comunitarias, prácticas que no deben de cambiar, pero, por otro lado, hombres y mujeres hemos evolucionado y nadie puede detener esa inercia de educación y cultura, de emancipación, que imponen los tiempos actuales.

Nuestra vida no es la de Alepo. Las mujeres hoy no nos casamos a los 14 años, no tenemos diez hijos, ni nos dedicamos a hacer kipe día y noche para alimentar a la creciente familia. Tenemos más libertad, pero también asumimos mayor responsabilidad para educar a nuestra descendencia.

Hoy que se han abierto las puertas del conocimiento para las mujeres, resulta imposible cerrarlas. En pleno siglo XXI no podemos imaginar a las mujeres sin voz.

Es hora de repensar nuestro lugar en la sociedad, el trato que recibimos y el que se nos da; la dignidad con la que queremos consolidar el futuro de nuestras hijas y nietas. También, el futuro de nuestros hijos, porque un menosprecio a la mujer es también un agravio a los hombres.

Por ello, en fechas recientes un grupo de hombres y mujeres de la comunidad nos hemos dado a la tarea de investigar todas las cuestiones halájicas con las que se ha impedido a las mujeres participar en los ritos mortuorios, asistir a entierros de seres queridos, pronunciar discursos de despedida y hablar en ereyes. Tabús que, con el tiempo, se han ido colmando de supersticiones y contenidos mágicos, de prejuicios, disparates y estereotipos contra la mujer.

Documentamos todas las fuentes: lo que dice el Talmud en los siglos III al V, lo que apuntaron los comentaristas y eruditos del siglo XI al XIV, lo que registra el Zóhar en el XIII, el Shulján Aruj en el XVI, inclusive lo que en años recientes señaló Ovadía Yosef calificando como “exageraciones sin base alguna” los impedimentos a las mujeres de participar en los ritos mortuorios.

Estudiamos los argumentos de la ortodoxia, las fuentes primarias y la visión de predicadores, exégetas, maestros, rabinos y líderes comunitarios que han interpretado lo escrito desde lo masculino, marginando a la mujer. Y con los textos en la mano, sabiendo argumentar, me honra hoy decir que hace unas semanas logramos, con la actitud receptiva de la Mesa Directiva que preside Salomón Cherem, que aquellas mujeres que quieran participar en los ritos de despedida a sus familiares o amigos puedan hacerlo, sin que nadie se los impida más. Aquí está Salomón, y puede testificarlo: fue un compromiso sellado.

Como bien lo señalaron Maimónides y Yosef Karo, autor del Shulján Aruj, las mujeres no somos sucias ni impuras. Ese concepto lo heredamos de los escritos de Plinio el Viejo, un enciclopedista romano. Ese pensamiento luego fue retomado por Santo Tomás de Aquino y, luego, por los concilios vaticanos de Nicea, Constantinopla y Trullo. Las mujeres, por supuesto, tampoco atraemos al diablo y no somos objetos sexuales que atentamos contra los hombres.

Lo cierto es que lo que sí es regla halájica de los herederos, es despedir a quien fallece, asistir a su entierro y honrarlo con palabras alusivas a su vida. La Torá no hace distinción de sexo y, para algunos, poder expresarnos es una forma de recapitular, honrar, despedir y aliviar la pena.

La costumbre o tradición que hemos mantenido tiene otra explicación. Proviene del siglo XIX en Siria cuando, para enterrar a un deudo tenían que caminar largos recorridos con el féretro, cruzando barrios de extremistas musulmanes. En general había hermandad entre árabes y judíos, pero no faltaban fundamentalistas que se aprovechaban en momentos de dolor, inclusive hubo una ocasión en que trataron de secuestrar a una mujer. Por ello, como una medida de precaución y supervivencia, las autoridades comunitarias prohibieron a las mujeres asistir a los sepelios.

Con esa costumbre llegamos a América y la tradición se mantuvo, aunque aquí no hubiera persecuciones ni hostigamientos. Lo cierto es que en las comunidades más ortodoxas sefaradíes y de origen árabe en Israel y en casi todo el mundo, las mujeres participan de los duelos, despiden a sus deudos y pronuncian héspeds para honrarlos. Es una forma de cerrar un ciclo, es una forma de saciar el dolor de la pérdida.

Maguén David es, sin duda, una comunidad modelo en casi todos sentidos. El cambio para permitir que quienes quieran participar en entierros lo hagan, era necesario e inminente.

Vamos dando pasos también con respecto a los discursos en los ereyes. Ha habido mujeres distinguidas a las que se les ha concedido el Premio Maguén David y han pronunciado palabras de agradecimiento en nuestros templos frente a los rabinos, y por tanto no hay ninguna contraindicación contra los discursos de las mujeres. Nuestra voz no es fuente de seducción.

El cambio, lo lograremos paso a paso, sumando esfuerzos juntos y juntas, argumentando con bases, porque el discurso de que el hombre puede destacar y expresar sus sentimientos, pero la niña no, fomenta un retroceso innecesario, que procede de usos y costumbres mal entendidos.

En fin, estas próximas elecciones comunitarias serán la primera vez en la historia que las mujeres podremos votar. La primera. Suena absurdo, pero así es. En Israel, las mujeres han votado desde el primer día en que se estableció el Estado; y en México, después de una enorme lucha, las mujeres lograron ejercer su voto en 1953.

No tengamos miedo al cambio. Muchos hombres y mujeres queremos una comunidad moderna sustentada en los valores halájicos, pero también en franco diálogo con nuestro tiempo.

Por tanto, no basta que haya mujeres en las mesas, las ha habido desde hace años. Tampoco es suficiente que haya un Comité de Damas activo. Nada es suficiente si no ejercemos nuestro derecho a opinar, si no nos documentamos y replicamos con bases sólidas, si claudicamos a nuestro potencial de ser líderes.

Gandhi decía que el grado de civilización de una sociedad se mide por la forma de tratar a las minorías. Dostoievski escribió que se podría medir por la manera de tratar a los presos. Y John Stuart Mill y muchos más, aseguran que la forma de calibrar la condición de una sociedad es la posición social de la mujer, su libertad, su liderazgo, su capacidad de ser escuchada, ejercer un rol público o grado de independencia.

Ya es tiempo. Tenemos que prepararnos para poder dirigir a nuestra comunidad, tenemos que saber rebatir con bases sólidas para recuperar nuestra voz. Esa voz que siempre hemos tenido, esa voz solidaria que prevalecía desde los tiempos de doña Teresita Harari.

¡Muchas Gracias!