Enlace Judío México e Israel – Algunas ideas fuera de la caja darían lugar a un amplio gobierno de inclusión, en el que participarían activamente todos los sectores.

NAOMI CHAZAN

Las tensiones políticas en Israel van en aumento, ya que sólo quedan dos días para ver si el segundo intento de formar una coalición, esta vez encabezada por Benny Gantz, dará sus frutos o si correrá la misma suerte que los recientes esfuerzos de Benjamín Netanyahu. Al parecer, existen tres opciones: un gobierno de unidad nacional que incluya al Likud y Kajol Laván, un pequeño gobierno minoritario de apenas 44 miembros con el apoyo tácito de Avigdor Lieberman y segmentos clave de la Lista Conjunta, o el retorno a las urnas. ¿Pero son estas las únicas alternativas? Tal vez haya una cuarta posibilidad que se basa en un pensamiento creativo que implica un cambio de paradigma integral.

El proceso de formación del gobierno que ha dominado la política israelí durante más de seis meses ha sido impulsado más por el miedo y la intolerancia que por cualquier preocupación real para establecer un gobierno viable. Cada parte, a su vez, se ha centrado más en evitar el peor escenario que en construir una coalición gobernante efectiva. Para el Sr. Netanyahu, esto ha significado hacer todo lo posible, incluyendo la incitación total contra una quinta parte de los ciudadanos del país, para impedir la formación de un gobierno sin él y su partido al mando. Para el recién llegado Benny Gantz y su partido Kajol Laván, se trata de asegurar que cualquier arreglo distancie a Netanyahu de la Oficina del Primer Ministro mientras no se despeje la nube de una posible acusación. En ambos casos, la aversión a la sumisión continua a Lieberman y a sus ocho escaños no comprometidos de Israel Beitenu sigue siendo fuerte, al igual que la contemplación de otra réplica de estancamiento político en una tercera votación la próxima primavera.

Es evidente que no hay ningún intento serio de abordar las profundas causas del atolladero político de Israel. Esto puede atribuirse a varios factores, el más notable es la polarización social expresada en la ampliación de las grandes divisiones (entre árabes y judíos, religiosos y laicos, ricos y pobres, y diversos grupos que componen el mosaico étnico de Israel). Las divisiones sociales se han visto agravadas por problemas cada vez más serios de gobernabilidad: en términos reales, Israel ha sido gobernado por una coalición interina que ha carecido de responsabilidad y, por lo tanto, de legitimidad pública durante casi un año. Y para empeorar las cosas, las tenues normas democráticas que unen a los israelíes se han desentrañado en el proceso. Cualquier liderazgo verdaderamente decidido a lidiar con estos temas debe ir más allá de apoyar lo que esencialmente sería una operación que sostiene un statu quo insostenible.

Este enigma ha llevado a varios expertos a sugerir una serie de cambios en el sistema político desde alterar el sistema electoral (introducir un voto preferencial, crear distritos electorales, revitalizar las elecciones directas para primer ministro, elevar el umbral electoral) hasta reevaluar la viabilidad de la democracia parlamentaria de Israel y explorar alternativas presidenciales. Estas propuestas no sólo pasan por alto el hecho de que gran parte del estancamiento actual es una consecuencia de la manipulación que se produjo en la década de 1990, sino también que los problemas actuales no se derivan del sistema político en sí, sino de la forma en que los que están en el poder han manipulado las corrientes socioeconómicas para perseguir sus objetivos a expensas del interés común. Estas son las fuerzas a las que hay que enfrentarse si se quiere impulsar un verdadero cambio.

Por lo tanto, el punto de partida de cualquier paradigma alternativo radica en la definición de los principios que rigen el comportamiento en el dominio público. Estos deben representar una visión de un espacio cívico igualitario compartido por todos los ciudadanos del país, que tenga en cuenta tanto la diversidad de la población de Israel como sus múltiples asimetrías, aunado al objetivo explícito de lograr un futuro más equitativo para todos. El concepto vinculante de este paradigma, en marcado contraste con los actuales esfuerzos para formar el gobierno, es un concepto de inclusión.

Esta noción global invita a todos los sectores de la sociedad y a personas de convicciones políticas drásticamente divergentes a participar en el acto de gobernabilidad. El plan de apertura de la coalición gobernante, casi por definición, fomenta un mínimo de tolerancia mutua y exige una constante moderación en el ejercicio del poder. También subraya la importancia de la búsqueda persistente de la moderación en la esfera pública.

La formación de un gobierno basado en la inclusión tiene la ventaja de empezar a cerrar las brechas sociales. Al destacar la idea de una identidad israelí, conecta entre los asquenazíes y los sefardíes, los rusoparlantes y los ciudadanos de origen etíope, sin desdibujar sus historias e identidades culturales. Al resaltar los puntos en común de la ciudadanía, este concepto puede ayudar a acercar a judíos y árabes en una sociedad compartida. Al subrayar la verdad de que una multiplicidad de creencias puede coexistir mientras nadie tenga influencia en la esfera pública, se puede inculcar un nuevo respeto por la tradición. De hecho, un paradigma político inclusivo e integrador podría contribuir en gran medida a desmantelar algunas de las fuentes de polarización del país.

Sin embargo, una coalición amplia sólo tendría sentido si se pudiera alcanzar un acuerdo sobre un programa común; en torno a lo que realmente puede hacerse en ausencia de un consenso sustancial sobre la mayoría de las cuestiones. En este momento, un compromiso renovado con el restablecimiento del Estado de derecho debería encabezar la lista, especialmente dadas las importantes sacudidas que ha sufrido el sistema judicial en los últimos meses. Un presupuesto más equitativo que disminuya la brecha entre ricos y pobres y beneficie a las vitales, aunque cada vez más reducidas, clases medias también es particularmente urgente, así como la tarea de reforzar la seguridad personal mediante la eliminación de la espiral de violencia en toda la sociedad israelí. Una menor enemistad en casa puede allanar el camino hacia una mayor apertura en el extranjero: puede sentar las bases para reanudar el diálogo con los palestinos por primera vez en más de una década.

Garantizar la accesibilidad y la equidad en el dominio público es clave para un avance en estas áreas. También es central reintroducir la civilidad en el discurso público – un ingrediente crítico no sólo para mejorar el ya rancio clima público, sino también para revivir la confianza en el ámbito político y en sus líderes. Estos no son sueños imposibles: una coalición extremadamente amplia puede en realidad impulsar la formación de alianzas cambiantes y, por lo tanto, promover una mayor cooperación entre los grupos.

¿Es posible formar un gobierno que lleve a un cambio de paradigma en esta coyuntura? La mayoría argumentaría que es más allá de lo imaginable. Pero también lo es, al parecer, la alternativa de la unidad nacional. Una mirada más de cerca a la estrecha opción de gobierno que aún se está discutiendo muestra que podría contener el núcleo de una formación inclusiva más amplia. Una definición más precisa, basada en valores, de tal alternativa está ahora en orden. Puede mejorar la gobernabilidad, obligar a la cooperación, mejorar notablemente las iniciativas políticas y comenzar la larga y dolorosa inversión de los procesos regresivos que han astillado los cimientos democráticos de Israel en los últimos años.

La profesora Naomi Chazan, ex vicepresidenta de la Knéset y profesora (emérita) de Ciencias Colíticas en la Universidad Hebrea, es codirectora de WIPS, Centro para el Avance de la Mujer en la Esfera Pública del Instituto Van Leer de Jerusalén.

Fuente: The Times of Israel / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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