Rubén, un judío de aspecto bíblico que, en un medio folclórico y popular de México, es precisamente quien se asume como cantor de la ciudad.

PALOMA CUNG SULKIN

En agosto de 1984, hace 35 años, murió Rubén Schwartzman y hablar de él es darle vuelta al perol del tiempo y mandar a la superficie a Chava Flores, a las peñas en sus mejores momentos, folcloristas, universitarios y otros personajes.

¿Qué significaron las peñas y cuál fue el papel de Rubén Schwartzman en tal contexto? Rubén, un judío de aspecto bíblico, que, en un medio folclórico y popular de México, es precisamente quien se asume como cantor de la ciudad. Se instaló donde encontró la aceptación de un público culto, de clase media, reflejado con humor en sus canciones; Rubén se apropia del ojo crítico y amoroso de Chava Flores, y él le ofrece, a cambio, un lugar y una personalidad que había pasado casi desapercibida.

Las peñas aparecen como un movimiento musical, revolucionario, subversivo y a veces clandestino. No es gratuito que en las últimas movilizaciones en Chile contra Sebastián Piñera rompieran a cantar canciones de protesta de Víctor Jara.

La primera peña que se abrió fue en Chile en 1965, la de los hermanos Parra y Patricio Manns. Se interpretaba exclusivamente música chilena entre grupos universitarios, opuestos a la penetración cultural y combativos, como lo demuestra Mercedes Sosa: “Por suerte tengo guitarra/ por suerte tengo mi voz/ también tengo siete hermanos/ fuera del que se engrilló/ todos revolucionarios/ con el favor de Dios”. Violeta Parra abrió una peña, después de la de sus hijos, escenario de su suicidio posterior.

Las condiciones políticas exportaron exiliados a Europa y México, generando una nueva versión de peñas donde se tocaba la nostalgia, todo tipo de folclor y posturas políticas. De las más famosas de París fue L´Escale. Ahí se presentaron Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui y otras personalidades destacadas no sólo por su voz.

Las peñas en México nacieron con una fuerte conciencia continental que “abrió una ventana”, como dice Ángel Fernández “a los joropos venezolanos, pasillos ecuatorianos, valses criollos y guaraníes del Perú, milongas pamperas, videlas, cuecas, cumbias, etcétera”.

El Cóndor Pasa fue una de las peñas pioneras en México. Le antecedieron por poco tiempo la de Los Folkloristas y otra ubicada en el Callejón del Ojito, en Coyoacán. Entre los grupos pioneros destacan tres: Los Folkloristas, Folk 5 y Los Cantores de América.

Ángel Cervantes, dueño del Cóndor, impulsor de Schwartzman, su amigo y más tarde “el otro” del dueto que formaron y que Horacio Guarany bautizó con el nombre de Rubén y Ángel, La Amistad hecha Canto; lo conoció en 1972, cantando a dúo con Ricardo Pompa. Ángel los invitó a su local, ya que su espíritu humorista, antisolemne e impugnador coincidía con el de la peña. Funcionaron hasta que el arquitecto Pompa se retiró y Ángel convenció a Rubén de quedarse. Así dio inicio una amistad y un nuevo dueto.

Rubén eligió las peñas como su zona de reencuentro. Se apoltrona ahí con su físico de patriarca. Corpulento, una larga y descuidada barba, anteojos y una calvicie prematura. Armado de un cuaderno-historia o de cancionero-patria que hojeaba y leía sin pudor ante el público.

Hijo de un cantante judío rumano radicado en Argentina, llegó a México llamado por Esperanza Iris para tomar parte en sus famosas zarzuelas y nunca se regresó. Rubén nace en Chihuahua y, atendiendo a la imperiosa necesidad de una tierra bajo los pies, y de un pasado compartido, encuentra su morada en la calle, en el Distrito Federal, en la ciudad, a la que le atribuye una cualidad cósmica que fue configurando a base de canciones.

Rubén entra a un ambiente donde se acarician largas y profundas raíces que remiten a unos tiempos y a unas historias que suenan a teponaztles, caracoles y laudes convertidos en quenas, zamponias, charangos y tumbadoras. Él trae consigo su objeto de identificación, introduce la ciudad a la peña, al mexicano medio, a los personajes populares, las calles, las parrandas del Sábado Distrito Federal, las vecindades, los velorios, los quince años, etcétera, y hace suya una ciudad a través de Chava Flores, quien le presta su ojo fotográfico, escudriñador y se pasea por las calles de día y de noche reseñando las vidas privadas y las costumbres públicas.

Al introducir Schwartzman la calle al ámbito de la peña, nos convertimos con él en actores de nuestros barrios. Hasta la aparición de Rubén, la ciudad no era un tema en las peñas, como no fuera para maldecirla desde el campo, como en Jacinto Cenobio. Se introduce un nuevo elemento en las peñas: el folclor urbano.

Rubén arma una patria con la letra y música de Chava Flores. Sus canciones ya se conocían, pero no estaban muy difundidas. Fue en la peña donde, popularizadas por Rubén, adquirieron estatus cultural.

Ángel comenta: “Rubén popularizó el nombre de Chava y lo puso en circulación. Yo no conocía a Chava ni tenía idea de si estaba vivo. Considero que Chava Flores es a la música lo que Posada fue a las Artes Visuales” (entrevista con Ángel Cervantes, 1985).

La música y la palabra se convirtieron para el judío en territorio a partir del exilio, por eso se quedó Rubén ahí donde la canción se le llenó de contenidos.

 

Fuente:excelsior.com.mx