Enlace Judío México e Israel – Una tercera ronda de elecciones, un juicio contra el actual primer ministro, el eterno conflicto con Irán y los palestinos, la diplomacia en el mundo árabe, las desigualdades económicas y las diferencias religiosas. Sin duda, 2020 se antoja como un año que marcará historia en Israel. Las coyunturas son más interesantes de lo normal. Y eso es mucho decir.

El inicio de cada año civil siempre es un buen punto para reflexionar sobre los retos que cada uno debe enfrentar. En este caso, el panorama del Estado de Israel luce complejo como de costumbre, aunque se confirma una tendencia que viene acentuándose desde hace ya varios años: jamás en la historia el pueblo judío había estado tan en control de su propio destino. Somos fuertes como nunca en todos los tiempos, pero eso es gracias a que existe Israel. Y a que es como es.

Podemos dividir en dos los grandes retos: los exteriores y los interiores.

Comencemos por los que tienen que ver con el mundo exterior a Israel. Como siempre, es una situación compleja que tiene cosas muy buenas (mejores que nunca), y otras difíciles como han sido siempre.

El mayor riesgo exterior sigue siendo Irán y su régimen fundamentalista obsesionado con destruir al Estado judío, tan solo por el simple hecho de ser judío. Mientras los ayatolas tengan el poder en Teherán, el terrorismo internacional seguirá teniendo una fuente de financiamiento y de promoción ideológica. Esto es un problema que, en realidad, afecta a todo el mundo. Pero tal parece que el único país que se lo toma en serio es Israel. Otros, como Francia y su patético gobierno al mando de Emmanuel Macron siguen creyendo que hay que apostar por los iraníes, pese a que no tienen nada atractivo que ofrecer (ni ideológica ni económicamente) a mediano o largo plazo.

Pero el régimen de los ayatolas está herido, y probablemente la herida sea mortal. El descontento popular está fuera de control. Comenzó como protesta por el incremento en los precios de los combustibles (resultado de una política económica fallida y afectada por todo el dinero que se desperdicia en los proyectos expansionistas de Irán), pero se exacerbó por la muerte de más de 1,500 civiles desarmados durante las manifestaciones de los últimos dos meses.

Muchos periodistas han señalado que este nivel de furia popular no se había visto desde 1979. Es decir, desde que manifestaciones similares tumbaron al régimen del Shá y llevaron al poder a los islamistas. Así que ya no es arriesgado calcular que en cualquier momento, el gobierno fundamentalista chiíta puede colapsar, y el tan ansiado relevo político puede llegar a Irán. En ese caso, se espera que un nuevo sistema político cambie radicalmente su política exterior, y los mayores signos de ello sería la pacificación y normalización en las relaciones con Arabia Saudita, Estados Unidos e Israel.

En el otro extremo, significaría el colapso de la “causa palestina”. Los grupos terroristas palestinos se han mantenido a flote, en gran medida, por el apoyo iraní. Si este soporte se desvanece, prácticamente estarán derrotados por completo. Ningún país árabe está dispuesto a apoyarlos como lo hicieran en los setentas y los ochentas.

Y es que ese es uno de los puntos más sólidos en la situación exterior de Israel: desde hace unos cinco o seis años, conforme se recrudeció el descarado apoyo de Barack Obama a Irán, Arabia Saudita e Israel comenzaron a fortalecer sus vínculos de manera informal. Pronto descubrieron que eran socios prácticamente perfectos, no solo en materia de seguridad enfrentando la amenaza iraní (algo a plazo inmediato), sino también en materia comercial (a mediano y largo plazo).

Ese fue el punto de partida para que el gobierno israelí —hábilmente dirigido por Benjamín Netanyahu en ese aspecto— comenzara a reforzar sus vínculos con otros países de un modo nunca antes visto. Tanto en Asia como en África, se diluyó el tan anunciado aislamiento que habían profetizado ominosamente personas como Isaac Herzog o Tzipi Livni, en la oposición israelí, o Barack Obama, la ONU y la Comunidad Europea.

Nunca en su historia el Estado de Israel había tenido una situación tan sólida como la que goza hoy en el plano internacional. Los rutinarios esfuerzos de la ONU por asediar al estado judío hoy son más inútiles que nunca. El apoyo del actual gobierno estadounidense es un factor determinante en esa balanza, y el triunfo contundente de Boris Johnson en Inglaterra refuerza la posición israelí en Europa.

Incluso Rusia —potencialmente, el peor enemigo posible para Israel— lo sabe. Por ello, nunca ha intervenido cuando Israel ha lanzado ataques contra posiciones iraníes, sirias o de Hezbolá en Siria, con el fin de tomar represalias por alguna agresión, o como medidas preventivas para proteger su seguridad.

Lo más complicado seguirán siendo las continuas agresiones desde Gaza, principalmente, y desde Cisjordania o Líbano, potencialmente. Israel ha mantenido una política muy mesurada respecto a sus represalias con tal de no entorpecer el acercamiento con los países árabes, y sobre todo para no regalarle al gobierno iraní pretextos que puedan desviar la atención de la población. De ese modo, el pueblo iraní mantiene su actitud cada vez más agresiva contra su propio gobierno, y se incrementan las posibilidades de que los ayatolas colapsen.

La situación es más complicada en el plano doméstico. El principal reto que enfrenta la sociedad israelí es una tercera ronda electoral cuyo principal riesgo es que repita el panorama de las dos anteriores. Es decir, una situación de indefinición que no permita formar gobierno.

De cualquier modo, podemos decir que es un problema limitado. Es decir, aunque se trata de formar gobierno, los contendientes mejor posicionados para ellos son dos políticos de la misma línea y con una visión muy similar de lo que se debe de hacer. Me refiero a Netanyahu y Benny Gantz. La oposición más extrema que podría representar un viraje crucial en la política israelí está representada por la izquierda, que en las últimas dos elecciones simplemente colapsó. Así que las dudas ante la conformación del gobierno definitivo no implican el riesgo de un cambio relevante en la política.

En todo caso, lo más peligroso de esta situación no resuelta es asunto de Benjamín Netanyahu, prácticamente a nivel personal, debido al proceso que debe enfrentar acusado de corrupción. Si eventualmente fuese declarado culpable, o se llegara a un arreglo que incluyera su retiro de la política, sería una noticia de nivel escandaloso, pero su afectación real en la conducción del gobierno sería mínima. La estructura y el ejercicio del poder en Israel están bastante bien consolidadas, y se trata de un sistema que puede sobrevivir perfectamente a la caída de cualquier primer ministro.

En otra área de la vida israelí, lo que sigue siendo un reto para cualquier gobierno que venga es la reducción de las tasas de pobreza (de las más altas en la OCDE). Es un asunto donde se han logrado avances significativos en los últimos diez años, pero también algo en lo que nunca se debe dejar de trabajar.

Israel tiene los recursos para enfrentar ese reto. Uno de los aspectos más sólidos a nivel de política interna es que el pequeño Estado judío se ha convertido en un líder mundial en innovación tecnológica, y ese es el verdadero oro del siglo XXI. Si Israel sigue por la ruta exitosa en esta materia, va a contar con los ingresos necesarios para mejorar la calidad de vida de todos sus ciudadanos. Por supuesto, eso exige a los políticos conducirse de manera responsable y visionaria. Esperemos que cumplan nuestras expectativas al respecto.

Finalmente, otro tema que siempre va a ser materia de discusión es el religioso. Las coyunturas se han dado de tal modo que los grupos ortodoxos y ultraortodoxos han podido afianzar su poder de muchas maneras, y eso ha provocado que en algunos temas el asunto se salga de control. Sus principales manifestaciones han sido las agrias controversias sobre el Muro Occidental, los derechos de las mujeres, el servicio militar obligatorio, y el reconocimiento por parte de la Sojnut de conversiones no siempre avaladas por los rabinatos que quieren monopolizar el control de la identidad judía.

El reto en ese rubro es mayúsculo. Israel tiene que consolidar la fórmula que mejor funciona, según ha demostrado contundentemente la historia: el Estado laico. El lugar de la religión es, sin duda, el de la convicción personal. Cuando el pensamiento religioso logra interferir en los programas de gobierno, el resultado siempre es la división y polarización de la población. En una sociedad como la israelí, está claro que la abrumadora mayoría se molesta por los extremos asumidos o exigidos por los núcleos religiosos extremos, por lo que resulta absurdo que estos últimos lleguen a tener tanto poder e influencia a nivel político.

En fin. Así comenzamos el 2020, y por supuesto nuestros deseos son que todo mejore. Como ya señalé, nunca en la historia el pueblo judío había tenido tanto control de su propio destino, ni tanta seguridad ante el resto de la humanidad. Y todo eso se debe al éxito que ha sido, en todos los aspectos, el Estado de Israel.

Que faltan muchas cosas por resolver o mejorar, no cabe duda. Pero tampoco se puede negar que siempre hemos sido hacia adelante.

Así que el esfuerzo y el apoyo deben seguir siendo inconmovible, hasta que se logren los objetivos más nobles e importantes.

¿Y cuando se logren esos objetivos qué?

No hay problema. Somos judíos. Ya estaremos insatisfechos de muchas otras cosas más, y podremos exigir a nuestros gobernantes que se dediquen a mejorar más las cosas. En eso no tenemos llenadera, y qué bueno que así sea.

 


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