Enlace Judío México e Israel – El 26 de enero, en la Sinagoga Histórica Justo Sierra, el señor Bronislav Zajbert narró la historia que su familia vivió hace más de 75 años en Polonia, cuando la invasión nazi destruyó su mundo. 

“En septiembre de 1939 entraron los alemanes a Polonia, fue cuando comenzaron los cambios. Todos los judíos nos teníamos que poner una banda azul en el brazo para diferenciarnos. Es cuando aparece mi primera duda: ¿Por qué diferenciarnos?” Así lo relató Bronislav Zajbert, acompañado por sus hijos Deborah y Mauricio y por tres de sus nietas.

Para Zajbert y su familia, la vida fue otra antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Como para otros tres millones de judíos polacos, la entrada de los nazis en el país supuso una progresiva enfermedad de la vida cotidiana, que la fue convirtiendo en algo cada vez más parecido a la idea clásica del infierno.

Zajbert nació en Lodz, en 1933, seis años antes de que comenzara la guerra. Asistía al kínder de la ciudad, no a uno judío, y tenía amigos de diversas nacionalidades. Por eso, cuando le pidieron llevar una banda azul, no cabía en su azoro.

“En los años anteriores todos éramos iguales como mis amiguitos. Muchos eran alemanes que vivían en Lodz. De repente me dicen que soy diferente; no lo podía entender. Sobre todo, a la edad de seis años. ¿Por qué soy diferente y no igual que ayer?”

Los padres de Zajbert intentaron explicarle que había “un hombre llamado Hitler que quería conquistar el mundo y odiaba a los judíos”.

La banda azul fue reemplazada por una estrella amarilla con la inscripción “jude”. “Cuando caminábamos por la calle y pasaba un alemán teníamos que cederle el paso. En caso de llevar la cabeza cubierta teníamos que quitarnos el sombrero ante la raza superior. En esa época ya tenía yo un hermano de seis meses.”

La familia de Zajbert fue privada, como los otros judíos, de sus derechos: se les prohibió usar el transporte público, los niños fueron echados de los colegios, a su padre le quitaron su fábrica, a su madre, una tienda de ropa para bebé.

Después fueron confinados en un gueto, en la parte “más pobre y sucia de la ciudad, en la que vivían aproximadamente cincuenta mil personas. Al llevarnos al Ghetto nos dijeron que cada uno podía llevar una sola maleta. Lo que quedaba en la casa se lo llevaron los alemanes.”

La familia de Zajbert halló alojamiento en un departamento de tres recámaras, baño y cocina. Con el paso de los días se les sumaron nuevos inquilinos. Cuatro familias debieron compartir aquel espacio. La de Zajbert terminó ocupando la cocina. Ahí vivirían los siguiente cinco años.

Un intercambio demográfico se produjo en el barrio: la mitad de los 25,000 habitantes, los no judíos, fueron sacados de ahí. A cambio, 200,000 judíos llegaron a saturar las calles y los edificios. Para ellos estaba por llegar una época de precariedad, humillación y sufrimiento.

“En abril se cerró oficialmente la cerca del gueto. Los alemanes aprovecharon a los judíos para que trabajaran en las fábricas que estaban cerca del gueto. A mi padre lo nombraron gerente administrativo de una de esas fábricas, lo consideraron importante mientras entrenaba a otro gerente que sería alemán.”

Cada mañana, relató Zajbert, “tenían que estar los trabajadores en una esquina del gueto para que los alemanes, como decían ellos: llevar a sus judíos al trabajo. Aun cuando estaba prohibido, a los trabajadores de esa fábrica les regalaban algo de comida. Mi papá compraba un poco de pan y queso. Se decía que cuando había pan, ya había comida que llevaba a casa por la noche. Esto duró solo tres meses. Los alemanes decidieron que ya no necesitaban la ayuda de los judíos. Por los siguientes cinco años ya nadie podía salir. No había comida. Todos teníamos que trabajar dentro del gueto.”

 

La vida en el gueto

“El Ghetto tenía un administrador judío que seguía las órdenes del gobierno alemán. Dentro del Ghetto había fábricas en las que podían trabajar mayores de 10 años hasta 70 años. El gobierno judío trató de hacer todo lo mejor posible para nosotros. Tenía personal de administración, salubridad. Había muchos doctores, pero sin medicamentos ni material de curación. Tampoco había alimento para los enfermos.”

Los alemanes crearon una moneda que solo tenía valor dentro del gueto. Con ella, los habitantes podían comprar lo poco que había. “Teníamos una tarjeta en la que decía cuántos gramos de pan, frijoles, etcétera te correspondía a la semana, que tenías que pagar con el dinero que te pagaban en la fábrica en la que trabajabas dentro del gueto.”

Poco después comenzaron las evacuaciones. Los alemanes le hacían saber al administrador judío que, al día siguiente, debía tener listas a dos mil personas, cada una con una maleta, para ser llevadas otro lugar de trabajo. Esos lugares de trabajo, luego se supo, no eran sino el campo de exterminio de Auschwitz. Las autoridades judías que administraban el gueto elaboraban las listas según criterios inciertos, pero “si eras amigo de alguna persona del gobierno no eras inscrito en la lista.”

 

Exterminio

El sobrecogedor relato de Zajbert mantuvo cautiva a la audiencia de la Sinagoga Histórica Justo Sierra. El hombre narró cómo los nazis se iban despojando de la sutileza cada vez más. En un momento dado comenzaron las redadas en el gueto. Los soldados alemanes disparaban contra quien se encontraran en el camino. “También se llevaban a todos los enfermos.”

El padre de Zajbert logró falsificar su acta de nacimiento para hacerlo crecer tres años. Así, no tendría 10 sino 13 y sería “apto” para trabajar, lo que mejoraba sus posibilidades de supervivencia. “Así tendríamos tres tarjetas de alimento. Era mejor tener el alimento de tres dividiéndolo entre cuatro personas.”

Zajbert sufrió una enfermedad en el oído y fue operado en el hospital con éxito, aunque de forma clandestina. Su trabajo era en una fábrica de madera, de donde le permitían extraer cierta cantidad de viruta para llevar a casa cada semana. “El hecho de vivir en la cocina nos ayudaba mucho en tiempo de frío.”

La población del gueto seguía mermando, no solo por la gente que era evacuada sino porque el hambre, las enfermedades y los maltratos mataban a cientos cada día. Dentro del gueto había un cementerio. Al contrario de las otrora saturadas viviendas, ese crecía rápidamente. No así el inventario oficial de muertos, pues los familiares tardaban en reportarlos para así poder seguir recibiendo un poco de alimento adicional.

Los 300,000 judíos que llegaron a poblar el gueto se convirtieron en 80,000. A los nazis les entró de pronto una prisa atroz y comenzaron a cargar los trenes con grupos de 5,000. Ninguno volvía jamás de esos transportes.

“Siempre había discusión entre mis padres. Mi mamá era muy impulsiva y decía ‘hay que subir ya’. Mientras mi papá era más calmado y contestaba ‘no hay prisa’.” Un día, alguien le ofreció a la familia un refugio. Un escondite en un sótano, con agua, luz y un poco de aire respirable. Aceptaron.

“Al llegar vimos aproximadamente a 33 personas, de las cuales ocho eran niños. Durante ese tiempo mi papá enfermó, estando ocho días inconsciente, no podíamos hacer nada más que esperar.”

“Durante nuestra estancia en el escondite llegó una mujer que estaba a punto de parir. Las mujeres le ayudaron mientras que nosotros nos fuimos a un lado. Nos dijeron que tanto el niño como la mamá habían fallecido. Desde hace mucho yo siempre he tenido la duda de si fallecieron. El escondite, al estar cerca de la fábrica, todos teníamos que estar muy callados. A un bebé no le puedes controlar el llanto.”

El escondite funcionó por 10 semanas. “Por las noches, por medio de una escalera, salíamos en completo silencio por cinco minutos para poder tomar aire.”

 

La liquidación del gueto

En agosto de 1944 los nazis habían conseguido matar a casi todos. 500 judíos quedaron en el gueto para limpiarlo. Algunos familiares de estos se encontraban entre los escondidos. A través de ellos, los últimos judíos del gueto, los nazis mandaron llamar al resto. Ofrecieron perdonarles la vida si volvían al trabajo.

La familia de Zajbert decidió volver. Siguió sobreviviendo en condiciones terribles durante la liquidación del gueto. El 17 de enero de 1945 se escuchaban bombas. En el gueto, los alemanes cavaban fosas para enterrar a los pocos cientos de judíos que seguían con vida, “todos nos esparcimos por el gueto para que no nos encontraran.”

Tres días más tarde se escucharon los gritos: “judíos, salgan, ya son libres.” La familia de Zajbert había sobrevivido. Menos de 1% de los judíos de Lodz corrió con tanta suerte. Bastante menos.

Tras la guerra, la familia de Zajbert consiguió refugio en Venezuela, pues ni México ni Estados Unidos abrían sus puertas a los sobrevivientes del Holocausto. Aun así llegaron cerca de dos mil refugiados, entre ellos, Zajbert, quien conoció a su esposa en México.

Después de narrar su historia, el hombre conversó con el público, respondió algunas de sus preguntas y recibió como regalo simbólico, un Pinocho de madera, en recuerdo de su trabajo en la fábrica dentro del gueto.

Zajbert pidió no olvidar a los gitanos, otro grupo de víctimas de los nazis, cuyos lamentos recuerda haber escuchado en el gueto.

 

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