Enlace Judío México e Israel – Se acerca Tu B’shvat, el año nuevo de los árboles, y todo el judaísmo se prepara para refrendar su comunión con la naturaleza, porque esta es vista como parte inherente de eso que llamamos SHALOM.

La palabra SHALOM (paz) y SHALEM (completo) tienen la misma raíz etimológica, y sus significados están íntimamente relacionados: sólo puede estar en verdadera paz aquello que está completo.

Esta noción es fundamental para entender la relación del ser humano con la naturaleza según el paradigma bíblico.

En resumen, se trata de esto: nuestra interminable búsqueda de paz sólo llegará a su éxito cuando estemos completos. Y según el primer capítulo de la Torá, sólo estamos completos en el momento en que entendemos nuestro lugar dentro de la naturaleza.

Génesis 1 (en realidad, hasta 2:3) nos cuenta que la Creación fue completada en siete días, seis de labor creadora divina, y uno más de reposo santificado.

El relato tiene un rasgo muy interesante: habla de la creación del ser humano en términos de colectividad. Aquí no es donde se nos va a contar la historia de Adán como individuo. Aquí se habla del ser humano como generalidad. O, para decirlo en pocas palabras, Génesis 1 es el relato de la creación de la sociedad humana. Entender esto es básico para comprender cuál es la relación de la especie humana con el resto de la creación.

Lo primero que hay que entender es que fuimos lo último en ser creado. No fuimos la prioridad en el designio divino. Antes que nosotros fue creado todo lo demás. Pero tampoco fuimos la última acción de D-os. Fuimos lo último en ser creado, pero todavía después de crearnos, D-os hizo algo más: santificó el día de reposo (Shabat) por medio de Su propio descanso, enseñándonos con ellos que ser humano y naturaleza necesitan un espacio en el tiempo para detener el frenesí del trabajo.

La idea es muy clara: el ser humano y la naturaleza no deben estar en contraposición, y el santuario en el que debemos aprender a gozar de una comunión plena, es el Shabat. Nótese: no hay ningún indicativo de que el Shabat deba ser un santuario físico. Es un espacio en el tiempo, no en la materia. Y tampoco dice que es para que el ser humano esté en comunión con D-os. Al establecer como noción principal el concepto de descanso, la idea implícita es que se trata del momento para sentirnos completos con la naturaleza.

Ese es el marco referencial para entender en qué sentido fue que D-os designa al ser humano para señorear sobre todas las demás criaturas (vv. 28-30). Es lógico que tengamos esa preminencia, porque somos los únicos de quienes se dice que fuimos creados a Imagen y Semejanza de D-os. Pero ¿qué es lo primero que hace el Creador inmediatamente después de nombrarnos los regentes de la naturaleza? Descansar. Mostrarnos que la mejor manera de administrar los bienes que nos ha encomendado es deternos y contemplar la Creación como algo que antes de ser transformado, debe ser valorado y apreciado.

A partir de Génesis 2:4 el énfasis cambia por completo. El nuevo relato de la Creación —diferente al anterior, tanto en sus detalles como en sus objetivos— se enfoca en el ser humano como individuo. Por eso se habla de la creación de Adán, e incluso se diferencia de la creación de Eva. En este nuevo enfoque, todo gira alrededor de la conciencia individual de cada persona.

Por eso la naturaleza es presentada bajo un paradigma distinto: D-os crea el mundo, pero lo hace vacío. Lo primero en ser creado —desde la seguramente omnipresente arcilla roja— es el propio Adán, y sólo hasta después de él es que D-os planta un huerto (el Gan Eden), y lo llena de árboles frutales. Luego los animales, a lo cuales Adán debe ponerles nombre. Finalmente, Eva.

Es muy interesante cómo se le proponen las cosas al individuo. Aquí no existe la noción de que algo ha sido creado antes que uno mismo, ni se habla de un reposo sagrado para estar en comunión con la naturaleza. Se habla de trabajo: Adán ha de cuidar del huerto. Y se habla de construir un vínculo especial con las especies animales: Adán ha de conocerlas para poder nombrarlas.

Sin embargo, hay un detalle en el que ambos relatos coinciden, aunque desde perspectivas muy particulares: la idea de lo COMPLETO (el Shalem o el Shalom).

Si en el primer relato la experiencia humana sólo está completa hasta que el reposo sabático nos pone en comunión con la naturaleza, en el segundo relato esta plenitud sólo se logra hasta que Eva aparece en la vida de Adán.

¿Contradicciones en el texto bíblico? No. Más bien, la clara conciencia de que el ser humano no es lo mismo en su dimensión individual que en su dimensión social. El individuo debe encontrar su propio reflejo en el rostro de su semejante (en condiciones ideales, de su pareja). En cambio, la sociedad debe encontrar su propio reflejo en el rostro de la naturaleza.

No encontrarlo nos expone al error.

¿De qué se tratan las tres caídas del ser humano narradas en Génesis? De nuestra pérdida de comunión con la naturaleza. En Génesis 3, la crisis se salda con la pérdida del huerto primordial. En Génesis 9 con el Diluvio y la destrucción de toda la tierra. Y en Génesis 11 con el juicio de D-os a los constructores de Babel.

Así es el proceso de decadencia humana cuando pierdes de vista el lugar que ocupa la naturaleza: primero te distancias de ella; luego, la destruyes; finalmente, te destruyes a ti mismo, tanto como individuo, como en la dimensión de lo social.

En Génesis 3 el ser humano perdió su comunicación con la naturaleza; en Génesis 9, su comunicación con D-os; en Génesis 11, su comunicación con sus semejantes, lo último que le quedaba.

Ese es el marco en el que Génesis 12 inicia con el llamado de Abram, así sin la HEI intermedia. El Abram que tiene su nombre incompleto y que no tiene hijo que lo herede. D-os le hace un llamado y le invita a cambiar esa situación, pero le pone una condición.

¿Cuál? Abandonar Ur, la urbe, el artificio heredero de la Babel primordial, y salir en busca de algo distinto y lejano. ¿En busca de qué? Una tierra, un espacio de la naturaleza para él y su descendencia. La estrategia de D-os para que Abram se pueda convertir en Abraham y tener descendientes —es decir, para que sea un ser humano SHALEM o completo, y en SHALOM o paz—, es que recupere su comunión con la tierra, con la naturaleza.

Eso es lo que representa Eretz Israel para el judaísmo. No nada más es el hogar ancestral, la tierra de origen, el punto de partida. Es el santuario terrestre en el que los descendientes de Abraham hemos recuperado la comunión con la naturaleza.

Por eso las extrañas advertencias de la Torá: Si Israel no guardaba las ordenanzas divinas, el castigo sería perder la tierra, que entonces quedaría condenada a la desolación. Lo que antes era un manantial de leche y miel, pasaría a ser un desierto yermo e inhóspito.

Pero si la advertencia es extraña —¿realmente por el exilio de un pueblo todo un país se puede volver un desierto—, la promesa todavía lo es más: ahí en los confines de la tierra en donde el pueblo judío estará exiliado, su arrepentimiento será el punto de partida para el retorno. El exilio no será una condición final o definitiva, mucho menos algo permanente. Llegará a su fin, y D-os reunirá a los hijos de Israel desde todas las esquinas del mundo. Y a su regreso, la tierra volverá a florecer.

Extraño, pero el milagro se cumplió. A finales del siglo XIX, el pueblo judío comenzó a reintegrarse en Eretz Israel, la tierra a la que nunca dejó de amar, el santuario natural con el que nunca dejó de soñar, el desierto árido e inhóspito que aún así fue cuidado, buscado y honrado en nuestras plegarias y canciones.

Y cuando el pueblo de Israel estuvo otra vez allí, la tierra —amorosa, tan enamorada de sus hijos como sus hijos de ella— renació otra vez. Floreció desde sus cenizas y sus piedras.

La tierra sin pueblo estaba esperando, cual madre amorosa, el regreso del pueblo sin tierra.

¿En dónde está el secreto de este éxito sin precedentes que ha hecho del moderno Israel una potencia en tecnología agropecuaria?

En saber encontrar el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Entender, sobre todo, que el tierra es el reflejo de la sociedad. Que fructificar y multiplicarnos —la ordenanza divina— no significa reproducirnos sin límites y exterminar los recursos naturales. Significa, ante todo, hacer que la tierra sea tan fructífera como nosotros mismos.

Y por eso una celebración tan significativa como Tu B’shvat. El día en que los judíos salimos a plantar árboles. Porque amamos la tierra. Amamos al planeta. Nos amamos a nosotros mismos.

El ejemplo de Abraham sigue siendo nuestra ruta a seguir: no tiene sentido levantar descendencia si no les vas a heredar la tierra. Pero ojo: no se trata de un lugar bardeado donde construir monstruos de piedra. Se trata de la naturaleza, que en esencia no es otra cosa sino parte de nosotros mismos.

Por eso, un judío no se entiende a sí mismo sin Eretz Israel, sin las ordenanzas de la Torá, y sin la sombra de un árbol.

Y, por supuesto, el árbol.

 


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