Enlace Judío México e Israel – El plan de paz del presidente Trump debe entenderse como un impulso sistémico hacia un nuevo avance, más que como un plan práctico para resolver el conflicto israelí-palestino.

GERSHON HACOHEN

En marcado contraste con la euforia mundial durante los Acuerdos de Oslo de 1993, el “Acuerdo del Siglo” del presidente Trump para poner fin al conflicto israelí-palestino fue acogido con escepticismo a nivel mundial, en parte debido a las circunstancias internacionales que prevalecieron cuando se anunció.

Tanto en Europa como en Estados Unidos, el orden sociopolítico enfrenta retos formidables y una sombra de incertidumbre se cierne sobre el futuro. Las zonas de conflicto sangriento se extienden desde Afganistán hasta Ucrania, y las perspectivas para la recuperación de Siria, Irak, Yemen y Libia de las prolongadas guerras civiles son escasas. ¿Qué tipo de plan de paz podría poner fin al conflicto de 100 años en el pequeño territorio entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán?

No menos importante, este escepticismo con respecto al Acuerdo del Siglo parece estar enraizado en motivos y formas de pensar que pertenecen al siglo pasado. Esa incongruencia es evidente en primer lugar en la expectativa de una paz acordada, final y duradera. A finales del siglo XX, en la atmósfera de júbilo por el “fin de la historia” que acompañó al colapso de la Unión Soviética, parecía haber lugar para presunciones de ese tipo. Pero con el regreso de Rusia a un papel activo de gran potencia, incluso los europeos de ojos azules parecen haberse despertado de la ilusión del fin de la historia.

La ansiedad por la inestable seguridad y el futuro incierto ha afectado a los países más estables. Sin embargo, los profetas de la paz siguen insistiendo en que si sólo pensamos en positivo, los resultados serán positivos. Y si no lo son, debe ser porque realmente no los queríamos.

El discurso israelí sobre el plan refleja un patrón similar de pensamiento anacrónico. Así, por ejemplo, la derecha no acepta el requisito de reconocer un Estado palestino, mientras que la izquierda afirma que el acuerdo “no ofrece a los palestinos un Estado bajo ninguna definición razonable”. Pero en el siglo XXI, el cambio en la definición sociocultural de la familia también se produce en la definición sociopolítica del Estado. ¿Quién le dirá ahora a una madre soltera que ella y sus hijos no son una familia? Del mismo modo, para los Estados, que son un fenómeno mucho más complejo, ahora hay más de una forma de existir. Ahí está el meollo del error: seguir pensando en términos “modernos” en medio de una realidad que en la mayoría de los sentidos prácticos es ahora postmoderna.

Aquellos que consideran el plan de Trump como un plan de acción deben adaptar su pensamiento a la nueva era más compleja y matizada. El plan de Trump es muy importante porque marca una nueva realidad. Debe verse como un impulso sistémico hacia un nuevo avance, no como el avance en sí mismo.

Pero un discurso atrapado en los conceptos del siglo pasado se relaciona con el plan de 180 páginas como si fuera un plan para ejecutar una línea de ensamblaje. La aparición de un fenómeno complejo, mientras transita de las etapas de planificación a la ejecución, no puede controlarse por completo. Esto es algo que todo empresario sabe. No se puede convertir una pequeña tienda en una gran red comercial siguiendo de cerca un plan de negocios detallado.

Ya en 1937, en medio de la controversia sobre el plan de partición británico, David Ben-Gurión estaba muy consciente de estas poderosas dinámicas. Como dijo, “Un Estado judío en parte de la tierra no es un fin sino comienzo”. El establecimiento del Estado en una pequeña parte de la Tierra de Israel “serviría como un poderoso impulso a nuestros esfuerzos históricos para redimir la tierra en su totalidad”.

La clave para la aplicación sabia y constructiva del plan de Trump radica en la diferencia básica entre, por un lado, pensar que es moderno, mecánico y cerrado y, por el otro, pensar que está abierto a nuevas realidades. Mientras que el pensamiento moderno no ha renunciado a la creencia de que cada problema debe tener una solución, el pensamiento complejo reconoce la existencia de problemas que son fundamentalmente irresolubles. Se pueden buscar soluciones temporales siempre que no repudien una visión intemporal.

Cuando se trata de sueños nacionales y religiosos, uno no se involucra en negociaciones. Eso es tan cierto para los israelíes como para los palestinos.

El mayor general (retirado) Gershon Hacohen es investigador principal del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat. Sirvió en las FDI durante 42 años. Comandó tropas en batallas contra Egipto y Siria, y fue anteriormente comandante de Cuerpo y comandante de Colegios Militares de las FDI.

Fuente: Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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