Enlace Judío México e Israel – El amor es algo muy complejo de definir. Oscila entre la construcción cultural que se desarrolla en cada etapa y cada lugar, y el sentimiento abstracto que cada quien vive y procesa a su propio modo. El judaísmo le ha prestado atención a este fenómeno, y a lo largo de toda su historia ha hecho profundas reflexiones sobre lo que implica el amor, especialmente entre la pareja.

Acaso la obra que mejor ha retratado en los últimos tiempos lo complejo que es esta experiencia es Violinista en el Tejado, una cruda novela de Sholem Aleichem (uno de los más importantes autores de la literatura en idish), luego transformada en una sensacional comedia musical de Broadway. El asunto del amor es abordado desde la crisis que representó hacia finales del siglo XIX e inicios del siglo XX el cambio de paradigmas en el modo de planear los matrimonios.

El protagonista de la obra —ese entrañable hombre medio bruto, medio sabio— Rev Tevye, pertenece a esa generación que entendía el matrimonio como un arreglo entre sus padres con una casamentera y los padres de la novia. Él mismo explica que conoció a Golde, su titánica esposa, justo el día en que se casaron. Así era la tradición para él, máximo baluarte de la identidad judía y garantía de cada persona supiera cuál era su lugar y su propósito en el mundo.

De repente, el mundo se le resquebraja porque sus hijas empiezan a tomar la iniciativa de decidir con quién casarse, apelando a un pretexto que le resulta extraño a Tevye: el amor.

“Es cosa nueva esto del amor”, dice en un momento de profunda reflexión. Y luego agrega: “Pero, por otro lado, nuestras tradiciones algún día también fueron nuevas”.

Y es cierto: Las cosas son más antiguas de lo que parecen.

La propia Torá nos pone frente a tres modelos de pareja en relación a lo que es el matrimonio arreglado y el enamoramiento. Abraham y Sara simplemente se casan. No se dan detalles de cómo se arregló esa boda, ni se habla de hasta qué punto uno se enamoró del otro. Simplemente, aparecen en el territorio bíblico como una pareja normal: casados por decisión de otros, enamorados a fuerza de compartir la vida desde entonces.

Itzjak es más afortunado. Nadie le pide su opinión respecto a si quiere casarse o no. Simplemente, un día Eliézer —por órdenes de Abraham— sale de viaje, y regresa con Rivka, una joven mujer que será la esposa de Itzjak. Será porque será a fuerzas. Es una decisión que ya está tomada y el joven cuarentón no tiene modo de contrariarla. Pero cuando Itzjak sale y ve a Rivka por primera vez, de inmediato se enamora de ella. Da lo mismo que lo quieran obligar a casarse con ella. Tal vez en otras circunstancias, el propio Itzjak habría viajado hasta el fin del mundo para encontrar a la mujer que amó desde el primer momento.

El de Yaacov es el otro extremo. Primero se enamora de Rajel, luego trabaja siete años por ella, entonces es engañado y obligado a casarse con la hermana mayor, y luego tiene que acordar otros siete años de trabajo para también casarse con la mujer que ama.

Lo más complejo en el texto bíblico es que se construye un triángulo amoroso difícil y doloroso: Yaacov está enamorado de Rajel, pero Lea —la hermana y primera esposa— está enamorada de Yaacov.

El relato bíblico, sin ser explícito aunque sí muy claro, nos muestra cómo en este complicado enredo D-os se pone del lado de la mujer enamorada, no del lado del varón. Es Lea la que es agraciada todo el tiempo. Primero con cuatro hijos, luego con dos más, y al final es quien reposa para siempre junto con Yaacov en la Cueva de Majpelá. Rajel, por su repentina muerte al dar a luz a Biniamín —su segundo hijo— fue enterrada en algún camino aislado.

Más aún: los dos linajes mesiánicos —es decir, portadores y herederos de las unciones que santifican a los reyes y a los sumos sacerdotes— vienen de Lea, ya que Levi y Yehudá fueron sus hijos.

Difícil cosa de entender es el amor. Sólo quien ama de verdad sabe que es una decisión en la que uno está dispuesto a dar sin esperar nada a cambio.

El amor es ese extraño territorio en donde D-os y el ser humano son iguales. Ninguno está en ventaja con respecto al otro.


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