Enlace Judío México e Israel – Los orígenes de las actuales comunidades judías de España son muy particulares, ya que este país fue cuna de una de las mayores y más florecientes diásporas desde tiempos bíblicos hasta la expulsión en 1492.

JORGE ROZEMBLUM

Aunque durante casi cuatro siglos las leyes prohibían el ejercicio de la fe mosaica so pena de terribles castigos por parte de la Inquisición, muchos de los conversos forzados conservaron algunas trazas del ritual en secreto, que el paso del tiempo terminó desfigurando para convertirse en secretos y extrañas costumbres familiares. Para mediados del siglo XIX, no obstante, nuevos vientos de modernidad soplaron y trajeron a la Península Ibérica a judíos europeos (por ejemplo, como joyeros para la boda de la reina Isabel II – la actual firma Loewe, que en origen se pronuncia Levi) y delegados de la Banca Rotschild, para la construcción de las primeras líneas férreas y empresas de seguros (familias Bauer y Landauer), algunos de cuyos descendientes llegaron a ser políticos de renombre. La mayoría de ellos acabó asimilándose. 

Fuera del continente, en las orillas mediterráneas, se alzaban desde hacía siglos las fortalezas de Ceuta y Melilla, que hace más de 150 años permitieron y promovieron que se instalaran allí civiles judíos, cuya presencia como comunidad es la más antigua en tiempos modernos en territorio español (pero fuera de la España en suelo europeo). Sin embargo, las puertas de ciudades como Madrid y Barcelona sólo comenzaron a abrirse a inicios del siglo XX, con la llegada de inmigrantes sefardíes, originarios del antiguo Imperio otomano que huían de las guerras balcánicas y que inauguraron los primeros sitios de oración en siglos en dichas ciudades. Con el paso del tiempo, se les irían uniendo nuevos inmigrantes que desde los años 30 decidieron cambiar el centro de Europa y sus regímenes totalitarios por estas tierras. Lamentablemente, la Guerra Civil (1936-9) acabó con sus ilusiones de estabilidad y prosperidad, y los impulsó a buscar latitudes lejanas, mayoritariamente en el continente americano. 

El renacimiento definitivo de las comunidades judías en España se produjo a finales de los años 60, cuando una ola de antisemitismo (después de la Guerra de los Seis Días de 1967) se apoderó del joven Estado independiente de Marruecos, donde vivían desde muchos siglos antes amplias y arraigadas Kehilot. La zona norte del país (desde las Guerras de África de 1860 y el inicio del Protectorado español en 1912) estuvo muy influida por la cultura y lengua española moderna, por lo que muchas de las comunidades judías (por ejemplo, de Tetuán o Tánger) acabaron instalándose en España. Poco después, mediados los 70, se produjo otra llegada masiva de judíos, es este caso sudamericanos, con un perfil diametralmente diferente: mayoritariamente ashkenazíes, poco afines a tradiciones religiosas ortodoxas e, incluso, políticamente distintos, volcados a opciones de izquierda. Con el paso del tiempo se fueron sumando otros colectivos, por ejemplo, europeos que en edades avanzadas se instalan en localidades mediterráneas costeras o la emigración venezolana (que comparte en gran medida los mismos orígenes del norte de Marruecos con familias instaladas hace tiempo en el país). 

No hay cifras oficiales sobre la cantidad de judíos, que suelen variar entre los 12 mil de mínimo (los afiliados a las distintas comunidades establecidas) y “menos de cien mil” de máximo. Sin embargo, a pesar de una magnitud similar a la de los judíos de México e incluso un posible porcentaje superior dada la población de España (unos 47 millones de habitantes frente a los 130 del país azteca), la conciencia popular de su existencia actual es muy inferior. Por ejemplo, aunque hay judíos destacados en el mundo de la economía y la política, no suelen acaparar los primeros planos. La mayoría aplastante de la población sólo reconoce a un judío en la literatura y el cine, no en la calle ni por sus nombres o apellidos. Es el efecto de tantísimo tiempo sin su presencia física. A pesar de ello, subsiste una particularidad: el “antisemitismo sin judíos” en expresiones lingüísticas, algunas fiestas populares y otro ejemplos que iremos desgranando en futuras columnas.

 

*El autor es director de Radio Sefarad.


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