Enlace Judío México e Israel – A diferencia de los países de su entorno en el continente y su mala prensa, en España no se ha producido en tiempos modernos ningún ataque físico contra judíos en su condición de tales.

JORGE ROZEMBLUM

Además, la legislación elaborada desde la llegada de la democracia y la promulgación de la Constitución vigente en 1978 no solo protege la libertad y el culto religioso, sino que la apoya, desde hace 15 años, a través de una fundación implementada hasta ahora por el Ministerio de Justicia, que financia las federaciones religiosas para que sirvan de interlocutoras representativas de sus colectivos ante las autoridades.

En los últimos años, también se ha avanzado en la tipificación específica del antisemitismo como “delito de odio” en el Código Civil. No obstante estos evidentes avances institucionales, el antisemitismo o judeofobia, entendido en su sentido más amplio según la definición de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA), sigue estando presente en algunos sectores y expresiones, muchas de ellas hirientes pero inconscientes, como las lingüísticas (“perro judío” como traidor, “judiada” como un acto injusto o malintencionado para molestar o herir a alguien, “matar judíos” como la tradición de beber limonada de vino durante la Semana Santa en la provincia de León). También subsiste alguna fiesta popular de carácter antisemita religioso arcaico como el Misterio de Elche, el Santo Niño de la Guardia en Toledo o las fiestas de la Catorcena en Segovia.

Los ataques más frecuentes en el espacio público son las pintadas, grafiti con esvásticas o aludiendo a la responsabilidad por el conflicto de Israel y los palestinos. Sin embargo, los más habituales provienen del espacio político, en declaraciones, actos y manifestaciones aparentemente solo dirigidas contra el Estado de Israel, pero que en el fondo implican (como aclara la citada definición de la IHRA) una discriminación hacia la población judía por sus evidentes vínculos, incluso familiares, con dicho país. Pero, si hay un terreno donde el odio se hace más patente y sin cortapisas es en el de las redes sociales, en el que el anonimato invita a dejar de lado las preocupaciones de la política y socialmente correcto para destilar ponzoña sin miramientos. Basta entrar en la web de cualquier periódico español en alguna noticia relacionada no con Israel sino con temas judíos (especialmente si están relacionados con el Holocausto) para verificar el alcance de la repulsa social hacia nosotros.

Lo asombroso del caso es para la mayoría de los españoles, los judíos seguimos siendo unos desconocidos no solo por ignorancia de nuestra cultura, sino por no haber tenido contacto con ninguno. Recordemos que en España puede que no lleguen más de un par de centenares los judíos ortodoxos vestidos a la manera tradicional que lleven Kipá (visible) en la calle. A diferencia de la minoría ashkenazí, tampoco los apellidos “españolizados” de muchos sefardíes sirven para identificar tan fácilmente como en muchos países hispanoamericanos.

En resumen: España no es a nivel legal un país antisemita, pero ¿qué país es es hoy día? También el enemigo número uno de Israel, Irán, vanagloria de su comunidad judía, y miembros contados de nuestra fe conectados a altos cargos públicos en países árabes. Otro asunto muy distinto es cómo nos ve la población. Y entonces podemos elaborar un ranking muy poco fiable: ¿TODOS los hijos tan amigos de Israel? ¿Y los alemanes, con sus leyes tan punitivas de cualquier manifestación antisemita? ¿Los argentinos han superado cualquier signo de irracionalidad contra los judíos?

Hoy día, desgraciadamente a mi forma de ver, el antisemitismo se está transformando de la demanda de igualdad en el instrumento político partidario para denostar a las posturas contrarias. En España, como en tantos países, se hace cada vez más un uso inapropiado de términos como “Holocausto” o “nazi” como armas arrojadizas en los contextos más inesperados: la derecha contra los vínculos de la izquierda con el fascismo islamista y contra el sionismo; la izquierda por la nostalgia de sus opuestos por regímenes ultranacionalistas y monoreligiosos.

En este país, algunos cultivan una imagen (históricamente poco confiable) de un paraíso de convivencia de las Tres Culturas (cristianos, musulmanes y judíos) en la Edad Media, una Sefarad idílica que, aún siendo falsa (los judíos siempre fuimos ciudadanos de segunda: dhimmi con impuestos especiales bajo el Islam o “propiedad del Rey” bajo las monarquías cristianas), sigue siendo mucho más integrador que las otras opciones. Desgraciadamente, también (en estos tiempos de creciente polarización) minoritaria.

 

*El autor es director de Radio Sefarad.


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