Enlace Judío México e Israel – Otra vez suenan los tambores de guerra en Idlib, donde Recep Tayyip Erdogan está tensando demasiado la cuerda, y un error de cálculo —o un error humano— pueden arrastrarlo a la catástrofe. Mientras tanto, el tirano turco se va quedando solo.

No es secreto que Erdogan siempre ha querido ser el nuevo sultán. Reconstruir la gloria y el esplendor del otrora Imperio Otomano. Y eso incluye una obsesión expansionista. Por eso amenaza con cierta frecuencia a Grecia y le advierte que va a invadir una zona de islas del mar Egeo. Y por eso quiere extender su control a Idlib, provincia ubicada al norte de Siria, y que es la única que en este momento y tras ocho años de guerra civil, está bajo control de grupos rebeldes.

Por supuesto, Erdogan disfraza su instinto imperialista diciendo que hay que ayudar a esos rebeldes que se han levantado contra la opresión de Assad. Que hay que tener un sitio seguro para los refugiados sirios. Y, en teoría, tiene algo de razón (sobre todo en el tema de los refugiados), pero se tendría que ser muy ingenuo para creer que esta es su única motivación para intervenir en Idlib.

Apenas la semana pasada, Siria emprendió una campaña para tratar de reconquistar esta zona, y en un bombardeo muy agresivo un total de 33 soldados turcos murieron. La respuesta de Erdogán fue igualmente agresiva, y desde entonces viene lanzando ataques contra las posiciones sirias.

Pero tarde o temprano se va a topar con una pared llamada Rusia.

De hecho, se tienen muchas dudas sobre lo que realmente sucedió en el supuesto bombardeo sirio. Hay indicios de que, en realidad, el bombardeo lo lanzó Rusia, y que los soldados turcos que murieron no fueron 33, sino más de 100.

¿Qué tantas probabilidades hay de que Rusia intervenga en este conflicto?

En principio, se diría que pocas. Rusia no tiene un interés objetivo en la zona más allá de la conveniencia económica que ha representado la guerra civil en Siria. Si se ha puesto del lado de Irán y el régimen de Assad, no es porque tenga particulares afinidades ideológicas con ningún líder de la nación persa o de sus gobiernos satélites, como el de Damasco. Menos aún por el extremismo de Hezbolá, componente indispensable de la ecuación pro-iraní.

Por ello, el ejército ruso no ha intervenido nunca cuando Israel ha implementado operativos para destruir instalaciones, depósitos de armamento, o incluso para eliminar militares sirios, iraníes o de Hezbolá. Y es que Putin también tiene intereses económicos con Israel, la nación más desarrollada de la zona. Pero estos son de tipo comercial. De todos modos, no le interesa pelearse con el Estado Judío. A la larga, tiene más que ofrecer que la deteriorada economía iraní.

Qué tan dispuesto estaría Rusia a salir en defensa de Assad es una cuestión de dinero, así que la pregunta más bien es qué tan dispuesto está Irán a pagar los servicios rusos para defender a Assad. Mientras haya ganancias garantizadas, Rusia seguirá vendiendo caro su amor. Si no hay dinero de por medio, Putin no se va a lanzar a un conflicto que, como toda guerra moderna, resultaría caro. Su economía no es lo suficientemente sólida como para darse el lujo de meterse en una guerra que, en estricto, no es suya.

¿Control regional? No, Putin y su gente entienden muy bien que los tiempos han cambiado. Que conquistar países ajenos es caro, muy caro. Se dio el lujo de hacerlo en Crimea porque la zona que le robó a Ucrania es de población mayoritariamente rusa, por lo que no se tenía que hacer todo el proceso de verdadera conquista. Pero nada más. Nunca fue la intención de Putin ir más allá de esas zonas relativamente pequeñas. Se trataba más de resolver un pleito histórico con Ucrania, que de un verdadero proyecto imperialista ruso, y la prueba es que después de esa anexión, Putin se quedó contento y sin visos de tratar de emprender alguna otra campaña militar remotamente similar.

Ahora bien: Estamos hablando de territorios que están pegados a la “Gran Rusia”. Medio Oriente le queda demasiado lejos, y es seguro que Putin tiene bien presente el desastre que fue la campaña en Afganistán, iniciada en 1979.

Rusia tiene bien entendido que sus intereses en Medio Oriente son de otra índole, especialmente porque ya huele —ah, el infalible olfato de Putin, un gobernante muy cuestionable en sus intenciones, pero al que absolutamente nadie podría acusar de tonto— que se viene un romance político y económico entre Israel y Arabia Saudita. Los viejos primos se sonríen, se coquetean, se cortejan. Uno con todo el dinero que todavía le reditúa su industria petrolera; el otro, con su tecnología de punta, el oro del siglo XXI (y probablemente de los siglos XXII y XXIII). Así que ahí va a haber mucho negocio, mucho dinero, muchas posibilidades de aplicar esa novedosa ecuación de ganar-ganar.

Por eso es que la ayuda de Rusia a Irán no se ha reflejado en el conflicto de los ayatolas con Israel. Que se apañen solos, si es que pueden.

¿Tiene Irán la capacidad de pagar a Rusia por su apoyo en Siria para resistir los embates turcos, y poner a Erdogan en su lugar?

Parece que no. La economía de Irán está colapsada, y empeorando. La guerra civil en Siria le resultó carísima. Su nula capacidad de respuesta se vio cuando Estados Unidos eliminó a Qasem Soleimani, el gran genio militar detrás de los proyectos iraníes, y número dos del régimen. Para poder venderle a sus fieles la idea de que Irán había “contestado” la agresión norteamericana, lo más que se pudo lograr fue disparar unos viejos cohetes katyusha hacia una base iraquí casi desocupada, no sin antes avisar a las tropas iraquíes y estadounidenses que iban a bombardear, para que se pusieran a resguardo. No fuera a ser que alguno saliera herido o muerto, y luego viniera una represalia todavía peor por parte del gobierno de Trump.

A eso hay que añadir que el descontento social en Irán cada vez es mayor. Desde las protestas por las alzas de precios a los combustibles, hasta la rebelión femenina contra el uso obligatorio del hiyab, la insensibilidad e incompetencia del régimen sólo ha provocado que las cosas se compliquen cada vez más. La sociedad iraní está harta de ser gobernada por una tropa clerical tan fanática como incompetente.

Y si todo eso no fuera suficiente, ahora está el problema del coronavirus. Incapaces de hacer algo bien, las autoridades iraníes dejaron que la epidemia se les saliera de control desde un principio, y ahora varios miembros del régimen están infectados. Situación que se agrava porque la mayoría son gente de la tercera edad. Para estos momentos, ya murió el embajador iraní en el Vaticano, y también uno de los principales consejeros del ayatola Alí Jamenei.

Así que no parece que Irán vaya a disponer de una chequera con fondos para satisfacer las ambiciones rusas y garantizar el apoyo a las tropas de Assad, por lo que tampoco parece que Rusia vaya a involucrarse en el conflicto.

Claro, a menos que. Siempre hay un “a menos que…”.

A menos que Turquía cometa un error, y haga un ataque directo a tropas rusas. Ese sería un pecado que Putin no estaría dispuesto a tolerar.

En teoría, Turquía podría estar lo suficientemente tranquila confiando en que, como miembro de la OTAN, toda Europa y los Estados Unidos estarían listos para defenderla de cualquier agresión rusa. Pero la molesta realidad es que Erdogan se está quedando solo. Sus imprudencias e insensateces cada vez son menos del agrado de sus aliados occidentales, y las señales que están llegando de Washington y de Berlín es que prácticamente va solo contra los rusos.

La estrategia de Erdogan para revertir esa situación es tan odiosa como estúpida: Ha amenazado a Europa que si no lo apoyan, abrirá las fronteras para que miles y miles de refugiados invadan Grecia, y desde allí se rieguen por todo el continente.

Es algo así como si Europa le dijera a Turquía que está harta de su conducta agresiva y violenta, y Turquía contestara amenazando con agresiones y violencia si Europa se sigue quejando de las agresiones y violencia. O como cuando el Estado Islámico —esto no es ficción— se molestó porque se le definió como entidad terrorista, y amenazó con ataques terroristas como represalia.

Por lo pronto, Grecia ya cerró sus fronteras, y todo apunta a que Europa va a encargarse de que la crisis de refugiados se viva en Turquía.

Mientras, Erdogan tiene una cita en Moscú para platicar del problema con Putin. Porque, claro, es Erdogan el que tiene que viajar, el que tiene que hacer el gasto. Putin sólo tiene que ver si tiene espacio en su agenda para recibirlo.

Muy probablemente todo se va a tratar de que el sátrapa turco se tiene que ir con mucho cuidado. Rusia es un enorme oso pobre no muy interesado en desgastarse innecesariamente, pero si lo molestas donde no debes, todavía puede soltar zarpazos de los que alguien como Erdogan no podría reponerse.

 

 


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