Enlace Judío México e Israel – La OMS ha declarado el coronavirus, oficialmente, como pandemia. Casi todos los países afectados están tomando medidas drásticas para minimizar los efectos de esta enfermedad que se extiende sin control, y eso va a tener repercusiones en muchos flancos, sobre todo económicos.

¿Cómo le va a Israel y a sus amigos o enemigos?

El problema principal a nivel económico que representa la pandemia del coronavirus es que en cierto nivel de descontrol se tiene que declarar una cuarentena masiva. En China hubo que aislar a 50 millones de personas; en Italia, a 15 millones.

Eso provoca serias pérdidas económicas, pues estamos hablando de gente que prácticamente debe dejar de trabajar.

En Europa —nuevamente, Italia es el ejemplo más acusado— el turismo está colapsado. Las ciudades que normalmente se ven llenas de paseantes —como Venecia— ahora lucen desoladas, y toda la gente que vive de los servicios turísticas ha visto sus ingresos reducidos, cuando no incluso aniquilados. Al suceder esto, la cadena de consumo se colapsa, y el daño se extiende a amplios sectores de la población.

Por eso, cada país tiene sus propias estrategias para compensar estas pérdidas económicas. Alemania ya anunció que habrá dinero fresco para ayudar a quienes han entrado en crisis por el freno económico que representa la pandemia del coronavirus.

No es el único problema sobre la mesa: la guerra comercial entre Arabia Saudita y Rusia tumbó los precios del petróleo a inicios de esta semana, y eso acentuó el panorama crítico para los países que dependen en buena medida de sus ingresos petroleros.

El caso de México fue emblemático: su presupuesto anual contemplaba que el barril de petróleo se vendería a un mínimo de 49 dólares, y de repente los rifi-rafes saudíes rusos lo pusieron en 21.00 dólares. Luego se recuperó un poco, pero por el momento el barril mexicano se cotiza alrededor de 25 dólares. Un problema serio, porque en México producir un barril de petróleo cuesta 35 dólares. Así que por cada barril que se produce, México está perdiendo 10 dólares.

Y nótese: el caso de México es, por decirlo de algún modo, leve. Otros países tienen economías más comprometidas con el petróleo. Venezuela, Irán y Rusia son buenos ejemplos.

Israel también va a resentir las afectaciones. Su industria turística —al igual que la europea— está detenida, y los viajes de negocios (muy importantes en las llamadas start-up nations) están detenidos casi por completo.

En este panorama, la pregunta es quiénes están listos para sobreponerse a la pandemia, y quiénes no.

Y aquí es donde resulta de capital importancia la solidez económica de cada país.

Israel y Estados Unidos, por ejemplo, tienen el soporte suficiente para enfrentar los retos que demanda la situación actual. Lo mismo sucede con la mayoría de los países europeos, pero es un hecho que Italia es quien se las va a ver más difícil. Aparte de que el paro obligado de quince millones de personas en la zona norte —de importantísimo perfil industrial— es un golpe directo a la productividad económica, el colapso del turismo también pega en una de sus principales fuentes de ingreso.

Rusia también le va a sufrir, pero desde hace varios años ha creado un fondo de emergencia de unos 150 mil millones de dólares, que le van a ayudar a paliar los efectos de la caída de los precios del petróleo y de las emergencias por el coronavirus.

China, por supuesto, ya está muy afectada. La parálisis obligada en toda la zona de Wuhan ha sido un duro golpe para la economía de todo el país, y va a tardar en reponerse. Corea del Sur también se vio fuertemente afectada, pero los reportes indican que sus medidas de seguridad han funcionado, y el ritmo de contagio está decreciendo notablemente.

El país que no parece atinarle a nada es Irán.

Su problema comienza por el hecho de ser gobernado por una élite clerical fundamentalista y atorada en paradigmas medievales. Su idea básica es que están obligados —o incluso que son los elegidos— para extender el chiísmo radical por todo el mundo. Sin embargo, los ayatolas están muy lejos de entender cómo se hace el expansionismo religioso o político hoy en día.

Por ello, se involucraron en una campaña de expansión militar que, en principio, parecía darles buenos resultados. Primero cayeron Líbano y Siria, y luego el esfuerzo se extendió hacia el oriente de Irak, lo que provocó una guerra contra el régimen de Saddam Hussein, que se extendió por diez años.

Eran los tiempos finales de la Guerra Fría. Tras el colapso del régimen soviético, las cosas comenzaron a cambiar y se sentaron las bases para nuevos modelos de guerra: los comerciales. El tráfico de armas siguió siendo un gran negocio, pero ya no para conflagraciones masivas como la Segunda Guerra Mundial, sino —principalmente— para regímenes despóticos con el afán de imponerse por la fuerza al interior de sus propios países. O, acaso, para guerras civiles.

EE.UU y Rusia —obligadamente los referentes fundamentales a nivel mundial— pasaron a un nuevo tipo de guerra, y China pronto se unió al grupo. Guerras en las que lo que más se evita es perder dinero. Guerras en las que se entiende que las invasiones son caras e improductivas —como la de la ex-URSS a Afganistán, o la de Estados Unidos al Golfo Pérsico—.

Pero Irán no lo entendió. Mantuvo sus proyectos expansionistas de la vieja escuela, y si no lo resintió hasta la década pasada fue porque a inicios del siglo XXI el petróleo estaba en su mejor momento en cuanto a precios. Eso le garantizaba a Irán una fuente permanente de dinero fresco, y parecía que todo marchaba sobre ruedas.

El problema fue que sus líderes nunca se dieron cuenta que eso no podía ser eterno. Hacia finales de la década pasada los precios comenzaron a descender, y regresaron a niveles que pusieron en crisis a las economías petrolizadas. Con todo, Irán continuó tirando dinero en sus planes expansionistas.

Luego vinieron las sanciones económicas estadounidenses, que fueron la apuesta por derrumbar al régimen de los ayatolas desde adentro. Sin invasiones —repito: son caras—. Sin enfrentamientos abiertos con los rusos. Simplemente, dejar que los propios ayatolas se enredaran en su dogmatismo religioso, creyendo que con eso podían administrar un país con muchas presiones económicas.

La apuesta funcionó. Fue lenta, pero orilló a los ayatolas a tomar pésimas decisiones —siempre basadas en criterios teológicos, no técnicos— y el titán persa entró en crisis. Y, con la crisis, vino el descontento popular.

La situación se agravó catastróficamente con la guerra civil en Siria. Para los planes expansionistas iraníes, Siria es fundamental. Es su puente terrestre con Hezbolá, la guerrilla chiíta y terrorista financiada por el régimen de Teherán. Sin Bashar El Assad en el poder en Damasco, todo el plan iraní se vendría abajo. Por eso tuvo que invertir cualquier cantidad de dólares en un proyecto que, al final de cuentas, no le está trayendo ningún beneficio.

Lo único que lograron los ayatolas fue intensificar la crisis económica y, en consecuencia, exacerbar el descontento popular.

Así estaban las cosas cuando apareció el coronavirus. Fieles a su estilo, los ayatolas enfrentaron la situación inicial con criterios teológicos, no médicos. El resultado fue que Irán perdió el control de la epidemia casi desde el principio. En este momento Irán es el tercer país más afectado, tanto en contagios como en decesos, pero es altamente probable que el régimen no esté dando las cifras reales. Probablemente Irán sea el país más afectado después de China.

Una gran cantidad de sus ministros están enfermos, y eso no es buena noticia. El coronavirus tiene su mayor tasa de mortalidad en la gente mayor, y los clérigos que gobiernan Irán son, por definición, adultos mayores. Varios han muerto ya, y muchos se encuentran en cuarentena.

Mientras, la enfermedad se sigue esparciendo en todo el país, y la gente está cada vez más molesta.

Los ayatolas son el ejemplo perfecto de cómo hacerlo todo mal. Pésimas decisiones que van arruinando poco a poco un país, y cuando se viene una situación externa e imprevisible —como una pandemia—, simplemente no estás capacitado para reaccionar adecuadamente. El resultado, inevitablemente, es el desastre.

El régimen iraní tiene los días contados. Pueden estirar un poco su agonía, pero no su influencia. Simplemente, lo que tanto trabajo les costó construir, lo están perdiendo a pasos agigantados.

¿Quién les dará el estoque final? Sospecho que su propia gente.

Mientras, Israel y sus aliados o amigos toman precauciones efectivas en mayor o menor grado, pero se preparan para contener la pandemia sin exponer a sus poblaciones a riesgos innecesarios.

En tanto, los informes que fluyen a cuentagotas murmuran que la élite gubernamental iraní ya está enferma, y que en su imprudencia han contagiado a muchos líderes de Hezbolá.

Quién lo iba a decir.

Tal vez los mayores cambios en la geopolítica del Medio Oriente los vaya a detonar un bicho mutante que, repentinamente, se hizo famoso del mismo modo que la pasta: apareció en China, pero fueron los italianos quienes lo llevaron a todo el mundo.

 


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