Enlace Judío México e Israel – Lo único positivo hasta ahora de estar en cuarentena, situación que a nadie le gusta, ha sido el placer de dar rienda suelta a este vicio mío de la lectura, que no tiene riesgo de sobredosis como las drogas, no es cancerígeno, es accesible y no hay nada ilícito en él: volver a leer novelas de espionaje.

La novela de espionaje o thriller político, surgió antes de la Primera Guerra Mundial, casi al mismo tiempo que los primeros servicios de inteligencia. Desde sus inicios, al público le gustaba, aunque más adelante el interés decayó, después de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989.

Sin embargo, el terrorismo y los atentados del 11 de septiembre de 2001, avivaron de nuevo el interés hacia este género, pero ya nunca como antes, y no logro entender por qué el público en general de nuestras últimas décadas rechaza este tipo de lectura como si se tratara de una droga mortal. Todo un misterio, que tal vez ahora, en la Era de la Corona, vuelva a tomar auge. Pareciera que muchos escritores le tienen miedo a libros escritos por otros. Piensan que leer le quita tiempo a sus mentes únicas, que pone en peligro su sistema inmunológico y amenaza su capacidad de inspiración. Su estrategia defensiva se basa en el mito de la originalidad, compartido por muchos, que tienen muy poco que perder, excepto los goces narcisistas.

A pesar de que todavía hay personas a quienes les gustan los libros, la mayor parte del público lector se ha aficionado a resúmenes, propaganda y catálogos. Y sin embargo yo les aseguro, y esta semana encerrada me lo reconfirma, que no hay placer más grande que las novelas de espionaje, ese mundo del secreto de las agencias, servicios de inteligencia e información, operaciones militares especiales, encubiertas o clandestinas, espionaje profesional… con dos o más bandos enfrentados que rivalizan y combaten política, social o hasta moralmente, al menos en apariencia. La existencia de un misterio o secreto siempre me ha parecido fascinante.

Piensen en lo interesante que sería ser un agente secreto, aunque no creo que yo sería muy buena, ya que no puedo retener secretos, y además que ser espía debe ser muy duro, moverse en la tierra de nadie, aunque la tierra no es de nadie, en situaciones policíacas transnacionales, ambientes vigilantes persecutorios, en los que se vale matar, por la Patria, por Dinero, o por las dos cosas. Es por eso que durante mucho tiempo me dediqué más bien a leer novelas de espionaje, fascinada por sus operaciones de desinformación, diversión o desviación, con espías practicando ejercicios de imaginación para aparentar. Difícil es trazar una línea de demarcación nítida entre la novela de espionaje y el espionaje propiamente dicho.

El género no es algo nuevo. Más bien es una actividad muy antigua, desde la Biblia. También aparece en El arte de la guerra de Sun Tzu, el mejor libro de estrategia de todos los tiempos, que inspiró a Napoleón, Maquiavelo, Mao, y muchas más figuras históricas. Este libro, de mil años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos, pero el desarrollo del espionaje moderno y su reflejo literario corresponde más bien al siglo XIX y XX, cuando se crearon las primeras agencias de información, contrainteligencia e intoxicación: la Ojrana rusa, antecesora de la KGB, el MI5 británico, la CIA, y el Shin Bet o Shabak, entre otros, que desembocó en su sucesor, el Mossad israelí.

Un asunto tenebroso, en 1841, de Balzac, es ya una novela de espías. Algunos de los relatos de Sherlock Holmes son también un ejemplo temprano del género. El agente secreto, de Joseph Conrad, ofrece una mirada más seria sobre el espionaje y sus consecuencias, uno de mis escritores favoritos.

Quién no ha leído Kim de Rudyard Kipling, basado en El Gran Juego, (rivalidad entre el imperio británico y la Rusia zarista). Pero fue El enigma de las arenas de Robert Erskine Childers la que definió la novela de espionaje típica antes de la Primera Guerra Mundial.

Después de esta guerra, el autor más leído fue John Buchan, siendo Los treinta y nueve escalones una de sus novelas más conocidas, utilizada en una película de Hitchcock.

El género se volvió más importante durante la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez aparecen novelas escritas por agentes de inteligencia retirados, como Somerset Maugham, que describe de forma certera el espionaje en su novela Ashenden. Él es el padre incuestionable de la novela de espionaje. Aunque en Ashenden se empieza a ver el tedio, la soledad y la ausencia de romanticismo que en realidad vive un agente secreto.

Eric Ambler, otro inglés, escribió sobre gente ordinaria atrapada en una red de espionaje en Epitafio a un espía, La máscara de Dimitrios, y Journey into Fear, y es notable (y para algunos sorprendente) por introducir la perspectiva izquierdista en el género. Amber ha sido insuperable, y por cierto, es el único novelista inglés de esta línea, que no trabajó como agente secreto. Espías o funcionarios al servicio de su majestad, fueron tanto Maugham, Graham Greene, John Le Carre y Ian Fleming, el autor de la serie de James Bond, el agente 007. Fleming fue también espía: diseñó planes para confundir a la inteligencia alemana y planificó la huida del rey Zigi de Albania.

Por supuesto y por obvias razones, la Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial, dio un gran impulso al género. Notables entre estos son los protagonistas de John le Carré y Len Deighton, que mostraban dudas sobre la moralidad del espionaje y reflejan la decadencia de la concepción imperialista de Gran Bretaña en el mundo.

En El espía que volvió del frío, Le Carré −cuyo nombre real es David Cornwell− evoca el origen intelectual, en cierto modo literario, de sus espías de los años 30, cuando en Inglaterra se veía mal que algún inglés se hiciera reclutar como agente de la Unión Soviética. Pero en esta época, al fin y al cabo tanto Gran Bretaña como la URSS empezaron a unirse por su común repudio al nazismo. Es en estos momentos que los escritores americanos ponen en peligro por primera vez el predominio británico en el género. En 1960 Donald Hamilton publica Muerte de un ciudadano, en las que aparece el espía asesino Matt Helm. La primera novela de Robert Ludlum, La herencia escarlata en 1971, fue un best seller, y se empieza a ver a Ludlum como el inventor del thriller de espías moderno.

La primera novela de Tom Clancy fue una sensación editorial y más tarde fue adaptada al cine. El galés Craig Thomas crea el primer techno-thriller con su novela Firefox.

Al final de la Guerra fría, el escritor Norman Mailer trata el tema del espionaje en EE.UU. en Harlot’s ghost, novela publicada en 1991, año en que se disuelve la Unión Soviética. Con su desaparición, Rusia ya no servía como archienemigo para las novelas de espionaje. Lo que es más, la misma existencia de la CIA estaba comprometida (el congreso de EE.UU se encontraba debatiendo si desmantelar o no la agencia). El interés del público por la novela de espionaje también disminuía, por lo que el The New York Times dejó de publicar su columna de reseña de thrillers.

Sin embargo, los editores continuaron publicando los nuevos trabajos de autores que habían sido populares durante la Guerra Fría, esperando que sus lectores fuesen fieles al género, lo que resultó cierto, pero a pesar de esto, no querían correr el riesgo de publicar autores nuevos y desconocidos. Sólo a unos cuantos, si eran originales, y que no sólo entretuvieran, sino que los lectores pudiesen obtener también conocimientos. El interés por la novela de espionaje resurgió, y continúa creciendo.

Le Carré y Forsyth marcaron su regreso con nuevas obras, ya que los editores buscaban novelas de espionaje que publicar.

Hoy en día gran cantidad de autores europeos y norteamericanos cultivan este género. En Estados Unidos la lista de los más vendidos está frecuentemente dominada por estos thrillers. El autor más destacado reciente es un digno seguidor de Greene y Deigthon, que como ellos, fue también espía, Charles Cumming, autor de varias novelas, entre ellas The spanish game, que refleja su experiencia en España, donde vivió.

Lo que me parece interesante, es que un género que siempre se ha visto como entretenimiento, ha comenzado a adquirir un sentido crítico.

A mí, una conservadora clásica, me sigue gustando más que ningún otro libro, La orquesta roja, la red antinazi que tendió desde Bruselas el judío polaco Leopold Trepper, y que es la mejor exposición de la hazaña del espionaje patriota, de Gilles Perrault, este sí un escritor de oficio.

El caso de Trepper replantea el problema de la moralidad de los espías, si es que es considerable lo moral en este oficio de guerra: ¿Todo se vale? ¿Incluso la traición al amigo, al hermano, o a la amante, si el espionaje es por la Revolución, la Patria, la Guerra, el Amor y no por el vil metal llamado dinero? ¿Cuál es la diferencia? ¿Lo sabe usted?

¿Cómo sería una novela de espionaje en estos días? ¿Quién es el espía, o de dónde proviene el virus Corona, existe en verdad una vigilancia digital superior en el mundo, donde los ciudadanos son evaluados por su conducta social, donde un Big Brother digital todo lo controla, y estamos sometidos a la observación a través de nuestros celulares, un virus real no informático, que causa conmoción obligándonos a cerrar todas las fronteras?

Imagínense, un espía llamado Virus le da un golpe mortal al capitalismo, sin necesidad de James Bond, el agente 007

 


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