Nota biográfica de un mujer que dejó su impronta en los primero fundamentos del mundo científico, a principios del milenio anterior.


ENLACE JUDÍO MÉXICO E ISRAEL. – Zósimo de Panópolis, alquimista griego en Alejandría, Egipto, de fines del S III y principios del IV, fue el autor de los más antiguos libros de alquimia que se conocen. La alquimia, como todos sabemos, era en la antigüedad como se llamaba al estudio experimental de los fenómenos químicos, pretendiendo  descubrir los elementos constitutivos del universo, la transmutación de los metales, el elixir de la vida y  encontrar la piedra filosofal que convirtiese en oro todos los metales. En sus escritos, Zósimo de Panópolis nos habla de una mujer que, según él, vivió en la Alejandrái del S III -un siglo antes que la famosa matemática llamada Hipatia de Alejandría. Según nos cuenta, esta mujer, hebrea alejandrina que llevaba el nombre de la profetisa Miriam, la hermana de Moshé Rabenu y Aharón Ha´Kohén, fue una sabia que no sólo ayudó a fundar las bases de la alquimia, sino que contribuyó a su desarrollo notablemente, inventando una serie de artilugios esenciales para ello.

A pesar de los datos aportados por el de Panópolis, todos los estudiosos de nuestro tiempo convienen en que no vivió en el S III, sino en el I, cuando ya brillaba el esplendor cultural del museo y biblioteca que había levantado en Alejandría Ptolomeo II Filadelfos en la época del filósofo judío Filón de Alejandría.

No sabemos mucho de ella, pero fue recordada por muchos escritores. Jorge Sincelo, el monje bizantino del S VIII, dice, por ejemplo que fue maestra de Demócrito, pero es un tanto ilógico que una mujer del S I dec pueda enseñar a alguien que vivió a finales del S V y principios del IV aec. Aun así, dice que se encontraron en Menfis, cuando en Atenas gobernaba Pericles. Tal era el prestigio que en el S VIII dec tenía la figura de Miriam la judía. En el S X,  Ibn al-Nadim , de Bagdad, que entonces era algo así como New York,  menciona a Miriam como una de las 52 alquimistas más famosas  de todos los tiempos y declaró que podía preparar caput mortuum, un pigmento púrpura que no es sino un ácido sulfúrico. Hasta entonces el color púrpura , reservado a la realeza, era sólo posible siguiendo las técnicas fenicias de extracción del interior de un molusco, y se necesitaban cantidades ingentes de molusco para poder una toga romana.

No conservamos escritos de ella misma, pero sí citas que aparecen en la obra de la escuela de filosofía de los herméticos (de Hermes Trismigestus, su fundador) que tendrá gran eco par la Reforma Protestante, los Rosacruces, etc. El documento describe, por primera vez, una sal ácida y otros ácidos. También hay varias recetas para hacer oro a partir de plantas (la mandrágora, por ejemplo).

No obstante, es más conocida por haber sido la inventora de una serie de artilugios. Uno de ellos es el tribikós, una especie de alambique de tres brazos que se usaba para obtener sustancias purificadas por destilación.  Todavía se usa hoy en los laboratorios .

También es la inventora del kerotakis, un dispositivo utilizado para calentar sustancias: un recipiente hermético con una lámina de cobre en su lado superior. Cuando funciona correctamente, todas sus juntas forman un vacío apretado. El uso de tales envases sellados en las artes herméticas condujo al término “herméticamente sellado”. Se decía que el kerotakis era una réplica del proceso de formación de oro que ocurría en las entrañas de la tierra. El negro María,  una sustancia usada como pigmento en pintura, es un  compuesto de sulfuro de plomo y cobre que se obtenía en el kerotakis.

Su nombre pervive en el Baño María.  Una caldera doble usada  ampliamente no sólo en cocina sino también  en procesos químicos para los que es necesario un calor suave.  Este término fue introducido por el  médico   Arnaldo de Villanova , posible judío nacido en Daroca, Aragón, e inmigrado a Valencia, en el siglo XIV.

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