Enlace Judío México e Israel – El Holocausto (Shoá en hebreo) es el evento traumático por antonomasia para la Historia Universal desde el siglo XX. Ninguna otra experiencia ha impactado tanto en la conciencia humana debido a que, aunque se dio en el marco de la II Guerra Mundial, se trató de algo infinitamente más grotesco, violento, inmoral: El exterminio premeditado de 6 millones de judíos, pero también de por lo menos otras 11.5 millones de personas definidas por el Nazismo como “inferiores”.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Hoy quiero contrastar dos reacciones totalmente opuestas, disímiles tanto en su naturaleza como su asertividad y sus consecuencias.

La primera tiene que ver con un sector de la religión judía; la segunda, con las políticas europeas hacia los inmigrantes provenientes de países musulmanes.

El Rebbe Menajem Mendel Schneerson es célebre en todo el mundo, al punto de que se le conoce como El Rebbe. Líder definitivo del jasidismo de Lubavitch, es uno de los mejores ejemplos de cómo el Judaísmo del Este de Europa —arrasado por la Shoá y la II Guerra Mundial— renació en los EE.UU.

El Rebbe Schneerson nació en Mykolaiv, Ucrania, en 1902. Fue bisnieto del Tercer Rebbe de Lubavitch, el célebre cabalista conocido como el Tzemaj Tzedek debido al nombre de la monumental colección que escribió, disertando sobre diversos temas halájicos. Su nombre también fue Menajem Mendel Schneerson, y su bisnieto fue llamado así en su honor.

Nuestro Rebbe Schneerson no era el descendiente directo en la línea de sucesión, pero se casó con su prima segunda Jaya Mussia, hija de Yosef Itzjak Schneerson, Sexto Rebbe de Lubavitch, que no tuvo más hijos. Por ello, al morir el liderazgo recayó en Menajem Mendel, convirtiéndose así en el Séptimo y Último rebbe de Lubavitch.

El Rebbe Schneerson fue testigo de cómo el Judaísmo europeo entraba en su fase de destrucción por culpa de las barbaries soviética y nazi. Llegó a los EE.UU en 1941 y se estableció en Nueva York, donde se puso al frente del grupo jasídico lubavitcher local. Para ese entonces, el grupo ya se identificaba como JABAD, acróstico surgido de las iniciales de las palabras hebreas JOJMÁ, BINÁ y DAAT (sabiduría, entendimiento y conciencia-conocimiento, literalmente), un concepto originado en las enseñanzas del fundador de la dinastía, el célebre Alter Rebbe Schneur Zalman de Liadi (1745-1812), y que fue llevado a los EE.UU por el Rebbe Yosef Itzjak.

Bajo el liderazgo del Rebbe Menajem Mendel, Jabad Lubavitch se convirtió en un fenómeno mundial. Actualmente tiene presencia en 74 países, y se ha convertido en un espacio donde tradición e innovación se complementan para enriquecer la experiencia judía.

En muchos sentidos, Jabad fue uno de los mejores ejemplos de cómo el Judaísmo renació de sus cenizas después de la Shoá. Aunque, por supuesto, esto implicó serios cambios. El primero y más evidente fue que Europa del Este, otrora el centro cultural y espiritual del Judaísmo en el mundo, simplemente tuvo que quedar atrás. La estafeta la tomó el Judaísmo estadounidense en una época en la que el apenas recién fundado Estado de Israel luchaba por su sobrevivencia.

Un segundo problema fue que con la Shoá se interrumpió la cadena de sabios judeo-europeos que habían construido una civilización espiritual de impresionantes proporciones y trascendencia. Pese a esa gran pérdida, grandes rabinos de mediados de siglo lograron el renacimiento pleno del Judaísmo. Entre muchos, destacaron el Rebbe Abraham Yehoshúa Heschel, el primer Gran Rabino Ashkenazí de Israel Abraham Itzjak Hakohen Kook, el gran cabalista sefaradí Yitjzak Kaduri, y —por supuesto—, el Rebbe Schneerson, acaso el que más impacto mediático logró causar.

El saldo final de este resurgimiento ha sido indudablemente positivo. A la par de otras expresiones de Judaísmo que igualmente se han desarrollado notablemente, Jabad Lubavitch goza de perfecta salud y continúa alegremente con su expansión.

Qué diferente la situación de Europa y su política de migrantes.

Aquejados por los remordimientos de conciencia tras el Holocausto —basados en el lógico “¿cómo es posible que el continente que vio nacer la Ilustración se hundiera en semejante barbarie?”—, los europeos se propusieron convertirse en buenas personas.

Eso está bien, pero cometieron un severo error de enfoque, exacerbado por las propuestas filosóficas iniciadas en la Francia postestructuralista de Foucault y Derrida, y llevadas al máximo por el postcolonialismo de Edward Said. En este nuevo esquema de pensamiento, la moda fue identificar lo occidental, blanco y capitalista como lo malo. Y al resto del mundo, como la víctima.

Por supuesto que ese resumen reduce las propuestas de los filósofos citados a un simplismo casi grosero, pero es que eso es lo que pasa en la vida real. No toda la gente tiene el cociente intelectual de Foucault, Derrida o Said, así que cuando una propuesta filosófica impacta en las universidades y de ahí se traslada a lo cotidiano, lo que inevitablemente sucede es una degradación de los conceptos. Por eso, en este caso específico la sociedad europea posmoderna —versión grotesca y mediocre de la filosofía posmoderna— construyó un nuevo paradigma “multicultural” que, a partir de los años 60’s, comenzó a sentar las bases de lo que hoy por hoy parece ser una tragedia inevitable.

Sucesivas oleadas de inmigrantes asiáticos, principalmente musulmanes, encontraron abiertas las puertas en muchos países de Europa. Los primeros en llegar terminaron por amoldarse a los modos europeos de vivir, pero conforme fue ampliándose la estupidez posmoderna —por un lado— y radicalizándose el extremismo islámico —por el otro—, las nuevas tandas de inmigrantes se han dedicado a construir ghettos en ciudades como Paris o Bruselas, lugares en los que la ley europea no se aplica porque “por respeto” a los derechos de esos inmigrantes, se les deja gobernarse bajo los parámetros de una interpretación radical de la Sharia islámica.

El resultado es el desastre absoluto: Los inmigrantes se han vuelto intocables y gozan de privilegios económicos o de estipendios sociales que no están al alcance de los europeos nativos. Mucha gente que anda por sus 30 años lo ve bien. Es lo justo, les parece, porque hay que seguir castigando a Europa.

Pero la nueva generación de jóvenes ya no piensa así. Son chicos nacidos a finales del siglo XX o inicios del XXI para los cuales los traumas de la guerra ya están muy lejos, y lo único que ven es un absurdo en el que inmigrantes agresivos que no se quieren sujetar a la ley pueden vivir en total impunidad, accediendo a apoyos que ellos —europeos nativos— nunca van a tener.

Son los jóvenes que poco a poco se decantarán en las elecciones por los partidos de derecha, o de extrema derecha, los únicos que por el momento hablan de frente del tema y prometen solucionarlo.

Son los que dentro de 10 o 20 años serán adultos y estarán de acuerdo con cualquier medida que endurezca el trato contra los inimigrantes y los musulmanes.

El proceso parece incontrolable, así que se asoma una nueva era de nacionalismo irracional, que no va a detenerse a analizar cuántos y cuáles musulmanes son ciudadanos decentes y productivos —la mayoría, en realidad— y cuántos y cuáles son extremistas indomables que representan un riesgo potencial. Cuando venga la guadaña del segador a cortar, cortará parejo.

¿Hasta dónde llegarán las consecuencias?

Es poco probable que países como Alemania u Holanda lleguen a perpetrar Crímenes de Lesa Humanidad. Pero si amplios grupos de musulmanes son deportados —por ejemplo, todos aquellos que están con visa de refugiado temporal, y que caducará cuando se declare concluida la Guerra Civil en Siria—, lo más seguro es que se queden atorados entre Grecia y Turquía. Y eso no es buena noticia. En Grecia el neonazismo está en auge, y los turcos no quieren más refugiados en su país.

Ahí sí pueden gestarse masacres terribles. Ya vimos un anticipo de eso durante la Guerra Civil de la Ex-Yugoslavia.

En otras palabras, Europa está pavimentando una ruta que la puede llevar a una desgracia muy similar a la del siglo pasado. Al Holocausto, esa tragedia de la que tanto dice arrepentirse.

La lección judía para este Yom Hashoá es simple.

No te quedes atorado en el remordimiento de conciencia. Eso, por sí mismo, no sirve. Incluso puede ser la puerta para empeorar las cosas.

Ama la vida.

Sin olvidar el pasado para aprender sus lecciones, haz todo siempre a favor de la vida. Se puede. Sus frutos son buenos y son bellos. Vale la pena.

 


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