Enlace Judío México e Israel – Existe un pasaje muy poco conocido que definió la historia del pueblo judío, un evento de serendipia que resultó de la conjunción fortuita entre la ciencia y el sionismo, en el legado de un hombre.

El relato comprende varios eventos entre hombres brillantes que entendieron lo que debían hacer y estuvieron en el momento preciso para lograrlo; una cadena de intereses, lealtades, pasiones, talentos, amistades y casualidades entrelazadas. Así, el suceso más trascendente de quien fuera el primer presidente del Estado de Israel en 1949, comenzó 4 décadas antes. En ese entonces, el Dr. Jaim Weizmann trabajaba como maestro de bioquímica en la Universidad de Manchester, Gran Bretaña. 

Jaim Weizmann nació en 1874 en Bielorrusia, en ese entonces parte del Imperio ruso. Estudió química en Alemania y Suiza, donde impartió clases en la Universidad de Ginebra. En 1904 emigró a Inglaterra y seis años más tarde adquirió la nacionalidad británica. En 1914, descubrió cómo hacer acetona a partir de granos de cereal. Un trabajo de investigación cuya motivación era el conocimiento; el interés científico, pero que más tarde encontró aplicaciones bélicas con consecuencias diplomáticas y beneficios comerciales con implicaciones políticas que el mismo Jaim aún no imaginaba.

En ese entonces, la acetona era obtenida al tratar ácido acético (vinagre) extraído de la destilación seca de la madera, un método lento e ineficiente, pues requería 100 toneladas de madera para producir tan solo 1 tonelada de acetona. Por ello, un país de escasos bosques como Gran Bretaña importaba la mayor parte de la acetona de Alemania y Austria. 

Con el inicio de la Primera Guerra Mundial el 28 de julio de 1914, la demanda en Gran Bretaña por el solvente incrementó sustancialmente. La acetona era requerida durante la guerra para fabricar cordita, propulsor de artillería del Ejército británico y la fuerza naval real. La cordita, un tipo de pasta en forma de cuerda, es una pólvora que produce explosiones a menores temperaturas y sin sacar humo negro, lo cual alarga la vida útil de los cañones. Además, este solvente tenía otros usos importantes, pues se usaba para revestir las alas de los aviones militares para hacerlos resistentes al agua y al fuego. Sin embargo, Alemania y Austria eran ahora enemigos, y Estados Unidos y Canadá no tenían suficiente acetona para exportar. Con el inicio de la Guerra, Gran Bretaña se encontró en un aprieto.

En ese mismo verano de 1914, el Dr. Jaim Weizmann había aislado en su laboratorio de química orgánica de Manchester una bacteria que inicialmente llamó bacilo Y (BY), identificada después como Chlostridium acetobutylicum, y conocida hoy como el “microorganismo Weizmann”. Este bacilo, era capaz de fermentar el almidón de maíz, arroz y otros cereales para producir acetona, etanol y butanol. Weizmann demostró que su bacilo no requería estimulantes para realizar la fermentación y que podía trabajaba en medios con y sin oxígeno, ambas, evidencias de un proceso de fermentación más sencillo y eficiente que los que lograban otros microorganismos de la época. Este proceso, llamado fermentación ABE es usado hasta el día de hoy en la industria petroquímica.

Anecdóticamente, en un principio, de todos los subproductos de la reacción, Weizmann se centró en la obtención de butanol, ya que a partir de él podría trabajar en la producción de hule sintético. En 1914 aún ignoraba la importancia que otro subproducto, la acetona, cobraría unos meses después. 

El 9 de febrero de 1915, William Rintoul, jefe del departamento de investigación y desarrollo de explosivos de la fábrica de Alfred Nobel, buscando nuevos procesos, visitó el laboratorio de Jaim Weizmann y fue testigo de la producción de la acetona. Emocionado, recomendó a Weizmann que patentara su fermentación y platicó sobre el hallazgo con su querido amigo, Sir Frederick Nathan.  Éste último, además de ser experto en explosivos y comandante de la Brigada de Jóvenes Judíos (Jewish Lads Brigade), era asesor del almirante y responsable de la adquisición de acetona para la marina real, the Royal Navy. Inmediatamente Sir Frederick Nathan pidió a Weizmann a que viajara a Londres para comenzar las negociaciones y disponer recursos para que adaptara su proceso experimental a escalas industriales en las fábricas y destilerías del gobierno.

Con arduo trabajo, Weizmann escaló su proceso de laboratorio a una fermentación industrial, no solo cubriendo la demanda bélica de acetona, sino también dando ganancias al gobierno por la comercialización del otro subproducto, el butanol. La contribución de Weizmann se hizo evidente en las esferas del gobierno. En ese entonces, Winston Churchil era jefe de la armada británica. Pero Jaim Weizmann no sólo vivía para la ciencia: era miembro de la Organización Mundial Sionista y había sido vicepresidente de la Federación Sionista Inglesa. Gran Bretaña, junto con los Aliados, ganó la Primera Guerra Mundial; el judío, tras bambalinas, había sido parte de la victoria. 

En el mundo científico, Jaim Weizmann es reconocido como el padre de la fermentación industrial. Pero su descubrimiento fue más allá de la ciencia. Cuando el secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Arthur Balfour, le preguntó qué quería recibir en agradecimiento a sus contribuciones durante la guerra, Weizmann no pidió dinero, tampoco aceptó títulos nobiliarios. Jaim Weizmann reclamó un Estado judío, expresó la causa sionista, pidió Jerusalén. “Solo quiero una cosa, un hogar nacional para mi pueblo”. Lord Balfour emitió el 2 de noviembre de 1917 la declaración que lleva su nombre y con la cual comprometió al gobierno británico a establecer una nación judía donde los otomanos gobernaban Palestina.

Los esfuerzos diplomáticos de Jaim Weizmann tuvieron gran impacto y reconocimiento, sin embargo no hay duda que el proceso bioquímico que desarrolló, primero en un laboratorio químico con fines científicos y luego en la industria bélica con propósitos nacionalistas, fue crucial escribir la historia como la conocemos hoy.

 


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