Enlace Judío México e Israel – Cuando era bebé, el mundo también atravesaba entonces una plaga sanitaria, la poliomielitis, que dejaba graves secuelas, especialmente entre la población infantil de 4 a 15 años.

Desde que en 1949 se logró cultivar el virus que la producía en laboratorio hasta que comenzó la inoculación de la primera vacuna contra dicha enfermedad, desarrollada por Jonas Salk, pasaron cinco años y otros diez hasta que se autorizó la desarrollada por Albert Sabin que atacaba los tres tipos de variantes de la epidemia y se administraba por vía oral.

Recuerdo perfectamente aquella primera campaña de vacunación, ya en la escuela primaria, en la que en lugar del temido pinchazo nos “bendecían” con un terrón de azúcar sobre el que depositaban una gota de la milagrosa poción. 

Hasta que la medicina científica pudo proporcionar una respuesta, el pánico se adueñó, como ahora, de la gente que, basándose en las fake news de entonces (de que el virus acechaba en el aire), desmalezaban terrenos baldíos, echaban cloro por donde se pudiera y hasta pintaban paredes y árboles con cal.

Aquellos troncos blancos en las calles siguieron formando parte del paisaje urbano muchos años después de las vacunaciones y la erradicación de la enfermedad.

Siglos antes, cuando las pestes asolaron Europa, especialmente en el siglo XV, también se tomaron medidas profilácticas que hoy nos resultan inconcebibles, como las máscaras con forma de pico de ave de los médicos, que pretendían evitar inhalar las miasmas, las emanaciones fétidas impuras de los contagiados, que en realidad lo habían sido a través de una serie de vectores, desde la bacteria que anida en la pulga de las ratas que compartían entorno urbano con los humanos.

Aquellos mascarones no distan en aparatosidad de los complejos equipos de protección personal que se utilizan hoy día para evitar el contagio del coronavirus al personal sanitario.

La esperanza en encontrar una vacuna que mitigue el impacto del COVID-19 ha llevado a la proliferación de falsos anuncios de soluciones más o menos inmediatas y de tratamientos inútiles (apelando muchas veces a las mismas soluciones mágicas de higiene y nuevamente con el cloro como protagonista).

Lo único que ha cambiado son aquellos troncos encalados que, por las noches parecían un bosque de fantasmas para espantar los males, pero que terminaban poblando las pesadillas infantiles. Algún día, no muy lejano, los carnavales y fiestas de Halloween y Purím se llenarán de niños disfrazados con lo que hoy nos parece normal para salir a la calle o ir a trabajar, tal como ahora nos parecen ridículas las caretas contra la peste o los árboles pintados.

 

*El autor es director de Radio Sefarad


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