Enlace Judío México e Israel – 1. Sentada. Sentadita mirando. A través de un cristal: una calle de Polanco. Newton, el nombre del físico. Isaac Newton y su manzana. Me permito divagar. Vaciarme un poco. Estoy tan cansada que lo logro. Llegan imágenes que se colman unas a otras. Se complementan, se yuxtaponen, se esfuman y vuelven a aparecer.

Estoy tomando café al lado del que alguna vez fue mi departamento. Mío porque lo llené y cada rincón me impregnó, hasta el día de hoy. Mi oscura recámara, el soleado y minúsculo estudio con dos sillones muy feos de plástico rosa con gris, durables. Tan íntimo, tan calientito. Justo a la medida de mi hermana y de mí. ¡Qué ganas de volver a entrar! Saborear la sensación del piso de duela bajo mis pies. Mis pequeños pies. Me descalzaría, como se hace al entrar en terreno sagrado. Me detendría a mirar, como entonces, azorada, la enorme araña de cristal que pendía del techo del comedor. Prismas transparentes que reflejaban brillitos de colores. Me podía pasar largos ratos observando recostada sobre la alfombra verde olivo que hoy me parece que huele a humedad.. Nunca entendí por qué al cambiarnos mi mamá decidió vender el candil.

Miro de frente y veo el edificio donde vivían mis primos. Un departamento con pasillos que parecían interminables. En su oscura y fresca intimidad se escondían seres temibles dispuestos a atacar y a llevarme a otro sitio para siempre. Un lugar donde mis padres jamás me encontrarían. Ogros, brujas, duendes y los robachicos de esa época: hombres harapientos, barbudos, cubiertos de polvo y sin dientes con un costal al hombro para echar ahí a los niños, llevarlos a sus chozas y torturarlos hasta la muerte. Yo corría y sudaba, segura de que alguno de estos seres me atraparía. Era importante pasar de volada, casi sin ver. Era más importante no contarle esto a nadie.

2.
Entonces tenía tiempo para mirar, para construirme un mundo. Esas casas donde viví, las de mi niñez, me marcaron. Y no hablo sólo de las propias sino también de las de mis tíos. Edifiqué, a partir de ellas, mis habitaciones internas. Lugares que muy a menudo me visitan.
A la sombra de una bugambilia de la casa de Aritstóteles, donde vivían otros primos, me cuestioné si las princesas podían viajar de un reino a otro sin que lo impidieran sus padres; si Mambrú se había ido a la guerra ¿cuándo volvería? Presentí lo terrible de su destino al recordar que la canción decía “no sé si volverá”. Pobre Mambrú. Me preguntaba si se trataba de un hombre o de una mujer, pero las mujeres no van a la guerra. Estas reflexiones eran producto de lo que leía en la pequeña y helada biblioteca. Ahí estaba El Tesoro de la Juventud. Tenía que atravesar una puerta de madera y una pequeña estancia, sala de estar donde había una televisión con un sillón horrible enfrente y donde se sentaba la añosa Chole con alguno de mis primos más pequeños. Un caminito corto, en realidad. Deseaba con todo mi corazón que me dejaran ahí dentro sin que nadie me interrumpiera y eso no siempre era posible. Había ido a jugar con mis primos no a ver sus libros. Cuando lo lograba, mi fascinación no conocía límites.

3.
Sí, me marcaron estos espacios, lo que contenían. Necesitaba saber, aprender, absorber lo que pudiera. Lo hice, como todos los niños, sin darme cuenta. Desfilan frente a mí fragmentos de casas: balaustradas de hierro forjado, columnas, piedras labradas, arcos, enrejados, vitrales multicolores, emplomados…Las casas de Polanco grandes o pequeñas, recargadas; cursis quizás. Entrañables. Con sus luces y sus sombras. Luz que se filtraba a través de celosías; sombras donde la frescura me recibía y apagaba el ardor de mis mejillas.
Patios, cocheras y siempre rosales. Sobre la calle, las jacarandas de cada primavera. En punto. Mi asombro enorme ante el prodigio de la repetición.

4.
Obligados a contar la historia del mundo, contamos la historia de nuestra calle o de nuestras casas. Al evocar el tiempo de nuestros inicios, los lugares se desdibujan, las historias se destejen y después, en algún momento, sin que sepamos por qué, vuelven a tomar forma.
La casa como origen; nuestro primer microcosmos. Espacios que terminan habitándonos. Acuden a nosotros, del pasado, sin ser llamados.
Para mí, estos espacios se encuentran en las casas de Polanco, por donde transité y aún transito.

5.
Nuestro departamento de Emilio Castelar, en un edificio moderno, emblemático hasta ahora; con sus escalones de piedra, la puerta de cristal a la entrada, su nave central circular, y su elevador forrado de piel roja; desde ahí, veo pasar episodios de mi infancia.
La ventana del baño con azulejos negros y amarillos. Me asomo. Aspiro el aire de una tarde calurosa. Desde ahí, me veo. Voy montada en un triciclo rojo. Detrás, va mi hermana, parada. Existe una fotografía de este momento. Nuestras miradas claras dirigidas hacia el frente. Confiadas. Miro desde la ventana y la tarde de domingo, que pudo ser opaca, se ilumina aunque vaya cargada de nostalgia.

6.
Dicen que saltamos de casa en casa hasta que encontramos la propia. La mía es pedacería, trozos de cada una. Departamentos sobrios de Polanco; casas recargadas. Bugambilias y más bugambilias y hiedras eternas que descuelgan de los muros.

7.
Me pregunto si estas casas de mi memoria corresponden a las que siguen existiendo. ¿Serán acaso las mismas las del recuerdo y las que están plantadas sobre la calle?

8.
No pude regresar a ninguno de los espacios que evoco para escribir esto. No entré en ninguna de esas casas, pero accedí. No sé si agradecerlo. Las di a luz desde la memoria. Las habitaciones privadas viven de acuerdo a mi medida. La que puedo darles hoy. ¿Dónde está entonces el límite? ¿Cuánto es cierto y cuánto imaginado? Cada vez que me acerco a estos lugares, o ellos a mí; cuando me dejo ir y resbalo lentamente, entro a un lugar profundo, como si me internara en un bosque al que no se le ve el fin. Las visiones se van enriqueciendo, se van llenando de detalles. Hasta esfumarse.
Así sentadita como estoy, como estuve, como he estado. Mirando a través de un cristal esta calle de Polanco: Sir Isaac Newton, la calle del físico inglés, el de la manzana.

Regina Kalach Atri


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