Enlace Judío México e Israel –  “Un hombre escuchó acerca de un maravilloso y fascinante pájaro azul que solo existe en un lugar del mundo. El hombre se dedicó a buscarlo. Buscó en su ciudad, en su país y al no encontrarlo decidió recorrer el mundo entero. Luego de mucho tiempo regresó por fin a su casa, agotado y envejecido. Se sentó a descansar en su jardín y se quedó dormido. Y cuando se despertó, vio a su lado al pájaro azul, que siempre había estado allí, en su propio jardín.”

DUDAS EXISTENCIALES

De adolescente sentí una gran curiosidad por algunos temas que me cautivaban, como la cosmología (cómo comenzó el universo) o la teoría de la evolución. Más allá de los aspectos técnicos, estos temas tienen que ver directamente con “el sentido de nuestra vida”: si la ciencia demuestra que el mundo apareció espontáneamente, y que la vida surgió a partir de una serie de casualidades, entonces la historia bíblica de la Creación no es necesaria para explicar nuestra existencia. Y si la “Creación” no existió, uno puede dudar acerca de la existencia de un Creador…
Tenía 16 – 17 años y estas preguntas me torturaban. Por un lado, me sentía muy bien con mi judaísmo. Mi corazón explotaba de Emuná. Y me sentía muy orgulloso y privilegiado de todo lo que fuera judío: el pueblo, su tierra, su historia. Pero por el otro lado, estaba lleno de este tipo de dudas “intelectuales”. Algunos de mis amigos o maestros trataban de convencerme de abandonar esas dudas, argumentando que “eran la influencia del Yetser haRa’», el instinto del mal. Sé que lo decían por mi bien. Porque tenían una Emuná perfecta, hermética (temimá), que yo, lo confieso, secretamente envidiaba. Pero nadie podía explicarme de una forma lógica e inteligente cómo defender la versión Bíblica de la Creación, y cómo creer en un Creador ¡cuando todos los científicos apoyan el Big Bang y a la evolución! (en esos días no había como hay hoy en día, Rabbanim que eran expertos en estos y otros temas controversiales). ¿Qué tenía que hacer? Esconder la cabeza en la arena y sacrificar mi razonamiento crítico, o abandonar el judaísmo, porque no se sostiene frente a lo que la ciencia moderna demuestra.
En 1978, cuando terminé la secundaria, decidí viajar a Israel. Me había enrolado en la universidad de Bar Ilan, para tratar de encontrar en un mundo académico y a la vez religioso las respuestas a las dudas que me carcomían. Saqué mi pasaje por PanAm, con escala de dos semanas en Nueva York, donde vivía mi tío, el Jajam Yosef Faur, z”l. Mi tío José gentilmente me ofreció quedarme en su casa durante la escala. Y yo acepté. Siempre había escuchado acerca de él y lo había visto en Argentina un par de veces cuando yo era chico. Pero este iba a ser mi primer encuentro “serio” con él.

EL PÁJARO AZUL

Fue una revelación. Mi tío tenía las respuestas para todos mis interrogantes. No me decía que yo debía sacrificar mi pensamiento crítico, ¡todo lo contrario! Me enseñó cómo aplicarlo con rigurosidad a los supuestos dogmas de la ciencia. Me introdujo al concepto de filosofía de la ciencia, del cual nunca antes había escuchado. Me enseñó que los científicos también tienen sus ideologías, y que yo tenía que aprender a diferenciar entre ciencia real o factual, y algunas teorías teñidas con ideología. ¡El pensamiento crítico que tanto me había hecho sufrir, era ahora la clave para desenmascarar la mentira y encontrar la verdad! De su mano también aprendí a leer Bereshit con la visión de aquellos Jajamim que habían enfrentado desafíos similares en su época. Principalmente, Maimónides, Rab David Nieto, Rab Moshé Hefets, etc. Me enseñó a identificar a los dinosaurios en la Torá (¡el peshat de “Taninim Guedolim!”) y a resolver el conflicto de la diferencia del tiempo entre ciencia y Torá (¿Billones de años o 5780 años?), y todo esto y mucho más sin apartarse un centímetro del sentido literal y ortodoxo del texto. Y sin recurrir a muletillas cuestionablemente cómodas (que nunca me gustaron) como interpretar que 1 día era un millón de años, o algo así. Me di cuenta que mi tío sabía todo esto porque él había enfrentado y superado las mismas dudas que me atormentaban a mí. Y ahora yo NO necesitaba empezar de cero. Tenía el privilegio de poder aprender de él. El pájaro azul estuvo todo el tiempo tan cerca de mí, en mi hasta ese momento desconocida tradición Sefaradí, y en mi propia familia…

DOS FORMAS DE ENFRENTAR AL ENEMIGO

Me acuerdo de uno de los primeros Dibré Torá que aprendí del Jajam Faur y que me acompañaron por toda la vida. Tiene que ver con la Perashá que leemos en dos Shabbatot, SHELAJ LEJA. “Cuando Moshé manda a los espías a explorar la tierra de Israel que debían conquistar les dice: ‘Observen la fortaleza de estos pueblos y vean si residen en ciudades abiertas o amuralladas’. Los espías regresan y le pasan un informe muy pesimista a Moshé y al pueblo. Entre otras cosas se quejan de que ‘las ciudades están amuralladas hasta el cielo’, como dando a entender que son impenetrables. “Pero para Moshé las ciudades amuralladas eran una señal de debilidad. Los habitantes que viven detrás de los muros no se entrenan para la lucha ‘hombre a hombre’. Se apoyan en la fuerza de sus murallas. Pero una vez que las murallas caen, son muy fáciles de derrotar. Por el otro lado, los pueblos que viven en ciudades abiertas, sin murallas, ‘confían en su propia fuerza para vencer al enemigo’, ya que se entrenan para la guerra y es mucho más difíciles vencerlos.” Acto seguido, explicaba brillantemente el Jajam Faur: “Hay dos modelos válidos de enfrentar al opositor ideológico. La primera, es construir muros culturales, y refugiarse detrás los mismos. La muralla te protege mientras esté en pie y no salgas fuera de la misma. Pero una vez que se cae, o sales de la muralla, eres totalmente vulnerable. La otra corresponde a las ciudades abiertas. Cuando estás expuesto a otras ideas, debes aprender cómo enfrentarlas y vencerlas. La Torá es verdad, y si vivimos en ciudades abiertas, debemos prepararnos para enfrentar las ideas que la atacan”. (Vale la pena aclarar que aquí nos referimos al mundo de las ideas y NO nos referimos a las “murallas sociales”, que los judíos siempre erigimos y supimos mantener para evitar la asimilación).

Escuchando al Jajam Faur z”l descubrí su judaísmo inteligente. Gracias a él pude armonizar entre mi corazón y mi razón. Gracias a sus palabras, me enamoré apasionadamente, más que nunca, de nuestra Torá y de nuestros Jajamim, y decidí estudiar para ser rabino y dedicar mi vida a la Torá.

PD: Mi libro CREACIÓN, en el que analizo el tema de Creación vs Ciencia moderna, es también una suerte de relato autobiográfico de mis dudas y las respuestas que con el tiempo encontré. Y está directa o indirectamente inspirado en todo lo que aprendí de mi querido tío, el Jajam Yosef Faur.

צדיקים אין בונים להם נפש על קברותיהם
שדבריהם הם זיכרונם

“No es necesario erigir un monumento en las tumbas de los hombres justos y sabios. Las palabras y las ideas que nos dejan, son el verdadero tributo a su memoria” (Maimónides).


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