Enlace Judío México e Israel – Otra vez globos incendiarios. Otra vez las represalias israelíes. Por enésima vez, los grupos terroristas de Gaza lanzan el mismo tipo de ataques que vienen repitiendo desde hace varios años, evidenciando su incapacidad para comprender algo muy elemental: el mundo está cambiando, y ellos deberían hacer lo mismo.

Dice una vieja regla empresarial que si quieres obtener resultados distintos, tienes que hacer cosas distintas. Hamás y los demás grupos terroristas palestinos establecidos en la Franja de Gaza son la representación perfecta de todo lo contrario a dicha regla.

Hamás fue fundado en 1987 por el jeque Ahmed Yassin, con el objetivo explícito de luchar por la “liberación” de toda Palestina. Es decir, la destrucción de Israel. Eran los tiempos de bonanza ideológica para la causa palestina y los apoyos (velados o descarados) llegaban de todos lados. El objetivo de Hamás estaba plenamente respaldado por los países árabes e Irán, y en Europa se hacían de la vista gorda con el perfil netamente terrorista del grupo.

Fueron épocas complejas para Israel. Sin lanzarse a una confrontación abierta contra Hamás en esas épocas, la política israelí tuvo que buscar los complicados modos de mantener el equilibrio entre los retos que representaba Yasser Arafat y la OLP (luego convertida en Al Fatah), especialmente porque a finales de los 80 estaba en curso la primera intifada.

Pese a la firma de los acuerdos de Oslo (1993), la lucha de Arafat por destruir a Israel no terminó. Por lógica, Hamás —que ni siquiera reconocía el liderazgo de Arafat— mantuvo su misma postura. Pero para entonces las cosas ya comenzaban a cambiar, y era evidente que los países árabes tendían a distanciarse de la lucha palestina. Por supuesto, mantenían su apoyo económico, pero en esos años de fricciones diversas, nunca tuvieron la iniciativa de enviar tropas para reforzar a Hamás.

La situación se mantuvo sin grandes cambios hasta 2005, cuando Ariel Sharón tomó la decisión de desvincular a Gaza del Estado de Israel. Unilateralmente, cedió el control absoluto de esa región a los palestinos, y fue cosa de tiempo para que dicho control quedara en manos de Hamás.

Se ha criticado mucho la decisión de Sharón, ya que el resultado fue contraproducente. Lejos de ser interpretado por los palestinos como un gesto en pro de la paz, Hamás de inmediato declaro el retiro israelí como una victoria propia, y anunció que pronto ese retiro se aplicaría a todo el territorio. Entonces, comenzó a intensificar el lanzamiento de cohetes contra la población civil de Israel.

La situación se volvió insostenible hacia finales del 2008, y en los últimos días de diciembre, Israel lanzó el primer gran operativo frontal contra Hamás. Fue la llamada Operación Plomo Fundido, que representó un serio golpe para la infraestructura del grupo terrorista palestino. Pero sus ataques no cesaron. Se suspendieron durante algún tiempo, pero luego todo regresó a la rutina. Las fricciones volvieron a escalar, y en 2012 fue necesario otro operativo —Pilar Defensivo—, cuyos resultados fueron los mismos: una victoria incompleta de Israel, pero una derrota dolorosa para Hamás, así como la pérdida de combatientes, armamento e infraestructura.

Para entonces, Hamás ya estaba implementando una nueva estrategia. Discretamente, estaba construyendo túneles que se adentraban en territorio israelí, y el objetivo sería usarlos para secuestrar civiles y usarlos como moneda de canje contra el gobierno de Israel.

El complot se vino abajo providencialmente. En junio de 2014, los adolescentes israelíes Naftalí Fraenkel, Gilad Shaer y Eyal Yifrah fueron secuestrados por Hamás en la zona de Gush Etzión, y eventualmente asesinados. Además de ello, continuaban las agresiones constantes contra la población civil israelí, y las consecuentes represalias del ejército de Israel contra instalaciones y contra terroristas de Hamás y otros grupos.

La escalada fue incrementándose, y tras un intento de tregua, Israel lanzó una invasión terrestre definitiva a mediados de julio. En ese marco, Israel expuso ante el mundo los planes de Hamás para usar los túneles en ataques contra civiles israelíes, y desde entonces comenzó la lenta pero constante labor de destruirlos. Hamás perdió millones de dólares con ello, y su esfuerzo de varios años de construcción clandestina de túneles se vino abajo.

El resultado final no fue muy distinto al de los conflictos anteriores, y aunque se logró una tregua pretendidamente definitiva, en los meses y años subsiguientes continuaron los lanzamientos de cohetes desde Gaza, seguidos por las represalias de la aviación israelí.

Pero algo había comenzado a cambiar.

Justo en el marco de la guerra de 2014, se hizo evidente la postura abiertamente anti-israelí de Barack Obama, John Kerry y Hillary Clinton. Esa situación se intensificó cuando en julio de 2015 Estados Unidos firmó un acuerdo nuclear con Irán, en el cual el régimen de los ayatolas recibió todas las ventajas incluso para violar el acuerdo y hacer lo que quisieran en materia de enriquecimiento de uranio. Evidentemente, Obama tenía la intención de que Irán se empoderara.

Los viejos aliados de Estados Unidos en la zona —Israel y Arabia Saudita— se sintieron traicionados, y no tuvieron más alternativa que comenzar los acercamientos. Por supuesto, todo de manera extraoficial, porque se supone que se mantenía la condición que había prevalecido desde 1949: el desconocimiento de los países árabes a la existencia de Israel, y el apoyo a la causa palestina con el objetivo de destruir al Estado judío.

Pero ahí hubo otro detalle: en el marco de toda la crisis provocada por la insensatez de Obama, los palestinos siempre se decantaron a favor de Irán, el peor enemigo potencial de los saudíes.

En los últimos cinco años el panorama ha cambiado radicalmente. El acercamiento de Israel con los países árabes acaba de dar un gran paso con el anuncio de que Israel y los Emiratos Árabes Unidos están en vías de lograr un acuerdo de paz y el establecimiento de relaciones diplomáticas, y es evidente que ese apenas va a ser el primero. Además, es más que evidente que Israel y Arabia Saudita se han entendido a la perfección como cómplices principales en una amplia coalición lista para confrontarse con Irán en el momento en que sea necesario.

En el otro extremo, Irán está profundamente desgastado por su propia crisis económica interna —resultado del pésimo manejo de la economía por parte de los ayatolas—, y esa situación se recrudece por todo el gasto que ha representado la guerra civil en Siria. Irán, obstinado en mantener el control de Siria y Líbano, ha tenido que invertir muchísimo dinero en la sobrevivencia de Bashar el-Assad y de Hezbolá, con resultados más bien limitados o incluso malos. Israel ha podido bombardear instalaciones de Irán o de sus aliados en Siria, y Estados Unidos eliminó a Qasem Soleimani, que era el general iraní más importante.

En todo ese contexto, la lealtad de los grupos terroristas palestinos a Irán —lógica, porque los ayatolas han sido, generalmente, su mejor apoyo económico— ha provocado que las naciones árabes, con los saudíes a la cabeza, hayan continuado su distanciamiento de la causa palestina.

A fin de cuentas, los palestinos siguen siendo una onerosa carga económica. Piden mucho y sus resultados son prácticamente nulos. La pobreza sigue siendo generalizada, y la mayor parte del dinero se desperdicia en proyectos terroristas o en corrupción. Después de haberse gastado cerca de 35 billones de dólares desde 1979, los palestinos están prácticamente igual. Y a los otros países árabes eso comienza a desagradarles.

Todo ello compromete la situación de Hamás. Cuenta con cierto apoyo en Turquía y, por supuesto, el espaldarazo de Irán. Pero eso ya no se está traduciendo en mucho dinero para los líderes de Gaza. Menos aún, en un respaldo incondicional por parte de sus aliados o simpatizantes a nivel internacional. Al final de cuentas, para dirigir el rumbo de la opinión pública —sobre todo en Europa— lo que más pesa es el dinero saudí y de los Emiratos, y esos países cada vez están más cerca de Israel.

En medio de esa situación crítica, Hamás y los grupos palestinos regresan a lo mismo que han hecho durante décadas: disparar cohetes, lanzar globos incendiarios.

Es obvio que con semejante estrategia repetida ad nauseam no van a llegar a ningún lado. Israel no tiene que esforzarse demasiado para mantener las cosas bajo control, y mientras Hamás sigue con su rutina sin sentido, Netanyahu sigue tejiendo vínculos con otros países árabes.

¿Qué puede esperar Hamas de todo esto?

Darwinismo puro: al ser incapaz de adaptarse, simplemente va a quedar fuera de la jugada. Si las cosas siguen como van —sobre todo tomando en cuenta que los líderes de Al Fatah tampoco lo están haciendo mejor—, la solución al conflicto Israel-Palestina se va a tomar entre Jerusalén y Riad, y muy probablemente la opinión de Mahoud Abbas o Ismael Haniyyeh ni siquiera vaya a ser tomada en cuenta. Es decir, en términos prácticos Hamás va a quedar fuera de cualquier posibilidad de influir en los arreglos que se hagan entre Israel y los palestinos. Y eso bien podría significar su desaparición.

Hamás es el ejemplo perfecto de un grupo que nunca quiso revisar sus objetivos ni sus estrategias, se empeñó en mantener su misma política, y sistemáticamente recurrió a los mismos esfuerzos sin darse cuenta que los tiempos iban cambiando.

Esta semana despertaron a una desconcertante realidad cuando Trump anunció que Israel y los Emiratos estaban de lleno en una negociación de paz. La gente de Hamás gritó, vociferó, amenazó, se declaró traicionada, pero… nadie les hizo caso.

¿Para qué tomarlos en cuenta, si ya se sabe que no van a proponer nada nuevo, ni siquiera en estas condiciones en las que realmente les urge cambiar?

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