Enlace Judío México e Israel – De las cientos de vacunas contra COVID-19 que están en desarrollo, tres llevan una clara delantera ubicándose en la fase 3 de las pruebas cínicas en humanos. Es decir, que hasta ahora se ha establecido que son seguras y que sus efectos adversos no son peores que la enfermedad que tratan de evitar, pero que aún están bajo la lupa, siendo probadas en grupos grandes, de miles de personas en varios lugares del mundo, para comprender si son, o no, capaces de proteger a las personas, que pueden evitar el contagio o procurar que el COVID-19 no sea ni grave ni severo.

Sin embargo, algunos piensan que la forma más rápida de tener los resultados de esta fundamental fase es provocando el contacto con el virus, y no esperar que casualmente el voluntario vacunado se encuentre en su vida cotidiana con el virus SARS-CoV-2 para evaluar si la vacuna lo protegió. Hoy, los voluntarios que están participando en las pruebas clínicas de las nuevas vacunas están llevando una vida “normal”. Los investigadores y farmacéuticas tendrán que medir si quienes estuvieron vacunados resultaron con menos COVID-19 que los que no. Esto, evidentemente tarda semanas y hasta meses porque no sabemos cuándo el voluntario entra en contacto con el virus. Es por ello que, ante la pandemia que estamos transitando, algunas personas han levantado la mano y propuesto exponerse a una carga viral para evaluar la efectividad de la vacuna de forma más rápida.

Pero, ¿es esto ético? Claro que sería ideal tener voluntarios dispuestos ha recibir una inoculación del virus SARS-CoV-2 para probar en tan solo unos días si la vacuna es efectiva o no; tal como se hace en los laboratorios con los modelos animales como macacos o cuyos. Sin embargo, las implicaciones en humanos pueden ser enormes. Una iniciativa llamada 1DaySooner tiene al día de hoy inscritos 36,569 voluntarios de 162 países, dispuestos a recibir una dosis de virus para probar las vacunas contra COVID-19 y así acelerar el proceso y salvar más vidas. Hacer ensayos de exposición. Este grupo promueve las pruebas clínicas en humanos argumentando que tener la vacuna disponible, aunque sea un día antes, salva, según sus cálculos a 1,250 personas. Claro que el padre de la vacunación, Edward Jenner, cuando en 1796 probó su idea de vacuna contra la viruela, lo que hizo fue deliberadamente inocular virus en la piel del pequeño James Phipps; sin embargo, ahora, en el año 2020 se entiende que este procedimiento tiene un importante componente ético.

Por un lado existe la duda de cuánta dosis viral inocular, seguido de qué hacer con la persona una vez que adquirió el contagio inducido, ¿permitir que regrese a su casa pudiendo contagiar a otros? Incluso, sabemos que las vacunas no protegen en un 100%, por lo que por más efectiva que sea la que se vaya a probar, sí existe el riesgo de que la persona desarrolle COVID-19 con el virus que recibió para la prueba, pudiendo resultar en un paciente severo o crítico, incluso poner en peligro su vida.

Pero los dilemas éticos de las vacunas van más allá.

Hoy, a poco tiempo de tener los primeros resultados de la fase 3 de las vacunas de Oxford-AstraZeneca, CanSino y Moderna, existe la enorme duda de cómo distribuirla, de cuál es la mejor forma de asignarla. ¿Quién debe de recibir la vacuna primero?

Definitivamente la pandemia es por definición un problema global, por ende, requiere una solución con enfoque también global. El virus no conoce fronteras y lo ha demostrado con evidencia clara; los árboles filogenéticos han trazado su curso por todo el globo terráqueo, va de un país a otro sin conocer pasaporte. Es por ello que, solucionar la epidemia en un solo lugar es como tapar el sol con un dedo. Debe sin duda ser un esfuerzo conjunto, de países ricos y pobres, que considere no solo a quienes están elaborando su vacuna, sino a todos los seres humanos como posibles vectores de la infección. Se requiere una estrategia donde se deje de lado el “nacionalismo por la vacuna” y se busque que la velocidad de transmisión del nuevo coronavirus se controle. Usando los términos epidemiológicos que hemos aprendido obligadamente, que la R0 sea 1.

Sabemos que las billones de dosis que se requieren para inmunizar a todos los habitantes del planeta, o al menos al 70 por ciento para lograr la deseada inmunidad de rebaño, llegarán de forma escalonada. Imposible todas a la vez. Hay temas logísticos que hay que resolver. En vez de producir unos mililitros de vacuna para las pruebas clínicas, ahora se necesitan varios miles de galones; luego embotellarlos en viales estériles de vidrio, que además están ahora en escasez, distribuir el producto terminado en transportes con refrigeración y, bueno, el tema de mayor discusión y duda: decidir quién recibe la vacuna primero.

Para ello se han ya descrito propuestas que buscan una asignación de vacunas que sea equitativa, estratégica, que mitigue brechas de acceso a la salud, sea transparente, basada en evidencia científica, y objetiva; que tenga el mayor beneficio social disminuyendo la mortalidad y morbilidad causada por la transmisión del nuevo coronavirus. Un reto de salud pública sin precedentes por la urgencia.

La Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NAS) de Estados Unidos ha propuesto una asignación de la vacuna contra COVID-19 en cuatro fases, que consideró para su elaboración criterios de riesgos de adquirir la infección, de mortalidad y morbilidad por COVID-19, de impacto negativo social, y de trasmisión de la enfermedad a otros; considerando los factores de mitigación existentes que cada grupo social puede asumir.

Según el grupo multidisciplinario que desarrolló esta estrategia aún no aprobada del NAS, los primeros en recibir la vacuna en Estados Unidos serían los médicos y trabajadores de la salud de alto riesgo, así como personas de todas las edades con comorbilidades y adultos mayores que viven con mucha gente. En segunda fase, recibirían la vacuna los trabajadores cuyo entorno de trabajo los pone en riesgo de contagio, también los profesores y adultos que laboran en los colegios, adultos no incluidos en la fase 1, individuos con discapacidades, enfermedades mentales, en situación de calle, en prisiones, cárceles y espacios conglomerados. Luego, en tercera fase, recibirían la vacuna los adultos jóvenes, los niños y trabajadores de industrias esenciales. Y por último, el fase cuatro, todos quienes no hayan sido incluidos en las fases anteriores.

Los autores de esta estrategia mantuvieron una charla abierta al público donde escucharon comentarios de varias personas para enriquecer su propuesta. Entre los que participaron, hubieron líderes de grupos de nativos, de migrantes, de negros y de hispanos, que, aunque cada uno desde su perspectiva, todos coincidieron en la petición: una asignación inclusiva, justa y más equitativa, que considere la problemática particular de cada uno de los grupos sociales que representan. No es una labor sencilla, si además se considera que aún se tienen dudas fundamentales como que no es claro cuántas dosis, o refuerzos, la vacuna requerirá; si tendremos varias alternativas de vacunas finalistas ya aprobadas o una sola; si para entonces sabremos nuevos detalles sobre la epidemiología de la COVID-19 que cambie la estrategia de asignación; si surgirán datos de seguridad y efectividad de la vacuna, o de los efectos secundarios, o detalles para grupos como niños y embarazadas que deberemos considerar.

Es un manuscrito aún en vías de perfeccionamiento, pero la carga ética es enorme. Las preguntas respecto a los diferentes ámbitos de COVID-19 siguen siendo más que las respuestas con las que contamos. Casi como si tuviéramos a todos los humanos a la vez haciendo fila en la tortillería cuando el maíz aún esta siendo cosechado. Interesante evaluar si algunos pueden ir probando la vacuna y recibir el virus deliberadamente para acelerar el proceso; pero sumamente importante ir decidiendo quién va hasta adelante de la fila. Definir y dejar claro los criterios tras el orden elegido para la asignación, considerar a todos y cada uno de los países del planeta en la distribución.

 


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