Enlace Judío México e Israel – El encuentro sexual es un momento único y diferente en nuestras vidas. Es diferente a todas las demás actividades que realizamos porque es entonces cuando decimos y hacemos cosas que no haríamos en ningún otro momento. Es cuando podemos dejar salir el instinto y hasta comportarnos primitivamente. Nos movemos, de maneras que nunca, o casi nunca lo haríamos en nuestra vida cotidiana. Quizá, solo algunas veces bailando o haciendo ejercicio. Gruñimos, gritamos, arañamos, mordemos y perdemos el control y nuestra acostumbrada compostura, con el fin -entre otros- de experimentar placer.

Pero, a este espacio tan íntimo y personal cada quien llega con un cargamento de expectativas, fantasías, deseos, ilusiones y experiencias, buenas y malas que, cuando coinciden, resultan en una Velada Sexual Perfecta. Sin embargo, esta no es la regla. Además de lo anterior, llegamos con inhibiciones, manías, miedos e ignorancia que frecuentemente convierten a la experiencia en algo poco placentero y a veces desagradable, especialmente, en los primeros encuentros.

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Él y ella se conocieron en el club del que ambos eran miembros. Se veían casi cada fin de semana. A él ella le atraía de una manera peculiar. No era especialmente guapa, pero le llamaba la atención de una manera que él no se podía explicar.

Por meses estuvo buscando la oportunidad de acercarse y empezar a platicar con ella, pero siempre estaba con otras personas, en conversaciones que parecían ser muy entretenidas y no encontraba la manera de irrumpir en ellas. Constantemente era el centro de la conversación y su voz y su risa era la que predominaba, a veces demasiado estridente. Como si fuera siempre el centro de la fiesta

Un día, cuando fue a su auto para ir a su casa, la vio en el estacionamiento, parada junto al suyo, mirando la llanta que se había bajado. Se acercó, le ofreció ayudarla y comenzaron a platicar. Le pidió la llave para sacar la llanta de refacción y encontró que no tenía ni gato ni herramienta.

“Voy a traer el mío”, le dijo y mientras iba por él, se preguntaba, “¿a quién se le ocurre andar sin gato ni herramientas en el auto?” y se sintió un poco molesto porque iba a llegar tarde a la comida en casa de su hija, pero ya no podía – ni quería – abortar la misión que al mismo tiempo era la oportunidad esperada.

Mientras cambiaba la llanta intercambiaron sus datos generales; sus nombres ya los sabían, números de teléfono, ocupación y algunos gustos, además del acostumbrado cotejo de conocidos comunes, con muchos “qué pena” y “no te hubieras molestado” por parte de ella.

Al mismo tiempo, la examinó y le gustó lo que vio. Los jeans blancos enfundaban unas bien formadas cadera y la blusa beige, tejida, sin hombros confirmaba que no llevaba brassiere y mostraba la mitad de unos pechos muy bien puestos, aunque un poco grandes, para su gusto

Cuando la llanta defectuosa estuvo guardada, él dijo: “Bueno, ya quedó. Creo que ya me voy. Tú, ¿qué vas a hacer?”

“Voy a mi casa. Pensé que te podría invitar un café, para corresponder a tu amabilidad”.

Él hizo un escaneo rápido de la situación:

  • No es casada, no tiene pareja y no tiene que hacer ahorita.
  • Si acepto, tendré que cancelarle a mi hija, cosa que no me gustaría, ni tampoco a ella
  • Y lo más probable es que si en realidad lo que me propone es un café, solo un café, con una galletita, yo termine sintiéndome como mecánico recibiendo la propina.

“Gracias, pero quedé de ir a comer con mi hija y ya voy retrasado, pero te cambio el café por una comida la semana próxima”

Ella contestó: “Bien, llámame el lunes y nos ponemos de acuerdo”

Apenas él arrancó en su auto, empezó a arrepentirse, pero ya no había remedio. En el camino a la casa de su hija, se la imaginó, llegando a su casa, echándose en la cama, prendiendo la tele para ver algo y poco a poco quedarse dormida, Se la imaginó sobre el costado derecho y él, detrás de ella, haciendo a un lado el pelo negro, muy negro y besándola en los hombros, que, después de sus pechos, eran lo que más le había llamado la atención.

Ella se fue a su casa, se preparó una taza de café, se acostó en la cama y le llamó a su amiga, para contarle lo que le había pasado.

“Yo ya lo había visto muchas veces en el club y me había dado cuenta de que me miraba. No sé por qué nunca se acercó a hablarme. Ya había decidido que la próxima vez, yo lo saludaría, pero el destino hoy se me adelantó. Que extraño que no quiso venir. Vi y sentí su mirada sobre todo el cuerpo, como si me radiografiara y me hizo sentir nerviosa. A lo mejor lo asusté siendo tan agresiva con la invitación y le hice pensar que quería acostarme con él y le pareci necesitada”.

Se despidió de su amiga, colgó el teléfono, y mandó un mensaje; Fue un gusto verte.

-Creo que me mostré muy urgida. Probablemente le hice pensar que lo invitaba para acostarme hoy con él. – pensó. Después, se quedó dormida.

El siguiente lunes, él no le llamó. Ni el martes. No sabía que decirle ni a donde proponerle ir.

Mientras tanto, ella, al transcurrir los días pensó que había sido otro encuentro fallido que había echado a perder por impulsiva.

Una semana después, él le llamó, pero recibió el mensaje de la grabadora. Ella estaba en una junta y lo vio hasta la noche. Pensó que era demasiado tarde para responderle. Él se quedó pensando que ella no le había querido contestar, que seguramente estaba molesta porque no le había llamado el lunes como había ofrecido.

La mañana siguiente ella le llamó mientras él se bañaba y dejó un breve mensaje “vi que me llamaste ayer, me estoy reportando”

Finalmente hablaron. Entre disculpas, explicaciones y estudiándose uno al otro, quedaron de ir a desayunar el siguiente domingo.

Él le preguntó a dónde le gustaría ir y ella le dijo “A donde tu escojas”

Se le ocurrió probar un lugar naturista que había visto hacía algunas semanas, en donde se veía mucha fruta y verdura vistosamente acomodada que se antojaba.

Él sugirió pasar a recogerla a las 9 de la mañana, ella le dijo que era nocturna y no se levantaba muy temprano, que mejor fuera a las 10.00. Cuando el ya iba en camino, ella le llamo y le dijo “¿podría ser media hora más tarde’”. -Bien- respondió él, pensando en qué haría para matar esa media hora.

Cuando llegaron al restaurante, ya había una considerable lista de espera y el tenía mucha hambre.

-Esperamos o buscamos otro lugar- le preguntó. “como gustes” respondió ella. Pensando que, por la hora y el día que era, sería igual en otro lado. Decidieron esperar, haciendo plática ligera acerca del clima, del lugar y de la gente del rumbo, esperando el momento de ya estar frente a frente y empezar a conocerse.

Resultó que ella era alérgica a casi todo, no comía gluten, era vegetariana, no tomaba café ni alcohol y vivía casi a base de lechuga. El pidió un suculento desayuno que devoró con un poco de pena.

Luego fueron a caminar por el barrio de librerías de viejo, él le regaló un libro que ella escogió y le propuso ir al cine, pero ella le dijo que había quedado de ver a sus hijos por la tarde.

“Mmmmh”, se dijo para sus adentros. La dejó en su casa y fue a tumbarse a la cama a ver una serie en la televisión.

Durante tres semana salieron a cenar, fueron una vez al cine y otra a un museo, hasta que él le propuso que comieran en su departamento -el de él-, el siguiente sábado. Ella aceptó. Él compró una buena botella de vino y los ingredientes para preparar una súper ensalada. Se sorprendió al sentirse emocionado. El viernes por la tarde, ella le llamo y le dijo. “No me siento cómoda de ir a tu casa, mejor vamos a comer fuera”

“Penúltima llamada “Pensó él “ quiero con ella, me gusta, pero no se que piensa ni qué quiere”.

Ella sintió un hueco en el estómago al oírle decir secamente “Está bien, cómo quieras, ¿a qué hora paso por ti?”. Pensó que, por un lado, quería estar con él, pero no sabía si era ya el momento. Estaba segura de que en algún momento iban a terminar en la cama, él ya le había mostrado su interés de formas muy evidentes y aceptó que no podía, ni quería tardarse demasiado en dar el paso. El peso de sus relaciones íntimas pasadas era demasiado, tanto de las buenas como de las malas y de las pésimas. Decidió que durante la comida del día siguiente le iba a mandar la señal de que ya estaba dispuesta, para el siguiente encuentro.

Cuando él llegó a recogerla, ella sintió la tensión y lo notó menos simpático que de costumbre. Al llegar al restaurante, lo primero que hizo ella fue pedir un coctel de mezcal, tanto para agarrar fuerzas como para mandarle el mensaje de que algo estaba cambiando. Él, sorprendido, sonrió y pidió otro igual. Cuando el mezcal hizo su efecto, ella le propuso que el día siguiente fueran a ver la exposición de un fotógrafo joven prometedor y, comentando cuánto le había gustado el mezcal y lo bien que le había caído, le deslizó la idea de que después de eso, podrían ir a que él le enseñara a preparar algún cóctel parecido.

Así lo hicieron y el domingo en la tarde, la naturaleza siguió su curso. Hicieron el amor de una manera muy poco glamorosa, nada atlética pero muy divertida, placentera y tierna. El principal ingrediente, además del mezcal, fue el sexo oral, del que hubo mucho. Me refiero al platicadito. Mientras preparaban los cócteles y se empapaban la ropa con jugos y licores, comenzaron a platicar de sus gustos y disgustos, de cosas que les habían pasado con parejas anteriores, de preferencias cómicas y tenebrosas y, cuando estuvieron piel con piel, sus mentes y sus cuerpos eran ya muy buenos amigos.

Se contaron experiencias sexuales desagradables, de ellos, de amigos y de conocidos y también, de la mitología urbana, en las que los encuentros resultaban, algunas veces desagradables y otras, catastróficas.

Los encuentros sexuales sensacionales desde el principio no son la norma. Las parejas tienen que conocerse. Ella le comentaba que tenía problemas con la lubricación, lo que le causaba dolor. Él le dijo que algo que le encantaba era la estimulación manual. Ella le dijo que le gustaba hacerlo sin luz y a él le encantaba al amanecer, cuando sale el sol. Y así, poco a poco, todo se fue deslizando suavemente. Para sorpresa de ella, se lubricó abundantemente, como -dijo- nunca antes le había pasado. Él tuvo paciencia y la acarició todo el tiempo que ella necesitó para satisfacerse.

Y así siguieron, por mucho tiempo. Y siguen. No son acróbatas del sexo ni protagonistas de película porno. Son personas normales, con sus filias y sus fobias, con sus miedos y sus vergüenzas. Ella siente que está gorda, pero a él le encanta. Él ronca y se mueve mucho cuando duerme, pero ella lo soporta. Cada uno aprendió a tolerar algunas de las manías y comportamientos del otro y a hablar acerca de las que las resulta difícil aceptar, llegando a términos medio aceptablemente negociados.

La moraleja es que el sexo perfecto existe cuando aceptamos nuestra diferencias y nuestras propias imperfecciones. No todos los días tenemos el mismo deseo ni la misma energía, no todos los días olemos bien ni nos queda perfecto el peinado, No siempre estamos de humor. El secreto está en pensar como piensan los boxeadores: Es mejor dar que recibir.

 La vida es eso que nos pasa cuando estamos haciendo otros planes

John Lennon


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