Enlace Judío México e Israel – La identidad es una de las cosas más difíciles de delinear en nuestra vida. A veces se da de forma natural y a veces se descubre. Mucha gente se identifica con un origen, simplemente porque nació ahí o porque lo siente como suyo sin preguntárselo; a veces la persona no se da cuenta de lo mucho que ese origen impacta en su vida, en sus sentimientos y percepciones y a veces abiertamente se siente orgulloso de ello y hace todo lo posible por explorarlo.

ARANZA GLEASON

Yo vengo de dos culturas distintas: la mexicana y la judía, siento un profundo orgullo de pertenecer a ambas, sin embargo no fue siempre de esta forma. El identificarme como judía o como mexicana fue un camino que recorrí a lo largo de varios años. Por eso quiero compartir la belleza que encuentro en ambas, y aunque a veces no se perciba de esa manera son culturas muy parecidas. Esperamos les guste.

La hospitalidad y generosidad

Cuando pienso en los parecidos entre mi país y mi comunidad lo primero que me viene a la mente es lo hospitalarios que somos los mexicanos y los judíos, y el agradecimiento tan profundo que me genera estar rodeado de gente así. Para el judío y el mexicano la hospitalidad, los modales y la generosidad lo son todo; hacen lo que sea por que su interlocutor se sienta cómodo y no ser groseros, por estar rodeados de gente amable constantemente y disfrutan plenamente de ser huéspedes para una persona que aprecia su amabilidad.

En el caso judío por ejemplo es una mitzvá (buen acto) muy grande tener a una persona como invitado a Shabat, tanto así que en Israel hay organizaciones encargadas de unir a personas que quieren recibir en sus casa a alguien en Shabat y personas que de otra forma pasarían el día solos. Incluso la gente que no es religiosa y no suele celebrar Shabat suele ser muy amable con las personas que invitan a su casa y suele alegrarse de invitar a varios amigos a una comida o algo parecido.

En cuanto al caso mexicano la gente es igualmente muy amable y muy dispuesta a darle al otro lo que necesite. Tan solo en las dos semanas que me he mudado de casa, la vecina ha tenido la atención de regalarme frutas de su jardín, huevos de sus gallinas y estar al pendiente de lo que se me ofrezca. Y tengo cientos de historias donde la hospitalidad de ambos grupos fue como un respiro en momentos claves en mi vida.

Por ejemplo hace unos años estaba viajando con mis amigos de la universidad por Querétaro. Nos habíamos quedado sin dinero en una ciudad poco conocida, un tanto peligrosa, que no tenía hotel y habíamos decidido pasar la noche afuera de la estación de camiones para poder regresar a la capital tan pronto nos fuera posible. Hacía un frío terrible y estuvimos ahí un rato hasta que un señor taxista que conocimos previamente, nos tocó el claxon y nos invitó a dormir en su casa. No era una persona adinerada, tuvo que sacar a sus hijos del cuarto para dárnoslo a nosotros y sin pedir nada a cambio nos ofreció techo y comida a cuatro desconocidos. El agradecimiento que sentimos en ese momento y la necesidad que teníamos no puede compararse con nada más que he vivido.

Algo parecido me ocurrió en Israel hace unos años. Había sido invitada a comer a Shabat a casa de una amiga. Me iba a acompañar otra amiga para que ambas se conocieran. Quedé de ver a mi amiga acompañante junto a una de las estaciones del tranvía para caminar a la casa juntas. En Shabat no se puede usar celular y no tenía forma de contactarla, además ella ayunaba antes de rezar, sabía que si la perdía podía dejarla sin comer todo el día. Pasaron más de dos horas y no la vi, entonces recordé que al último segundo antes de entrar a Shabat, viernes por la tarde, habíamos cambiamos de punto y la estaba esperando en el lugar equivocado.

Corrí a la siguiente estación y no estaba, la estuve buscando mucho tiempo y jamás apareció. Pasé el resto del Shabat con el pendiente, triste y enojada conmigo pensando que la había dejado todo el día sola y en ayunas. En cuanto cayó la noche le marqué. En efecto me había estado esperando en la otra estación, sin embargo, no había pasado el día sin comer. Una señora del rezo la había visto y la invitó a comer a su casa sin poner un solo pero, hicieron muy buenas migas y con el tiempo también harían amistad. Cuando me contó, sentí un gran alivio.

En las dos ocasiones agradecí profundamente la hospitalidad y el gesto que esas personas tuvieron con la gente que quería o conmigo. Me hicieron darme cuenta de su grandeza y la grandeza de una cultura que fomenta la hospitalidad, me sentí muy orgullosa de ser judía y ser mexicana.

La madre y la familia

Otro aspecto que encuentro sumamente valioso en ambas culturas es el papel tan preponderante que se le da a la familia, para las dos la familia es muy valiosa. La madre en ambos casos es sumamente importante. En Estados Unidos la madre judía es un estereotipo por que la cultura estadounidense suele ser un poco más desarraigada de la familia que la cultura judía. Sin embargo, en México no es así, la madre mexicana es tan apegada y tan atenta con sus hijos como lo es la madre judía. Ambas suelen transmitir el cariño a través de la comida, ambas se interesan en los asuntos de importancia de los hijos, intentan ayudar, controlar o participar con ellos de alguna forma y para muchas de ellas sus hijos son el centro de su vida y su principal orgullo. Es una forma hermosa y bella de sentirse querido.

Puede darse de esta forma porque ambas culturas giran en torno a la familia. Para el judío no hay nada más importante que la educación y el bienestar de sus hijos. Desde la religión hasta las formas culturales todo gira en torno a ello: lo que le das en el presente a tus hijos y los aprendizajes que le dejarás para cuando ya no estés. El mexicano igual dedica su vida a su familia, si uno habla con gente en la calle, te dirán que a veces trabajan turnos de más de 12 horas, y que lo hacen porque tienen una niña en la primaria, quieren ir al Azteca con su hijo o simplemente asegurarles el futuro; casi siempre los sacrificios que hacen lo hacen por ellos. Es así porque en México y en la comunidad la familia es sagrada y por nada del mundo se toca. Cuando hables con mexicanos o judíos no te atrevas a criticar a su hermana, su padre, su madre, algún abuelo o tío, la reacción será más elevada de lo que esperas.

Además en ambos casos la familia se vuelve un punto de apoyo. Las familias judías y las familias mexicanas tienden a ser muy grandes, se extienden más allá del núcleo. A las cenas de Shabat llegan los abuelos, los tíos, los primos, a veces incluso los amigos de los padres y de los hijos. Lo mismo ocurre con los domingos de futbol y las reuniones mensuales del caso mexicano. Esto le abre todo tipo de puertas y experiencias a quienes tienen el gusto de gozar de ello. Fue muy padre crecer en un ambiente así.

La comida

Por si fuera poco además el pasado culinario tan presente también nos une. En su comida México tuvo la influencia de España, la cultura indígena y algunas de las formas europeas que se fueron integrando a nuestra vida. Por eso, los platillos típicamente mexicanos, como el mole o la barbacoa son reconocidos mundialmente por su pasado y variedad. En cuanto a la comida judía ésta tiene influencia de todas partes del mundo, desde países árabes como Siria y Líbano, países europeos como Alemania, Polonia y Rusia hasta países africanos como Etiopía. Esto ha hecho que su variedad sea grande y que todo tipo de platillos sean integrados a ella.

Además en ambos casos la gastronomía tiene un papel preponderante en el desarrollo cultural. Todas las festividades judías se celebran con una cena y una comida donde debe haber vino y pan y todas las celebraciones mexicanas empiezan con una comida a media tarde. Ambos además crean platillos especiales para festejar determinados días. El dieciséis de septiembre no es día de la Independencia en México si no hay unos buenos chiles en nogada para celebrar y Purim no está completo sin las tradicionales “ozney Hamán” (orejas de Hamán). Al final son formas en que trasmitimos la alegría de juntarnos y celebrar.

La alegría de las festividades

Otro de los parecidos que encuentro entre ambas culturas es la felicidad y  algarabía con la que celebran las festividades. México es un país sumamente colorido y cada vez que hay una fiesta se pinta de distinto color. La alegría se siente en la calle y rápidamente surgen objetos de todo tipo que están relacionados con las fiestas. Por el lado judío se nota menos porque al ser una comunidad pequeña se diluye nuestra influencia en la sociedad que nos rodea. Sin embargo, una de las experiencias más padres de vivir en Israel fue ver esa misma alegría que me era conocida por el lado mexicano en las calles de Jerusalén con todas las festividades judías. La gente se apuraba a hacer la quema del jametz en Pésaj, las fogatas de Lag Baomer y por todos lados encontrabas los Mishloaj Manot (regalos) tan variados de Purim, me sorprendió incluso que en Rosh Hashaná hubiera quien se preocupara por tocar el shofar a cualquier transeúnte que por despiste o prisa no pudo hacerlo en su templo. Ver ese entusiasmo por compartir con el otro sin importar de donde venga me pareció hermoso. En ambos casos además las festividades ayudan a recordar valores básicos de cada cultura.

Las diferencias y los choques

Sin embargo, aunque son culturas tan parecidas, también tienen entre sí grandes diferencias y eso produce choques inevitables. Por ejemplo, al judío le cuesta mucho trabajo entender el humor del mexicano, sus creencias y su relación con la muerte. Hay celebraciones que incluso por halajá algunos rabinos no le permiten a las comunidades participar de ellas, pero eso no quita el hecho de que las interpretaciones sean variadas y contextuales.

Al mexicano por su lado, la cultura judía a veces le parece un poco hosca ya que se recluye demasiado en sus comunidades. También le cuesta trabajo entender que hay ciertas reglas que son estrictas e inamovibles: aquello que no es kosher, no se puede comer y la regla no depende de los modales. También para ambos las creencias y la forma propia de devoción les parecen muy raras y lejanas. Sin embargo, son diferencias que no evitan que la convivencia sea ligera y amable: judío y mexicano no tienen porque ser identidades peleadas, y los parecidos superan las diferencias.

Al final uno no puede sino sentir mucho orgullo de haber crecido con ambas.

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