Enlace Judío México e Israel – Dos atentados acaban de sacudir a los franceses. En el primero, un profesor fue decapitado por un musulmán. En el segundo —apenas hoy—, tres personas murieron acuchilladas por otro extremista islámico. En el meollo de la discusión está el asunto de la libertad de expresión y Emmanuel Macron ha declarado que las libertades no van a ser anuladas en Francia. Reacción admirable, pero —lamentablemente— tardía.

Otra vez, en el epicentro del debate, está la revista Charlie Hebdo, un pasquín de Francia considerado odioso por mucha gente. Y sí, podemos decir que en muchos aspectos, es una publicación de muy mal gusto. La forma en la que satiriza o se burla por igual de todas las religiones no es del agrado de un amplio sector de la población.

Pero eso tiene un remedio muy sencillo: si a usted no le gusta esa revista, pues no la compre. Tampoco esta uno obligado a leer aquello que nos resulta molesto.

Por supuesto, esto pone sobre la mesa de debate la compleja pregunta de si es permisible que una publicación haga ese tipo de burlas, sin importarle en absoluto la sensibilidad de la gente. Pero vuelve a surgir el punto crítico: cierto, la publicación parece excederse en sus burlas, pero nadie está obligado a comprarla o leerla. Es decir, es un producto que sólo llegara a tus manos si tú quieres que llegue a tus manos. Y hay otro hecho objetivo que está fuera de toda discusión: es una publicación que nunca ha defendido un discurso de odio. Es decir, lo suyo solo es la sátira, no el racismo ni la xenofobia.

Por ello, muchas personalidades relevantes en el debate público han salido a defender a Charlie Hebdo, señalando que una de las máximas posibilidades de la libertad de expresión es, justamente, la libertad de burlarnos de nosotros mismos.

El tema no es nuevo en Francia, pero lo cierto es que judíos y cristianos ya están muy acostumbrados a ello y, aunque a veces aparece alguna caricatura o algún artículo que llega a resultarle muy molesto a alguna de dichas comunidades religiosas, el asunto no pasa de allí. Mal que bien, son dos religiones que se han acostumbrado a que esa revista grotesca es parte de la vida cultural francesa, y que su distribución nunca ha derivado en un problema de intolerancia o de violencia que deba provocar una censura.

Los problemas se han dado con las facciones extremas del islam, que insisten en que el atrevimiento de burlarse de su religión debe ser castigado. Incluso con la muerte, como ya lo vimos en el terrible atentado que sufrió directamente la revista en enero de 2015.

¿Qué fue lo que generó el ambiente para que ese nivel de violencia sacudiera a Francia en ese entonces, y lo esté sacudiendo otra vez esta misma semana?

Nos guste o no, todo se debe al absoluto fracaso de la política multicultural de Francia, todo un hito de la posmodernidad, anclada en buenos sentimientos y buenas intenciones, pero desconectada de la realidad y, por lo tanto, fallida.

Francia ha sido uno de los países que, en nombre de un supuesto respeto a la diversidad, ha permitido que muchas de sus comunidades islámicas engendren grupos radicales en los que las leyes francesas simplemente no existen y no aplican. Craso error, porque —por odioso que le parezca a los aferrados a la corrección política— todo inmigrante debe sujetarse a la ley del país que le da asilo.

La Francia posmoderna renunció durante mucho tiempo a imponer su ley, y las consecuencias son evidentes: se llegó a perder el control absoluto de los grupos extremistas y aparecieron barrios en las grandes ciudades en los que la policía ni siquiera podía entrar. Pero las buenas conciencias francesas —tan herederas de Foucault y Derrida— apelaban a su remordimiento arrastrado desde la Segunda Guerra Mundial, y reforzaban ese absurdo e irracional discurso poscolonialista que, en la mentalidad popular, se resume a que occidente debe soportar estoicamente todas las agresiones que vengan de los descendientes de sus víctimas de otros siglos.

Al final del día, Francia se convirtió en otro infierno. Miles de refugiados que llegaron de países destruidos por la guerra y el fanatismo, llegaron a Paris a encontrarse con un entorno idéntico al de los lugares de los que habían huido. Y luego, a reproducir los mismos conflictos. Con ello, Francia se impidió a sí misma ser una solución, y se convirtió en parte del problema.

Hoy la realidad les ha vuelto a explotar en la cara y la tragedia se ha transformado en dos atentados terroristas en menos de dos semanas en Francia. Macron ha tomado una postura dura, impensable hace diez o quince años. Buen punto para él, pero —lamentablemente— es una firmeza que llega demasiado tarde. Tenía que haberse dado en los años ochentas o noventas.

Ahora solo falta esperar a que toda Europa tome nota de la situación y termine de entender que a todos esos inmigrantes se les debe obligar a vivir bajo las leyes europeas. El falaz discurso de una Europa colonialista que merece ser destruida y que, por lo tanto, no podría hacer nada mejor que dejarse destruir desde adentro, es una tara cultural cuyos efectos se convirtieron en tragedia a partir del siglo XXI.

¿Es demasiado tarde para la reacción? En principio, sí. El problema allí está. Los atentados son una monstruosa realidad con la que tienen que convivir los europeos. El asunto no se ha siquiera matizado. Había estado inactivo durante algún tiempo, pero hoy los franceses han despertado con la ominosa noticia de que la intolerancia religiosa sigue presente en sus calles y hay sectores de la población musulmana que exigen una total impunidad en todo sentido.

Ya veremos de qué está hecho Macron y qué tan lejos está dispuesto a llegar en su convicción de defender la libertad de expresión en Francia.

Mientras tanto, todo esto solo abona al hartazgo de la población, mismo que corre el riesgo de traducirse en un regreso de la extrema derecha al poder en Francia. En esa situación hipotética, la tragedia sería absoluta, porque la intransigencia violenta de los extremistas islámicos ya no sería repelida por medio de la ley, sino por medio de la intransigencia violenta de la vieja Europa, la xenófoba, la racista.

La Segunda Guerra Mundial y la guerra de los Balcanes ya nos demostraron que eso nunca va a ser una verdadera solución. Solo un brutal baño de sangre.


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