Hace unos días leí un artículo en el que el que escribía se quejaba de lo mal que apreciaban en el extranjero los esfuerzos que han hecho los israelíes por convertirse en un paraíso turístico.

Imagínense ustedes, después de haber disfrutado de nuestras excelentes carreteras, los paisajes, los hoteles de lujo y los cada día más numerosos restaurantes de primera, el turista regresaba (antes de la pandemia, claro está) a su país, a quejarse de la agresividad de un mesonero.

En efecto, las estadísticas que se han realizado de no recuerdo dónde, demuestran que una pelea (de palabras), con el cajero de un banco o el silencio por respuesta a una pregunta a alguien en la calle, son recuerdos mucho más imperecederos que los que dejan una visita a un museo o la cabalgata sobre un camello en Jerusalén, por ejemplo.

La idea del proyecto que voy a proponer me vino a la cabeza la tarde de la semana pasada en que llovió y que vi a cuatro bolivianos (creo que eran bolivianos, pero podrían ser peruanos), parados en una esquina. Estos adolescentes habían emprendido una expedición turística (supe más tarde) que después de muchos vericuetos terminó cerca de mi casa en la calle ibn Gabirol en Tel Aviv.

¿No es fascinante que alguien haga un paseo en una ciudad desconocida (pensé), y acabe en Ibn Gabirol? Traten ustedes también de imaginar esta experiencia. Pero lo peor del caso es que en el momento en que los vi ya se habían cansado de caminar y estaban buscando un taxi para regresar a su hotel. Recuerdo que eran las cinco de la tarde y llovía a cántaros.

Al ver a los bolivianos (o tal vez eran peruanos), parados en aquella esquina tratando de encontrar un taxi desocupado, se me ocurrió una idea: una calle incolora como es Ibn Gavirol, que en condiciones normales no llegaría a grabarse en ningún cerebro, ha de haber llegado a ser para estos cuatro bolivianos (o peruanos) al cabo de media hora, o de una hora, uno de los lugares más inolvidables de su vida. Estoy segura que, aunque vivan cien años, van a recordar los momentos que pasaron en la esquina de Ibn Gavirol y Nordau bajo la lluvia buscando un taxi.

Este incidente me ha hecho llegar a la conclusión (nuevamente), que más vale ser mal recuerdo que pasar al olvido. Que los turistas se vayan de aquí acordándose del mal trato y la jutzpa israelí, no importa, pues está comprobado científicamente que los malos recuerdos quedan más indeleblemente grabados en nuestra memoria que los buenos, y si es así, ¿Qué caso tiene tratar de ser agradables?

El error fundamental de la estrategia de nuestros gobiernos ha consistido en tratar de presentar a Israel como un paraíso. Lo que es peor es que se ha tratado de convertirlo en un paraíso. Ni es un paraíso ni hay en el mundo nada que pueda transformarlo en semejante cosa.

¿No sería mucho más lógico tratar de darles a nuestros visitantes (si vuelven a llegar), un tono emotivo distinto? Se me ocurren varias ideas. Una es la de difundir la leyenda de que, en nuestro pueblo, al igual como fue entre los aztecas, se acostumbra hacer sacrificios humanos, y explicar que a esto se debe la manera violenta y agresiva en que los israelíes conducen sus vehículos.

El visitante (que tal vez vuelva), regresaría a su país no solo con la satisfacción de haber pasado una temporada de alegres vacaciones sino con la alegría de haber escapado por milagro de una muerte segura.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.