Aranza Gleason – De entre las muchas habilidades que sólo el ser humano tiene se encuentra la habilidad de contar historias; ninguna otra criatura en el mundo es capaz de narrar y ordenar eventos en secuencias. Y es impresionante cómo las historias impactan en nuestra vida: definen nuestra identidad, las relaciones que mantenemos con las personas que nos rodean y la forma en que nos explicamos el funcionamiento del mundo; nos dan sentido y objetivo. Básicamente no podemos vivir sin historias porque el tiempo es algo tan presente en nuestra existencia que ninguna forma de comunicación sería posible sin ellas. Por eso para entender el corazón de un pueblo hay que escuchar las historias que cuenta. La festividad de Janucá está llena de historias y a cada una de ellas se le asigna un significado distinto, para entenderla realmente como fue pensada hay que entender las historias que la conforman y las tradiciones que se desprenden de ellas. La historia de los macabeos es una de las historias menos contadas y entendidas de la festividad, sin embargo es una de las más importantes porque nos enseñan los sucesos históricos que dieron pie a la festividad. Por eso, es importante ahondar en ella.

La guerra de los macabeos y la bendición por los milagros

La tierra de Israel desde tiempos inmemorables ha sido tierra de discordia para los grandes imperios que intentaron conquistarla, pasó de manos asirias a manos persas, a manos griegas y a manos romanas en menos de cinco siglos. La historia de Janucá empieza el momento en que Antíoco IV invade la región de Judea. Para ese momento los judíos ya llevaban más de dos siglos sin poder establecer un gobierno propio en su tierra, habían sido una provincia conquistada por distintos regímenes desde el Exilio Babilónico.

Sin embargo, gozaban de libertad religiosa plena, pues una vez que los persas conquistaron a los asirios se les permitió a los judíos desarrollarse ideológicamente al punto tal que el emperador Darío II les permitiría regresar a Jerusalén, consagrar y construir el Segundo Templo nuevamente. Desde entonces el tejido religioso judío se había sanado con el paso del tiempo casi por completo. Pues los sacrificios en el templo habían sido restaurados, el Sanhedrín funcionaba con todos sus jueces, se cumplían los mandatos divinos, se estudiaba y se enseñaba Torá sin restricción alguna.

Todo esto cambio cuando los seleucidas bajo el gobierno de Antíoco IV arrebataron la región de Judea a los ptolomeos. Pues el rey, un conquistador peligroso, se creía devoto de la cultura griega, deseaba unificar un imperio bajo la misma religión y erradicar el pensamiento judío al cual consideraba bárbaro, rebelde y nocivo. Impuso leyes en las que prohibió la circuncisión, el estudio de Torá, el Shabat y la consagración de los meses y las fiestas y quiso obligar a los judíos a realizar idolatría, pues le molestaba en sobre manera la idea de un pueblo que creía en un único D-os. Mandó quemar varios rollos de Torá, erigió un ídolo en el centro del Templo e impurificó el recinto sacrificando cerdos al ídolo. Sin embargo, no encontró una oposición fuerte hasta que llegó a la región de Modim en la que el sacerdote principal no sólo se rehusó a realizar idolatría sino también mató al emisario del rey y a quienes habían participado en la acción. Éste era Matityahu (Matatías) a quien más adelante se le conoció como el Macabeo, pues empezó una revuelta en las montañas con su familia y cientos de judíos que pronto sumaron miles para defender su fe.

La revuelta duró alrededor de 25 años, él y gran número de sus hijos murieron en ella. Sin embargo, los judíos tuvieron éxito, pues si bien establecer la paz tomó varios lustros, tan sólo a los tres años de haber iniciado la guerra, ya habían recuperado y purificado el templo de Jerusalén nuevamente y restablecido la religión.

¿Por qué se considera esta guerra como milagrosa?

Lo que es muy interesante de esta historia es que el Talmud y los textos judíos no recuperán en sí los hechos históricos sino el significado que dicha guerra tuvo para el judaísmo en el tiempo futuro y las implicaciones que recordarla tienen hoy en nuestros días. Durante la semana de Janucá en el rezo de la Amidá y el Bircat Hamazón (bendición por la comida) se alude a Matatías en la sección de agradecimientos y se agradece a D-os los milagros que hizo por nuestros ancestros en ese tiempo cuando “los acompaño en el tiempo de su tristeza, luchó sus batallas, defendió sus derechos y vengó el daño hecho a ellos.” Es decir se entiende esta guerra como un milagro en el que D-os participo “entregando a los muchos a manos de los pocos, los fuertes a manos de los débiles … los malvados a manos de los justos” más que un mero suceso político.

¿Por qué fue una guerra milagrosa; una guerra espiritual y no una física como todas las demás? Los rabinos han dado muchas respuestas a ello. En primera porque era muy poco probable que una rebelión ocurriera realmente al interior del pueblo judío en esas épocas. La población judía de ese entonces estaba completamente helenizada, la fe judía se veía como decreciente más que estable, a tal punto que incluso había judíos en las filas militares de los seleucidas que querían obligar a sus congéneres a ser idolatras y de hecho las rebeliones no surgió en los grandes centros judíos sino en los pueblos. La guerra de los macabeos encendió nuevamente la esperanza y la fe en la gente que de otra forma hubiera terminado por dejar el judaísmo por completo. Y en Janucá más que la fuerza militar y habilidad de los macabeos se recuerda su amor a la Torá y su forma justa de comportarse y eso es lo que recordamos también hoy la importancia de buscar a D-os con todas nuestras fuerzas, de estudiar la Torá y de luchar internamente por mejorarnos.

También se ve a la guerra como un milagro porque los seleucidas rebasaban en grandes números a los judíos, tenían mayor habilidad militar y mayor tecnología; no había forma que ganaran la guerra sin ayuda divina. Pero no se considera un milagro revelado como las plagas o la partida del mar, sino un milagro que funcionó a través de los procesos y leyes naturales que existen en el mundo, se recalca la idea de que D-os maneja esos procesos. En Janucá se nos impulsa a pensar en los milagros que D-os ha hecho por nosotros en nuestra vida y agradecer por ellos, pues ultimadamente es una festividad de agradecimiento y como toda celebración judía nos invita no sólo a recordar el pasado sino a construir un puente con nuestro presente; entender que el conflicto espiritual que enfrentaron los judíos de entonces y saber que sigue siendo nuestro. Cuando uno dice la bendición y prende las velas de Janucá se incluye dentro de ese pasado histórico.

Finalmente el milagro que más se destaca de la guerra es el milagro del aceite. En el verso de la Amidá recordamos que fue gracias a esta guerra que el Templo pudo ser purificado y consagrado nuevamente, la palabra “Janucá” proviene de “consagrar” y “dedicar.” Pues finalmente el poder purificar nuevamente el templo fue el milagro más grande de esa época y en recuerdo a ello es que prendemos las velas de Janucá.