Enlace Judío – Ayer, uno de mis clientes me invitó a comer. Fue al aire libre y con sana distancia. Mi cliente tiene toda la experiencia de una vida bien vivida y, durante dos horas, me intentó inyectar valor y ánimo: “Vive, vive intensamente”, me dijo.

Vive. A pesar de las noticias de gente intubada en hospitales, de los números catastróficos, de los liderazgos erráticos. Y de esta amenaza omnipresente, insidiosa, pérfida, la amenaza de una muerte solitaria en un hospital de mala muerte o peor aún, de ser el mensajero de la muerte; porque recibiste un cambio de manos de la cajera, con la mirada muerta detrás de la careta.

La muerte de tener que descifrar una sonrisa detrás del cubrebocas, con la tentación de arrancártelo para mostrar tu empatía a un desconocido. La muerte de tener un amigo deprimido que ya no responde a tus llamadas. La muerte de tener que decir “no” a las ofertas de trabajo, de suspirar ante una llamada de ayuda más, de ignorar al niño que extiende la mano en el semáforo. La muerte de ver al propio cuerpo perder su forma, porque la casa te limita el movimiento y afuera está la muerte.

Por ello, quiero hacer un homenaje a lo valiente que somos. A los que se levantan con nuevas ideas irrealizables y nuevos juegos para los niños. A las mujeres que aún trazan con cuidado el delineador y buscan el tono correcto de lápiz de labios, antes de ir al supermercado con cubrebocas (la Biblia tiene una mención especial para ustedes). A los que se van de viaje a pesar de todo. A los que salen a saborear un helado, antes de que el COVID-19 les quite el sentido del gusto. A los que dicen que les ha ido bien. A las que cocinan y reparten. A los arquitectos que ahora están vendiendo pan. A los médicos que lloran una hora como niños y luego siguen respondiendo su teléfono. A quienes se sienten completamente rebasados pero ejercitan al otro día como si fueran a correr un maratón. A los que llevan consuelo a miles de personas por las redes.

Al ser humano que, lo veo ahora claramente, tiene más capacidad de supervivencia que una cucaracha, más resistencia que una bacteria, que se agarra de una esperanza y no se suelta, que se engaña para salir a flote. Porque la vida es esto, vida y explosión, y placer, y sentido de pertenencia.

Por ello, frente a mi copa solitaria, brindo por el ser humano; porque sobrevivirá a ésta y a miles de pandemias más.


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