Aranza Gleason Freidberg – Hoy en día se ha vuelto común en la esfera política hacer comparaciones con los nazis, no importa si el locutor es de derecha o izquierda suena sencillo decir que tal o cual evento se parece a las medidas tomadas en 33 o eventos ocurridos en 38; que tal o cual político piensa igual que Hitler. Dichas comparaciones me molestan profundamente por dos razones principales: se banaliza lo que el Holocausto representó y se usa como justificación para tratar injustamente al enemigo político. En el mundo actual el nazi representa la maldad encarnada y acusar a alguien de nazi implica descalificar por completo su pensamiento como inherentemente nocivo, como falto de razón o bondad, incluso falto de humanidad.

Ello abre la puerta a un terreno muy oscuro en el cual uno se permite a sí mismo cometer actos de atrocidad o injusticia. Si se considera que la persona de enfrente es inhumana, es más, que representa la maldad misma encarnada, entonces ningún trato se ve como suficientemente injusto, ninguna cosa que se le haga se considera tan mala como él; pues nada está al nivel de su naturaleza. Odiar de esa forma desmedida nos lleva a romper las mejores virtudes de nuestra persona, porque dejamos de ponerle un limite a los sentimientos de enojo y dolor. Por lo mismo creo que es importante perdonar al nazi, porque el perdón es el límite más grande al dolor.

Muchas veces se nos olvida que el grueso de los nazis no fueron las cabecillas, sino personas comunes y corrientes que por una falta de moralidad sólida y una ideología mal dirigida se convirtieron en soldados, verdugos u operarios. Eran indiferentes a la atrocidades que cometían y ocurrían alrededor. Al acusar al otro de nazi nos volvemos indiferentes tanto a su dolor como a nuestra propia maldad. Porque dejamos de vernos en el espejo de lo que un hombre implica y creemos que nunca seríamos presa del totalitarismo, el odio y la irracionalidad. Al depositar la maldad absoluta en nuestro oponente pintamos una imagen de pureza en nuestro retrato. Lo cual considero una actitud muy peligrosa porque dejamos como persona de tener herramientas morales que nos ayuden a combatir nuestra propia maldad. Cuando hablo de perdonar, no hablo de olvidar, hablo de romper el odio que una figura tan monstruosa nos produce y aprender a verla dentro de su humanidad.

El perdón no implica negar el pasado, ni tratar de tapar la atrocidad cometida. El perdón consiste en aceptar que una injusticia fue cometida contra ti y hacer las paces con el dolor que ello te produjo. Es en primera instancia un proceso de curación. Esto es algo que Eva Kor me enseñó a través de sus entrevistas. Sobrevivió a los experimentos de Josef Mengele y a sus 50 años decidió públicamente perdonar a los nazis.

Perdonar le regresó el poder sobre su vida que el dolor y el enojo le habían quitado:

“Descubrí algo que me cambió la vida: tenía el poder de perdonar y nadie podía quitármelo. Todas las víctimas, sin importar cuál fue el crimen, se sienten heridas, enojadas, sin poder y sin ayuda. Fue muy interesante descubrir que yo, una víctima de casi 50 años para esa época, tenía un poder que no conocía.”

Para ella el perdón se convirtió en la única forma real de sanación:

La gente tiende a pensar que hay que llevar a cada perpetrador a la justicia. Yo les digo a todas las víctimas que le dejen eso a su sistema judicial, porque si se involucran en pensar quién les hizo qué y por qué, van a estar en una destrucción mental permanente, pensando cómo hacer pagar a esa persona por sus actos. El perdón es una acción que te libera de estar pensando cómo castigar a los victimarios. La otra cosa que le quiero decir a cada víctima es que aun si castigan al victimario, no sanarán internamente. Para mí, la única forma de sanar es perdonar.

Y sin embargo no niega la importancia de reconocer y mantener viva la memoria de lo que paso. Para ella era muy importante que los nazis se responsabilizaran de sus acciones y que hubiera testimonios de su pensamiento para que quedará registrado. También abrió un museo sobre el los niños del Holocausto para recordar a su hermana gemela. Pues efectivamente el perdón nace primero del reconocimiento.

La importancia de no olvidar

Cuando uno carga con un dolor y un enojo tan profundo no puede sanarlo si primero no lo reconoce, ni acepta la injusticia de la que fue víctima. Me enseñó que el fin de no olvidar es precisamente prevenir y sanar y ese es el objetivo de los museos, los memoriales y las infinitas clases que hay sobre este tema. Sin embargo, el elemento más importante es el ángulo con el que uno se acerca a él y el objetivo por el cual lo hace.

Escuchar sus palabras también me hizo entender que para muchos judíos el Holocausto sigue siendo una herida no curada. Es difícil verse en la imagen de un hombre que fue torturado por ser lo que uno es; es doloroso saber que en el pasado familiar hubo una tragedia de dicha dimensión y que a seres queridos y cercanos sigue afectándoles. Sin embargo, perdonar implica no convertir el dolor en odio y verse en el espejo con nuevos ojos. Significa entender que el pasado judío representa cosas muy amplias y llenas de riqueza, que va más allá de la tragedia y el dolor, aunque estos formen parte de la historia de nuestras familias.

 


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