Enlace Judío – Se acerca San Valentín, el día que tomamos como excusa para celebrar el amor y la amistad, una costumbre hoy en día con tintes mercadotécnicos pero cuyos inicios fueron más bien religiosos. Lo que queda claro es que es la ocasión para festejar el cariño entre los seres humanos, a las parejas y a los amigos.

Pero más allá de los tupidos arreglos de globos y las sinfín rosas rojas que adornan las calles, este año en especial recalcamos la función tan importante de quienes nos dieron apoyo en estos últimos meses tan difíciles. Creo que no estaba tan equivocado John Lennon cuando en 1967 dijo “all you need is love”.

Estamos a pocos días de cumplir un año desde el primer caso de coronavirus confirmado en México el 28 de febrero de 2020, y desde entonces, hemos sido testigos del sufrimiento, de la soledad, de la lejanía de un abrazo, del miedo, la angustia y la frustración. Pero también cada uno a su manera ha encontrado la forma de conectarse con quienes nos brindan tranquilidad, y aunque sea a la distancia, se siente menos tenebrosa la incertidumbre cuando es compartida en comunidad; siendo solidarios cuando se requiere, pronunciando palabras de empatía, riendo, llorando, cuestionando, o simplemente acompañando en las interminables tardes de los encierros.

Hemos vivido estos tiempos reforzando amistades con personas que hace mucho no vemos; los adolescentes pasando horas enteras haciendo muecas en las videollamadas; los niños que añoran las aulas conviviendo con los cuates a través de videojuegos; los chats de WhatsApp que no dejan de recordarnos que hay un mundo que sí existe más allá de la puerta de nuestras casas; las redes sociales donde seres virtuales nos distraen y llevan por ratos a realidades alternas. Todos, en modo de supervivencia, pero nunca solos; más bien tendiendo lazos aunque sea por Zoom, para mantenernos sanos pero también conectados. Tejiendo redes invisibles.

Algo así me recuerda la investigación que esta semana reporta en la Royal Society la bióloga Mónica Bond de la Universidad de Zúrich, luego de cinco años observando y analizando el comportamiento de jirafas hembras en Tanzania y donde encontró que aquellas jirafas que conviven en grupos, aunque sean dinámicos y cambiantes durante el día, tienen mayores oportunidades de supervivencia que las que viven solas.

Según el estudio, la socialización es un factor más importante que el acceso al alimento, a la cercanía a las ciudades y a otros elementos del entorno. La autora concluye que las jirafas hembras se agrupan e intercambian información para soportar en comunidad de mejor manera los estresores del medio y apoyarse también en el cuidado de los herbívoros más jóvenes. Con esto en mente, mi imaginación dibuja a varias jirafas comadres compartiendo un buen chisme a medio Serengueti, ejerciendo ese recurso tan sabroso que ha trascendido tiempos y civilizaciones.

Es de llamar la atención que en el estudio mencionado sobre las jirafas, la investigadora se refiere solamente a las hembras. Detalle que me alegra leer en el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia que desde 2015 la ONU celebra el 11 de febrero de cada año, para reconocer la labor tan importante de las niñas y mujeres en la ciencia y la tecnología, y que este año la UNESCO dedica a las “mujeres científicas, líderes en la lucha contra COVID-19”.

Y es que en estos tiempos en que se ha requerido que los científicos y médicos trabajen incansablemente horas extras para descifrar a este enigmático virus y ayudar a la recuperación de tantos pacientes, son las mujeres investigadoras y del sector salud quienes más han sufrido el impacto.

Entre las mujeres que participaron en el evento transmitido de forma virtual desde la sede de Paris, estuvo la profesora Sarah Gilbert, quien desarrolló la vacuna de adenovirus de chimpancé contra COVID-19 de la Universidad de Oxford en colaboración con la farmacéutica AstraZeneca.

Sin embargo, quisiera hacer una mención a las miles de enfermeras, médicas, técnicas, laboratoristas, e investigadoras anónimas que día a día han contribuido al mejor entendimiento del coronavirus, a su control y mejor manejo. Y necesitamos visualizarlas; nuestras niñas, mis hijas, deben ver que sí es posible ser mujer y estar al frente, que se puede llegar a ser la vicepresidenta de un país como EE. UU. o encabezar con éxito un gobierno como el neozelandés durante una de las peores crisis. Las niñas requieren de esos ejemplos, de más musas que sean fuente de inspiración. Estoy segura que esta pandemia fomentará más vocaciones científicas, médicas y en salud pública. Debemos dar acceso a todas ellas, brindarles la oportunidad de mejorar el mundo.

Entonces, pienso en mi propia red de jirafas; en mis amigas científicas y médicas que no han descansado ni un día y trabajan por sumar conocimiento, salvando vidas; en mi abuela que hace un año no sale de su casa pero esta atenta a las llamadas telefónicas que debieran ser diarias, en mis hermanas de sangre y también en las elegidas, en mis hijas que han practicado en verbo lo que es la resiliencia y la antifragilidad.

Te invito a celebrar los vínculos que te han permitido transitar 12 meses de distópica pandemia, a reconocer a esas mujeres, a tus jirafas personales; a las que te inspiran y dan seguridad para seguir avante. Porque aún nos falta, seguimos todavía a media sabana y tenemos que hallar las fuerzas para mantenernos erguidas. Nos requerimos cerquita, a distancia, pero conectadas, para incrementar las probabilidades de todas subsistir, con paciencia y perseverancia.

No encuentro una buena traducción de la palabra en inglés “endurance”, pero como la describió el autor escocés William Barclay: “no es solo la habilidad de soportar tiempos difíciles, sino de convertirlos en gloria”.

 


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