Enlace Judío – Entre 1977-1979 el primer ministro de Israel Menajem Beguin decidió, por motivos humanitarios y movilizado por su propia experiencia personal durante la Shoa, absorber en Israel a 41 refugiados de la guerra de Vietnam.

En principio, considero que es parte de nuestra esencia mejorar el mundo, Tikun Olam, por lo que no nos podemos quedar insensibles ante el padecimiento de necesitados que llegan hacia nuestras puertas en busca de refugio y socorro. Sumado a ello, creo inaceptables las palabras de una ministra de Israel, Miri Réguev del Likud, al afirmar que los “buscadores de asilo son un cáncer dentro del pueblo”.

Por contrapartida, el fenómeno en sí provocaba no poca incomodidad por la evidencia que lo que sucedía en Israel no era la afluencia de refugiados como aquellos vietnamitas. Además, me llamaba especial atención que las ONG que afirmaban ser defensoras de los derechos humanos criminalizaban y desprestigiaban a quien se sentía directamente afectado por la llegaba de estas personas (los habitantes del sur de Tel Aviv) y, en paralelo, ni se inmutaban cuando desde Israel se expulsaban anualmente a 7,000 ilegales provenientes de Europa del Este.

Gadi Taub es uno de los intelectuales más críticos hacia el fenómeno del postmodernismo. Formado en historia de EE. UU., ha logrado movilizar a la opinión pública mayoritaria (la que en Israel no suele reflejarse en los medios de comunicación) con su nuevo libro Naiadim Venaiajim (Editorial Shivolet, 2020).

Taub comienza su ensayo explicando que consideraba que las divisiones ideológicas entre “izquierda” y “derecha” habían dejado de ser relevantes ofreciéndonos una alternativa: las sociedades se dividen entre Naiadim o “portátiles” (a propos ordenadores móviles) versus Naiajim o “caseros”.

Una persona “casera” se siente a gusto bajo la protección de su marco de referencia nacional o local, se sustenta en la solidaridad particularista y considera que uno de sus derechos más inalienables es su “ciudadanía”. Su identidad legal le brinda la posibilidad de influir siendo que una de las características primordiales de la democracia es la soberanía que reside en el deseo del ciudadano.

Tomemos el caso, por ejemplo, del Partido Laborista de Israel (Avodá). Se trata de un fenómeno esencialmente “Casero” en donde también se fomenta la solidaridad hacia otras identidades nacionales.

Frente a los “caseros” aparecen los “portátiles”. Son personas cuyo marco de referencia son las elites de otros lares, que desean un mundo globalista sin fronteras ni nacionalidades y que, afirmará Gadi Taub, son esencialmente antidemocráticos. Al ser una minoría entre los ciudadanos de donde habitan no logran imponer sus ideas en las urnas por lo que exigen trasladar las decisiones a entes no electivos, pero afines ideológicos (por ejemplo, la Justicia o los medios de comunicación).

Entre las características detalladas en el perfil puro del “portátil” sobresalen: apoyar una política de disipación de las fronteras y una política de inmigración extranjera liviana, la balcanización de la solidaridad nacional, apoyo a las organizaciones supranacionales anteponiendo la ley internacional sobre la ley local, supeditación de los derechos del ciudadano a la idea de un derecho universal, politización de las universidades y de los medios, y un dominio sobre redes sociales en internet.

Como podrán observar, la diferenciación entre “caseros” y “portátiles” no respeta la tradicional separación entre derecha e izquierda. En el Israel moderno, cuando Nitzan Horowitz, líder del partido Meretz, afirma que “es aceptable que la Corte Penal Internacional investigue a Israel” no solo se está exponiendo como “portátil” sino que quizás condena a su partido a no superar el umbral electoral en una sociedad claramente “casera”. Otro tanto podríamos afirmar sobre los que rechazan la Ley Básica: Estado nación del pueblo judío.

La reacción del antidemócrata ante cualquier tipo de cuestionamiento racional, que pone en duda sus dogmas sobre el fenómeno de la inmigración ilegal, recibirá duras condenas en forma de “lo que dices es racista” o “eres un supremacista”. Escarbando y superando tal gamberrismo terminaremos enfocando el tema en dos macro argumentos: el fáctico y el humanitario.

Desde lo fáctico, en Israel permanecen 31,000 solicitantes de asilo o trabajadores ilegales siendo que el 92 por ciento de ellos provienen de Eritrea y Sudán. Además, debemos agregar otros 8,000 menores nacidos en Israel.

Los “caseros” repetirán el artículo publicado por el Instituto de Seguridad Nacional en cooperación con la Universidad de Haifa de 2009, en donde el Dr. Moshe Treadman escribió, basándose en su trabajo al respecto, que la razón principal de su llegada a Israel es el deseo de encontrar empleo y elevar su nivel de vida.

Gadi Taub agregará que teniendo en cuenta que la mayoría de los solicitantes son hombres solteros, es evidente que la motivación es laboral. Además, el 72 por ciento de los infiltrados son de Eritrea, un país que estaba en guerra pero que, en julio de 2018, después de 20 años de conflicto, firmó un tratado de paz con Etiopía, otro con Yibuti y un acuerdo de cooperación con Somalia. Siendo así, el argumento que la vida de los eritreos sigue en peligro se desvanece (así también lo estipuló la justicia suiza).

Los portavoces “caseros” aducirán que, tras años de solicitar datos concretos, la Policía libero estadísticas que entre los solicitantes de asilo se producen cuatro veces más crímenes sexuales y tres veces más casos de violencia y robo, en comparación a la población en general. En otras palabras, las quejas y reproches de los ciudadanos del sur de Tel Aviv tenían sustento fáctico. Israel, en tanto, levanto enfermerías gratuitas para los infiltrados en donde se ofrecen vacunas, tratamientos contra enfermedades sexuales, tratamiento de diálisis y cuidados médicos amplios para los menores de edad.

Los “portátiles” argumentarán que Israel se comprometió a cumplir la Convención sobre Refugiados de 1951 pero que, en el terreno, a los solicitantes de asilo no se les ha permitido acceder al proceso de reconocimiento como refugiados. Incluso hoy el porcentaje de reconocimiento de refugiados en Israel es menos del 1 por ciento, mientras que en el resto del mundo el porcentaje de reconocimiento de refugiados eritreos y sudaneses es del 70 y 50 por ciento, respectivamente (Asociación de Derechos Civiles de Israel).

Además, criticarán los distintos planes del gobierno, que fluctuaron desde colocar a los inmigrantes en un hospedaje abierto en el sur Jolot (lejos de Tel Aviv) y ordenar la retención de una prenda monetaria del trabajador africano a devolvérsele al partir.

En noviembre de 2017 Israel anunció que trabajaría para la deportación de solicitantes de asilo a Ruanda y Uganda, al tiempo que afirmó la existencia de acuerdos secretos que lo permitían pagándole al deportado 3,500 dólares. Muchas de estas decisiones fueron anuladas por la Corte Suprema de Justicia de Israel, una fortaleza de los “portátiles”.

Un informe del periodista Kalman Libskind de Maariv descubrió que, extrañamente, el 96 por ciento de los casos en temas de solicitantes de asilo llegaban solamente a dos jueces de la Corte Suprema, especialmente liberales, Uzi Fogelman y Dafna Barak-Oz.

En resumen, desde el punto de vista fáctico, los “caseros” considerarán a los trabajadores ilegales con esta denominación y resaltarán el valor que provee la ciudadanía. Frente a ellos, los “portátiles” considerarán que Israel está violando sus compromisos internacionales al evitar catalogar a estas personas como refugiadas, asegurando sus derechos como tales.

Otro enfoque es el “humanitario”. En Israel algunos medios de comunicación, especialmente los canales 12 o 13 y el diario Haaretz exponen cotidianamente los dramas humanos de los africanos afectados, la poca sensibilidad del Estado e incluso la barbarie de los israelíes que protestan contra los solicitantes de asilo. Parte de los “portátiles” argumentarán que la prensa no termina de mostrar la gravedad de la situación, exigiendo más exposición.

Para los “caseros” este campo es más incómodo. Israel es un país rico que puede ser más solidario con ciudadanos de otros países necesitados. Evidentemente, han apoyado la construcción de la alambrada de seguridad que, desde finales del 2012, ha reducido la entrada a Israel de un número creciente de infiltrados. En líneas generales, comprenderán o apoyarán los planes del gobierno para impulsar el reasentamiento de estas personas en otros países “por propia voluntad”, incluso si esto requiere un pago en efectivo.

En enero del 2007 el diputado de Meretz Avshalom Vilán citó una reunión especial en el parlamento para tratar la situación de los africanos que llegaban a Israel.

En aquella ocasión el diputado dijo: “Hablamos aquí de 288 personas. Y nos preocupa que mañana se convierta en una corriente de miles y decena de miles. Yo sugiero no tratar aquí sobre “corrientes. Propongo tratar el tema de forma inteligente y encontrar soluciones. Es posible hablar de otros países y parte de ellos nosotros absorberemos”. Un “casero” dirá: “¿Han visto? Pasaron de 288 en 2007 a casi 40.000 en 2021”. Un “portátil” responderá que aun así Israel es capaz de captar esas personas e incluso ayudarán a nuestra economía.

Durante la pandemia del COVID-19, los ciudadanos regresamos al seno de nuestros Estados para exigirles a nuestros gobernantes que nos protejan de la enfermedad. Las elites “portátiles” vieron cómo sus gobiernos discutían para obtener más vacunas a costa de otros, apartando la soñada solidaridad global. En Israel, un país que no acepto formar parte de la Unión Europea justamente por su dominante espíritu “casero”, el sionismo refuerza aún más el deseo de preservar las fronteras y la soberanía.

En la moderna Israel “casera”, resulta poco serio creer que las premisas “portátiles” hacia los solicitantes de asilo provoquen la apertura de par en par como lo vemos en Europa. No sucederá, por lo que los “portátiles” mantendrán sus basas en donde no necesitan el voto popular calificando; incluso a este ejercicio de implementar lo aportado por Gadi Taub a un caso específico, como un artículo racista, nacionalista y supremacista. En las urnas, los israelíes rechazarán una y otra vez sus exigencias.

 


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