Enlace Judío –  Los efectos de una diáspora mundial son impredecibles. Lo podemos ver en el moderno Estado de Israel, un crisol cultural en donde confluyeron muchos modos de ser judío y apenas después de más de 70 años está consolidándose una identidad más o menos homogénea. De cualquier modo, esto no elimina la riqueza cultural del pueblo judío, que se nutrió en todos los lugares del mundo donde hubo judíos.

Pero también pasa el efecto contrario: los judíos dejamos nuestra propia huella en muchos lugares. Por eso, hablando en términos de turismo judío, hay varios lugares que todo judío —o todo amante de lo judío— debería conocer. Aquí te propongo cinco sugerencias. Por supuesto, al tratarse de las huellas del pueblo judío en la diáspora, no incluyen ningún lugar ubicado en el moderno Israel.

1.- Praga

El gueto de Praga fue célebre por las leyendas cristianas que aseguraban que allí se fabricaban golems. La realidad, por supuesto, siempre fue un poco más rudimentaria o, si lo prefieren, menos aparatosa. Pero lo cierto es que la antigua judería de Praga es uno de los lugares más impactantes que uno pueda toparse en Europa.

Praga tiene una historia judía de lo más añeja. Los registros fiables más antiguos se remontan al siglo X, si bien la presencia judía en la ciudad se vio interrumpida por dos expulsiones temporales. En 1096, en el marco de la primera cruzada, la comunidad de Praga fue atacada y desde entonces se le obligó a recluirse en un barrio específico, si bien en ese tiempo todavía no se usaba la expresión gueto.

Tras varios episodios venturosos y desventurosos, el gueto llegó a un momento de esplendor durante el siglo XVI gracias a la administración de Mordejai Maisel, que además era ministro de Hacienda. En 1781 se publicó un edicto de tolerancia que permitió a los judíos adquirir propiedades fuera del gueto y poco a poco la población judía se trasladó hacia otras zonas de la ciudad. Para cuando el barrio fue rebautizado como Josefov o Josephstadt, en honor el emperador Joseph II, la población judía era minoritaria allí.

Sin embargo, hasta la fecha sigue habiendo en esa zona una gran huella judía. Hay seis sinagogas remodeladas y de esplendorosa belleza (destacan la llamada Sinagoga Sefaradí —es de rito ashkenazí, pero construida en estilo morisco— y la Sinagoga Maisel), además del viejo cementerio donde están apiladas las lápidas cada una casi encima de la otra. Esto se debe a que durante unos 300 años no se le permitió a los judíos adquirir un nuevo terreno para uso de panteón y se tuvo que poner primero un “segundo piso”, luego uno tercero y finalmente hasta un cuarto.

La salida del cementerio es por la sinagoga donde estuvo la Jevrá Kadishá de Praga, la sociedad que se encarga de los protocolos mortuorios, cuya puerta da a un callejón turístico en el que se pueden adquirir todo tipo de souvenirs de temática judía.

Por supuesto, otro sitio en Praga de peregrinación obligada para los judíos o amantes de lo judío, es el museo dedicado a Franz Kafka.

2.- Ámsterdam

La capital de los Países Bajos fue, desde el siglo XVI, uno de los centros culturales y científicos más importantes de Europa. A inicios del siglo XVI esta zona era parte de la corona española, por lo que la presencia judía estaba prohibida. Sin embargo, una gran cantidad de criptojudíos portugueses se establecieron allí gracias a un proceso de migración hormiga, y para cuando estalló la guerra de los Ochenta Años (1568-1648), el apoyo de estas familias pronto se decantó hacia la casa de Orange-Nassau, que finalmente se impuso como la casa gobernante de los Países Bajos.

Una vez que la independencia de Holanda fue un hecho consumado, se decretó la libertad de cultos y los sefarditas portugueses pudieron practicar libremente su religión.

Ámsterdam no es un lugar en donde queden muchos vestigios de lo que fueron sus amplias comunidades judías. Zaandam es el barrio aledaño en donde se habían establecido la mayoría de las familias judías hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, pero tras la guerra los principales centros comunitarios judíos quedaron borrados del mapa.

Sin embargo, todavía existe la formidable Snoga (sinagoga portuguesa) y todavía se puede respirar el ambiente liberal y culto en el que floreció la comunidad judía de la que salieron ilustres personajes, como el filósofo Baruj Spinoza, el rabino Menasse ben Israel, o el comerciante, diplomático y pirata —azote de los españoles— Samuel Pallache (Palacio o Palatio, según firmaba a veces).

3.- Nueva York

Por supuesto, no se puede dejar de visitar la imponente Gran Manzana, llena de huellas de lo que ha sido una de las más importantes comunidades judías de la diáspora desde finales del siglo XIX.

Nueva York se volvió importante a fuerza debido a que era el lugar a donde desembarcaban los inmigrantes europeos no solo judíos, sino también irlandeses o italianos (por mencionar solo a los grupos más numerosos). Por ello, la vida judía se extendió a todos sus barrios, desde Manhattan hasta Queens, pasando —por supuesto— por Brooklyn.

Si quieres conocer la huella y la vida judía en Nueva York, tienes que dedicarle varios días a recorrer las múltiples sinagogas de Manhattan y, por supuesto, dedicarle también otro tanto a los principales centros judíos de Brooklyn, como Boro Park, Brooklyn Heights o Williamsburg. A rato vas a sentir que has entrado a otro siglo, debido a que allí se encuentran muchos de los grupos que mantienen un férreo vínculo con sus tradiciones ancestrales.

El sitio obligado de peregrinación para muchos es el célebre 770 de Eastern Parkway, la sede en la que el famoso rebbe Menachem Mendel Schneerson Z”L tuvo sus oficinas.

Pero no necesitas ir solo a los barrios más tradicionalistas para sentir el aire judío de Nueva York. La ciudad tiene 8.4 millones de habitantes, y de ellos un 15 por ciento es judío (alrededor de 1.2 millones), así que es una ciudad en la que todo el tiempo estás en contacto con la huella judía. Sobre todo en Broadway, o en los museos judíos, o en cualquiera de sus típicos delis, donde puedes comer sándwiches heredados de la gastronomía ídish, pretzels y —altamente recomendado— herrin (arenques en salmuera).

4.- Birobidzhán

En 1934 Stalin tuvo la singular ocurrencia de decretar la fundación de un oblast (provincia autónoma) para reubicar allí a los judíos rusos. En un gesto muy amable anunció que allí podrían vivir en paz, practicar sus tradiciones y hasta decretó que el idioma oficial sería el ídish y los emblemas regionales serían los símbolos judíos.

Por supuesto, Stalin era Stalin, así que el nuevo oblast quedó ubicado en uno de los rincones más perdidos de la gran Rusia, más cerca de Corea del Norte y del Japón que de Moscú. Para llegar desde Europa tienes que recorrer todo el tren transiberiano.

En la época de su fundación, Birobidzhán era un páramo casi inhabitable, lleno de pantanos y de mosquitos que transmitían diversas enfermedades (sobre todo malaria). Así que los judíos no fueron particularmente felices de establecerse allí, por lo que la tendencia generalizada fue a evitar la mudanza. El asunto se recrudeció después de la fundación del Estado de Israel en 1948, ya que muchos judíos prefirieron migrar hacia allá, en vez de ir o quedarse en Birobidzhán.

Pero la era stalinista ya está muy lejos y Birobidzhán ha mejorado radicalmente su aspecto y su calidad de vida. Hoy por hoy, es una bella provincia llena de zonas naturales, aire limpio y comercio, y se está posicionando como un centro importante para el turismo. Su población judía es menor al 10%, pero está reactivándose y Jabad Lubavitch se ha hecho cargo de enviar rabinos para que dirijan la vida espiritual. El ídish sigue siendo idioma oficial y a la salida de la estación de tren el turista es recibido por el emblema oficial de la provincia, que es una Menorá.

Así que este sitio debe estar en tu lista si quieres conocer un lugar impregnado de judaísmo, y que rompe con todos los convencionalismos que te puedas imaginar.

5.- Belmonte

En 1519, el rey Manoel de Portugal entregó la regencia de la ciudad a Don Iago y Sampayo y le permitió tomar el apellido de Belmonte, mismo que podría heredar a sus descendientes. Pero resulta que Iago y Sampayo era judeoconverso, por lo que Belmonte pronto se convirtió en un lugar en donde se establecieron un buen número de familias de “cristianos nuevos”. Muchos de ellos seguían practicando el judaísmo en secreto. El asunto se volvió de interés general cuando en 1917 un capitán judío polaco llamado Samuel Schwarz llegó a la ciudad y se topó con una comunidad judía clandestina.

La familia Belmonte se extendió ampliamente en Portugal, pero también en Holanda y Alemania, donde tradujeron su apellido a los dialectos locales, pasando a ser Schönberg (que traduce exactamente “monte bello”).

Belmonte ha comenzado a recuperar su herencia judía desde 1989, especialmente motivados por lo que sería en 1992 el quinto centenario de la expulsión de los judíos de España. Muchas familias se han dedicado a explorar sus raíces judías, y un buen número de ellos han optado por la conversión al judaísmo, integrando una nueva comunidad pujante y bien organizada.

Con motivo de la ley que permite a los descendientes de judíos portugueses recuperar la nacionalidad de ese país, el rabinato de Belmonte fue seleccionado para ser uno de los que pueden dar el aval decisivo para reconocer a los descendientes de estas familias judeoconversas.

En la página www.centerofportugal.com, dedicada a promocionar el turismo en ese país, se nos dice esto sobre esta ciudad: “Al entrar en Belmonte, sube al castillo y, desde la plaza, baja la calzada romana para entrar en la antigua judería. Recorre las casas de las calles Direita y Fonte da Rosa, por donde podrás ver en los umbrales de las pequeñas casas de granito marcas en la piedra, testimonio de la historia de estos judíos obligados a vivir en secreto. Visita la Sinagoga Bet Eliahu, construida sobre un promontorio en un extremo de la villa que va a dar al valle, diseñada por el arquitecto Neves Dias y dedicada en 1996. En la Rua da Portela todavía se puede visitar el Museo Judío de Belmonte, que nos muestra en su espacio la historia de los judíos portugueses, su integración en la sociedad medieval portuguesa, los rituales y costumbres públicos y privados de las comunidades, y la historia, persecución y persistencia de los nuevos cristianos. ¡Ven a descubrir este increíble patrimonio hebreo guardado en el corazón de la Beira!”

 


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