Enlace Judío.- Sergio Farras siempre habla desde el corazón. Y desde lo más profundo de él emana este escrito que le dedica a Jerusalén, Ciudad Santa y sublime, incuestionable faro para las religiones monoteístas.   

Dios amanece sobre los asentamientos más antiguos de la ciudad donde el sol roza el horizonte como imitador en su pequeñez. Pues escrito está en las piedras del bosque más escondido un cantar que suena casi perfecto, armonioso y melodioso que sigue despertando fascinación por la virtud de su idiosincrasia y su cultura, que está muy basada en la historia del Pueblo Judío en el Estado de Israel. A saber; la ciudad épica y lírica de Jerusalén.

Los escritos más tempranos que hacen referencia a la ciudad fundada el año 1004 a.C. por el rey David, la ciudad sagrada para judíos, cristianos y musulmanes es hoy un ejemplo aleccionador y admirable del turismo mundial. La importancia histórica y religiosa de Jerusalén no conoce fronteras ni orillas que frenen al viajero de buena intención. Pues la idiosincrasia de su cultura ha sido su mejor amiga desde tiempos inmemorables y más pretéritos.

Y en este bosque de luz del Jerusalén que se nos presenta turístico y cultural es también muy espiritual y de mística adherida, llevando siglos atrayendo a creyentes de las tres grandes religiones monoteístas.

Jerusalén se ha erigido a lo largo de los siglos como la principal ciudad sagrada para un gran porcentaje de la población mundial. Actualmente atrae a cientos de miles de turistas internacionales cuya motivación principal es el turismo religioso y también la visita de los lugares tan sagrados como si fuesen mágicas combinaciones de dogmas. Jerusalén es un laberinto de maravillas infinitas que al menos se necesitan tres días enteros para poder hacernos una liviana idea para visitar los lugares más importantes de la milenaria y sagrada ciudad.

Para el viajero o el penitente peregrino hacia la nada va la mirada con el alma serena, donde puede contemplar la maravilla de la singular ciudad y quizás única en su naturaleza. Jerusalén, en un momento que se le presta, parece una población regalada el brillo de todas las estrellas de los cielos. Pues si piensas qué ver y visitar en Jerusalén no te quedes solo con lo esencial, date la posibilidad de ir un poco más allá y abre tu mente y tu alma también.

La diferencia entre las zonas de la ciudad se percibe en el tipo de producto que venden, la vestimenta de sus gentes, la forma de limpiar y colocar las cosas. Hay una diferencia cultural en cada uno de los lugares de la ciudad que crean una división física muy visible.

Parece imposible que un lugar tan maravilloso y tranquilo como una mañana de hoy, sea foco de los conflictos del ayer, del hoy.

Se hace imprescindible visitar como una humedecida bendición, y por ser obligación del visitante a la ciudad hebrea estos enclaves indispensables de admirar: la Torre de David, las callejuelas de la Ciudad Vieja, el Muro de las Lamentaciones, la Explanada de las Mezquitas o Monte del Templo, el Santo Sepulcro, la Vía Dolorosa y el Monte de los Olivos. Donde ver estas maravillas que entran por la retina es como un impulso misterioso y decorativo embriagado por el incomparable privilegio de caminar a su gusto por toda la ciudad, donde una mirada nunca suele engañar, ni la historia de un lugar, ni de un momento místico que tampoco sabe mentir.

El pueblo judío siembra la certidumbre de su gran amor por su país, haciendo de su patrimonio como una poesía infinita para unir a la humanidad, que hasta a el viajero más exigente al que se le ofrece bajo un amplio cielo que andará  como un huésped turbado de sabiduría hasta hundirse en el horizonte de la inmortalidad del alma.

El viajero por Jerusalén camina asombrado por la belleza de donde transita, entregándose a la ilusión que se confunde como el beso, dejándose llevar como una amistad y pasión de esas que parecen de sangre. Los árboles a su alrededor, en su recorrido misterioso, le protegen de toda ansiedad y excitación, pues la luz de la capital hebrea difumina esta ciudad saciada y vestida de secretos y
misterios.

Jerusalén es una ciudad de contrastes como la belleza relativa y que lleva el ritmo de una ciudad moderna y tradicional a la vez. Su historia es su mayor atractivo, y es posible sentirla y recordarla en cada rincón de la Ciudad Santa. Bordeando las murallas de la vieja ciudadela podemos ver a lo lejos nuevamente la Torre de David, preciosa con la luz del sol de estas horas, que rebotan en los cristales de cada ventanal como un resplandor de atardeceres. Y sobre todo dejarse caer al caminar del andar en las nuevas colonias, que fueron promovidas fuera de la fortificación con grandes donaciones y que incentivaban a los pobladores a sumarse a los nuevos barrios, con incluso 7 molinos, de los cuales hoy por hoy todavía podemos ver dos de ellos el Muro de las Lamentaciones, uno de los sitios más sagrados del Judaísmo, es donde se bifurcan las plegarias de un pueblo unido y mezclado a la vez. Palabras de fe resuenan lo que está escrito en el Pentateuco, los estuches cilíndricos donde se guardaban enrollados los textos hebreos y de ese pacto misterioso con la semilla de la fe adherida al alma, donde se escucha un suave murmullo de espirituales palabras y sinceras oraciones como si fuera un eco que llega desde lo más lejano.

Jerusalén, gracias por estar ahí, porque aunque no hubiera cielo nuestro amor por Jerusalén no cambiaría y que siempre parece un día más el pasear por esa sagrada tierra. Pues sus proyectos innovadores aportan a la hospitalidad del futuro de su turismo.

(Dedicado al pueblo judío)
Sergio Farras, escritor tremendista